lunes, 24 de agosto de 2015

Fidelio en Salzburgo


Fidelio en Salzburgo, 16 de agosto de 2015.
 

Fidelio es una ópera con la que normalmente enfrento problemas. Su forma de singspiel en la que se mezclan temas pedestres con importantes no la hace muy atractiva, especialmente en la primera mitad del primer acto. En lo que sigue la magistral música de Beethoven logra rescatar un argumento bastante flojito. Debo decir que, en mi opinión, el compositor no brilla por su música escénica en general, como lo demuestra el interminable final de la ópera, que no puede resolver como lo hace con sus obras de música abstracta.
 

El director de escena, Claus Guth, decidió eliminar los diálogos e inventar dos personajes nuevos, llamados las sombras de Leonore y Pizarro. La de Leonore estará en el escenario prácticamente durante toda la ópera, diciéndonos por señas, los sentimientos de Leonore; no entendí que hizo la de Pizarro.
 
 


Adrianne Pieczonka y su sombra
© Monika Ritershaus

La escenografía, diseñada por Christian Schmidt, es un gran espacio triangular en el que un gran bloque negro, parecido al que aparece en los momentos cruciales del film de Stanley Kubrick 2001: A Space Odissey, sube, baja o gira, siguiendo, generalmente hablando, el orden de los números musicales. Mismos números que salen de la nada en muchas ocasiones y que quedan más desnudos de significado de haber sido introducidos por los diálogos que no le gustaron a Guth. El vestuario, también diseñado por Schmidt es contemporáneo. El diseño de iluminación de Olaf Freese es congruente con el sentido (o sinsentido) de la producción. El señor Guth tuvo a bien llenar los espacios de los movimientos del paralelepípedo negro y las ausencias de diálogos con ruidos, “diseñados” por Torsten Ottersberg, que incluían murmullos, jadeos, gritos, arrastre de cadenas e incluso un sonido muy agudo parecido al de la música de Ligeti usada en la película de Kubrick.


 

Como era de esperarse, la primera escena del segundo acto se desarrolla sin el bloque  negro, pues este se retira para dejar un espacio que asemeja una fosa funeraria, que Rocco y Fidelio asemejan excavar. En la escena final Don Fernando entra a escena, pero el coro sólo se oye atrás de las paredes que limitaron la escena y, por supuesto, evitando la presencia feliz de la multitud que alaba a Leonore y Florestan.

 

Desde el punto de vista musical, la interpretación estuvo mucho mejor. Jonas Kaufmann fue un grandioso Florestan tanto vocal como actoralmente –no estoy seguro, pero entendí que Florestan muere al final de la ópera en esta producción.
 

Jonas Kaufmann
© Monika Ritershaus

Adrianne Pieczonka fue una adecuada Leonore – es probablemente que si no hubiera tenido sombra, lo hubiera hecho mejor–, Tomasz Konieczny cantó un buen Pizarro, aunque incapaz de lograr la maldad que representa, Hans–Peter König como Rocco, Olga Bezsmertna como Marzelline, Norbert Ernst como Jaquino y Sebastian Holecek como Don Fernando son muy buenos cantantes que, seguramente tendrían mejor desempeño, que no fue malo, en otra producción.

 

Brillaron Daniel Lökös y Jens Musger como los dos prisioneros. La Asociación de Concierto del Coro de la Ópera de Viena tuvo un desempeño espectacular tanto en el coro de los prisioneros como en el coro final.

 

Rara vez escribo una reseña tan desbalanceada como la presente – es decir mucho más sobre la producción, puesta en escena dicen los exquisitos, que sobre el desempeño musical–, lo hice esta vez conscientemente dado que pocas veces he visto una ópera tan deformada que estoy convencido de que alguien que desconozca esta ópera lo hace acudiendo a esta producción, no tendrá idea de lo que es Fidelio al terminar la función.

 

No obstante lo anterior, el enorme precio pagado para asistir a esta función tuvo su retribución cuando, entre las dos escenas del segundo acto, Franz–Welser Möst y la Orquesta Filarmónica de Viena inundaron el Grosses Festpielhaus con una interpretación inolvidable de la obertura Leonora III. Aún en este momento en que escribo esta reseña siento que los vellos de mis brazos se erizan de emoción al recordar esa interpretación. Ojalá pueda oír en lo que me resta de vida, tres o cuatro interpretaciones como la que oí hoy. Fue Beethoven en su máxima emoción, pasión y perfección.

 

© Luis Gutiérrez R

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