martes, 22 de marzo de 2016

L'albergo del griglio d'oro


Il viaggio a Reims en Bellas Artes. Marzo 20, 2016


Aunque esta ópera fue una pièce d’occasion al formar parte de las celebraciones motivadas por la coronación de Carlos X, también fue la primera ópera de Rossini que tuvo su estreno absoluto en París y la última que compuso en italiano. El reparto de la primera interpretación incluyó en el lugar de honor a Giuditta Pasta como la poetisa romana Corinna. 

Esta ópera exige catorce cantantes de alta calidad dadas las exigencias técnicas y musicales que impuso Rossini, por lo que se representa muy ocasionalmente en las grandes casas de ópera dado el costo que implica integrar un reparto de alto calibre. Por otro lado, se interpreta frecuentemente en academias de ópera, como sucede anualmente en el Festival Rossini de Pesaro.

En esta ocasión, Ópera de Bellas Artes optó por tomar riesgos, mezclando cantantes experimentados, algunos de ellos de alto nivel, con jóvenes del Estudio de Ópera de Bellas Artes.

Una decisión Ópera de Bellas Artes, que aplaudo profundamente, fue prescindir de los usual suspects de la dirección escénica operística en México, es decir, las luminarias intelectuales, léase vedettes, expertas en usar de una vez el presupuesto microscópico anual de la institución, de las vedettes empeñadas en hacer su declaración de principios o de quienes que siempre hacen lo mismo. El resultado de haber contratado como director de escena a Carlos Corona, hombre de teatro que debuta en el Palacio de Bellas Artes fue refrescante. De entrada no se buscó problemas innecesarios. La acción se desarrolla en el hotel de playa “El lirio de oro”, traducción literal del subtítulo ossia L’albergo del giglio d’oro, estación veraniega, como diría la generación de mis abuelos, a la que llegan las personalidades que pretenden asistir a la coronación de Carlos X. Al inicio, la escenografía diseñada por Jesús Hernández presenta el hotel en dos niveles, en el inferior se ve el área de recepción y dos de las alcobas, y en el superior un área de recreo en el que se hace deporte y se toma de sol; a la entrada de Lord Sidney se agrega otro nivel debajo de los otros dos usando, por fin, algo del equipo con el que se “modernizó” el teatro hace ya unos años, y que ha descansado sin haber hecho nada. Después de un largo intermedio, sin justificación alguna, la escena regresa a los dos niveles, ya sin presentar el área de recepción. El vestuario, diseñado por Jerildy Bosch, armoniza con el estilo del albergue y coloca la acción en los 1950s. La iluminación, también de Hernández no busca preciosismos, sino simplemente hacer que la escena se vea limpia, sobre todo se vea. En síntesis la puesta en escena logra presentar eficientemente el ambiente de excitación, emoción, y algo de frustración, que viven los personajes ante el evento que los reunió en el Albergue del lirio de oro.

El grupo de cantantes puede caracterizarse como bueno, destacando sobre todos ellos Guadalupe Paz como la marquesa Melibea. Su voz de mezzosoprano tiene un timbre hermoso con muy buen volumen, su fraseo es excelente y su dominio del estilo rossiniano notable. Por cierto, su presencia escénica es impactante. Previo al inicio de la función se anunció que quien encarnó a Madame Cortesse, la soprano Alejandra Sandoval no estaba en condiciones óptimas de salud; durante su aria, el primer número importante de la ópera, se oyó titubeante pero no mal, y su desempeño fue mejorando continuamente conforme avanzó la ópera. Claudia Cota como la condesa de Folleville estuvo hilarante en su actuación y bien vocalmente. La soprano que ejecutó la parte más exigente de la partitura por haber sido compuesta para la Pasta, fue Gabriela Herrera que cantó brillantemente su primer aria “Arpa gentil”, aunque se apagó notablemente durante la improvisación “All’ombra amena”. El resto del reparto femenino fue bien cubierto por Gabriela Flores, Rosario Aguilar y Liliana Aguilasocho.



Entre los caballeros destacó, como es usual, el barítono Josué Cerón, el barón Trombonok por su desempeño actoral y, principalmente, vocal. El único cantante “importado” fue el tenor Santiago Ballerini como el conde de Libenskof, habiendo logrado una actuación que fue de menos a más. Armando Gama tuvo una muy buena función como Don Profondo, en tanto que Enrique Guzmán, Carsten Wittmoser, Carlos López fueron unos correctos Belfiore, Sidney y Don Álvaro. Charles Oppenheim, Don Prudenzio, cantó bien y destacó en lo actoral, arrancando con sus momentos “over the top”, risas al público. Edgar Villalva Jorge Eleazar Álvarez, Felipe Gallegos y Rodrigo Petate hicieron sus partes adecuadamente.

Los números concertantes fueron bien interpretados, especialmente el famosísimo Gran Pezzo Concertato a 14 Voci “Ah! A tal colpo inaspettato”.


Iván López Reynoso dirigió en forma destacada a los solistas, a la Orquesta y al Coro del Teatro de Bellas Artes, éste último preparado por John Daly Goodwin.

Aparte del entusiasmo y calidad de todos los participantes en esta producción hubo circunstancias favorables como el que López Reynoso hubiese dirigido hace dos años esta ópera con los jóvenes de la Academia del Festival Rossini de Pesaro, bajo la supervisión del maestro Alberto Zedda y que Guadalupe Paz en el pasado hubiera interpretado el mismo papel en el mismo Festival; hay que agregar la brillante decisión de Lourdes Ambriz, directora artística por la contratación de Anna Bigliardi quien fungió como coach y directora asistente, y que tiene una experiencia de varios años trabajando con el maestro Zedda en el Festival. Habrá que decir en cinco semanas de ensayos logró milagros al hacer que el estilo rossiniano al menos parcialmente.

En resumen, creo que asistí a la mejor función de ópera en el teatro de Bellas Artes desde hace un buen tiempo. Probablemente no a la mejor actuación individual –el Don Giovanni de Maltman o la Donna Anna de Grimaldi son difíciles de superar aquí y en muchas otras partes– pero sí a la del conjunto. Sólo espero que la experiencia se repita y se siga privilegiando el resultado integral de una producción y no el ego de aquellos directores de escena que no pasan de ponedores, o el de algunos músicos más interesados en lo que sea que no tenga que ver con el público de OBA.



© Luis Gutiérrez Ruvalcaba

Io son ricco, e tu sei bella


L’elisir d’amore en el MET. Marzo 14 de 2016

La producción de L’elisir d’amore que se presenta actualmente en el MET se estrenó en 2012 por Bartlett Sher, el regista de la casa, con diseños de escenografía de Michael Yeargan, vestuario de Catherine Zuber e iluminación de Jennifer Tipton. Es una producción literal de la obra de Donizetti, con una sola modificación, que contradice radicalmente la personalidad de Nemorino quien, en un momento dado, hace a un lado su timidez para propinar una nalgada a su amada que además resulta ser la señora del lugar. Nemorino es tímido y hace honor a su nombre, Nemo en latín significa nadie, que podría llegar a ser “ningunito nadie” en el contexto de esta ópera; seriamente me sorprendió la nalgada. Por supuesto, esa nalgada provoca que Belcore y sus soldados lo repriman golpeándolo.



Aleksandra Kurzak, Adam Plachetka y Vittorio Grigolo


La función fue dominada ampliamente por Aleksandra Kurzak quien nos regaló una Adina brillante e impecable en su canto y actuación. Vittorio Grigolo fue un buen Nemorino, aunque a decir verdad no me pareció lo maravilloso que algunos colegas comentaron. Adam Plachetka encarnó muy bien al pedante sargento Belcore y Alessandro Corbelli interpretó un maravilloso Dulcamara. A decir verdad, el momento que más disfruté fue la barcarola, pues Corbelli y Kurzak lo hicieron con gran belleza al darle un sentido artístico de alta calidad a esta pieza tan poco “intelectual”.



Aleksandra Kurzak, Adam Plachetka y Alessandro Corbelli 

Enrique Mazzola tuvo un buen desempeño al frente de la orquesta y el coro del MET. Hubo dos situaciones extraordinarias de dos instrumentistas en particular; el primer fagot tuvo una actuación sublime durante “Una furtiva lagrima”, y el trompetista del inicio del segundo acto soltó un cornetazo espantoso como sustitución al glissando indicado en la partitura. Mis vecinos de asiento y yo saltamos pues la nota en falso fue demasiado notable.

Como dato aparte, debo decir que fueron muy notables los muchos espacios vacíos, pese a la distribución masiva de boletos a precio de regalo, aún en asientos cuyo precio original es superior a los 200 dólares.

Al final salí buscando a quien cantarle “Io son rico, e tu sei bella”.



@ Luis Gutiérrez Ruvalcaba

La virtù magica


Don Pasquale en el MET. Marzo 15, 2016



Esta producción de Don Pasquale, estrenada hace diez años, fue la última que Otto Schenk hizo para para el MET.

El interior de la casa de Don Pasquale, una mansión en franca decadencia que refleja la decrepitud y tacañería de su dueño,  ocupará el escenario durante el primer cuadro del primer acto, todo el segundo y la primera mitad del tercero. La escenografía del segundo cuadro del primer acto es muy parecida la azotea de la segunda historia de Ieri, oggi, domani en la que el pobre seminarista es seducido por los encantos de Sophia Loren. La escenografía del segundo cuadro del tercer acto es un jardín típico de una casa señorial típicamente mediterránea. Los diseñadores Rolf Langenfass y Duane Schuler formaron con Schenk un poderoso equipo de producción que trabajó junto durante mucho tiempo logrando grandes producciones, consideradas muy conservadoras por muchos, pero que en esta ocasión fue totalmente adecuada al carácter de la ópera, y un homenaje a la relación entre el MET y Otto Schenk.

Esta puesta en escena tiene como eje principal el personaje de Norina. Eleonora Buratto lo hizo estupendamente con una voz que mantiene siempre entonada, con un muy buen volumen y haciendo gala de gran musicalidad. A lo largo “Quel guardo il cavaliere – So anch’io la virtù magica” y el dueto con Malatesta no pude evitar el pensar que Donizetti diseñó el papel de Norina para Giulia Grisi, quien había dado vida a Adalgisa en Norma. El pensar en oír a Ebe Stignani o Dolora Zajick como Norina me hizo cuestionar todo lo que se dice acerca de las tradiciones de la ópera.


Levente Molnár y Eleonora Buratto

Levente Molnár fue un excelente Malatesta, sin quedar a la zaga de nadie en el reparto en cuanto a expresión, coloratura y belleza de voz se refiere.

Ambrogio Maestri es un Don Pasquale enorme (pun intended), que se adueñó vocal y actoralmente del personaje. La diferencia en altura y volumen corporal con Norina y Ernesto logró hacer una muy buena caricatura de las relaciones entre el viejo y los jóvenes.


Ambrogio Maestri y Javier Camarena

La bofetada que Norina da a Don Pasquale es el momento de inflexión dramática de la ópera en el que sabemos que la comedia no es tan alegre como parece, en efecto resalta la crueldad de la burla de los jóvenes al anciano impotente pero aún confiado de sí mismo. Por desgracia, esta bofetada pasó desapercibida, lo que llegó a restar importancia a la modulación que Donizetti escribió en este momento, probablemente uno de los más bellos por su oscuridad que resalta con la claridad del resto.

Molnár y Maestri lograron un “Cheti cheti immatinente” rematado magistralmente por la stretta del dueto, misma que repitieron continuando la tradición que se remonta, dicen, a Lablache y Tamburini, los creadores de los personajes.   

Dejo al final la actuación de Javier Camarena como Ernesto. Lo que logró hacer con su aria tripartita del segundo acto fue impresionante. De entrada le abrió paso el bellísimamente interpretado solo de la primera trompeta que nos hace pensar inevitablemente en Nino Rota, cioè Vito Corleone. A continuación su declamación de “Povero Ernesto” fue cautivador por su tristeza; le siguió el cantabile “Cercherò lontana terra” que en mi opinión fue el mejor momento musical de la función y terminó brillantemente la cabaletta “E se fia che ad altro oggetto”, coronada por un poderoso y largo Re bemol. Por segunda noche consecutiva y por segunda temporada consecutiva, el público del MET exigió el bis, mismo que Camarena ofreció al cantar la segunda parte de la cabaletta, esta vez, ornamentándola con mucho gusto y musicalidad. Me atrevo a decir que Camarena emuló no sólo lo que creemos hizo Mario, o pudo hacer Rubini. Estoy convencido que, en mi humilde opinión, en este momento Camarena es la fuerza dominante entre los tenores belcantistas.

Maurizio Benini hizo una excursión agógica durante la obertura durante lo cual sus tempi fueron muy extraños, alargando los movimientos lentos hasta hacerlos paquidérmicamente lentos y apresurando los rápidos hasta hacerlos ininteligibles. Por cierto los violonchelistas y cornos de la Orquesta del MET brillaron especialmente durante la obertura. El coro ejecutó excelentemente su único número, mismo que en mi opinión puede obviarse por no tener aporte dramático a la ópera.

No puedo terminar este reporte sin mencionar lo que pienso de los bises. El bis más famoso de la historia de la ópera es el bis de Il matrimonio segreto de Domenico Cimarosa, me refiero al bis de toda la ópera el día del estreno, pues así plació al emperador Leopold II. En la mayor parte del mundo operístico los bises habían estado en desuso por mucho tiempo. Los bises que he atestiguado de Javier Camarena han sido respuesta a interpretaciones sensacionales que ceo seguirá teniendo muchos años. Hoy me hubiera emocionado más un bis del cantabile, pero a la mayoría del público le gusta más una nota aguda bien clavada que cualquier otro aspecto musical.

Espero que el bisar no interrumpa la interpretación de un drama musical, y espero aún con más ahínco que el público no piense en que los cantantes batan records; éstos, los records, no son elemento sustantivo de la ópera ni de la calidad de ningún cantante. 


@ Luis Gutiérrez Ruvalcaba




sábado, 19 de marzo de 2016

Andante mozartiano


Le nozze di Figaro en el MET. Marzo 16, 2016


Anita Hartig,Luca Pisaroni y Rachel Willis-Sørensen

Todas las óperas de Mozart, todas, se mueven alrededor de tres ejes dramatúrgicos: el perdón, el triángulo amor–sexo–lujuria y el conflicto de clases, temas que él vivió en diferentes etapas de su vida. Si en alguna de las óperas estos temas son más patentes, es en Le nozze di Figaro, así que si se ignora uno de ellos en su puesta en escena, ésta será deficiente, siendo piadosos al juzgarla.

Beaumarchais escribió Le Mariage de Figaro en 1781 como secuela a Le Barbier de Séville (1775). Es muy fácil intuir que el dramaturgo escribió las comedias en su realidad temporal, es decir durante la veintena de años que precedieron a la Revolución Francesa. Dadas las fechas de escritura de ambas comedias, es plausible pensar que Le Mariage se desarrolla seis años después de la boda de los Almaviva, años en los que pudieron suceder una infinidad de eventos tales como el nacimiento de algunos hijos, ninguno de ellos sobreviviente, muy posibles Infidelidades del conde y  evidentes desamores entre Rosina y "Lindoro". En Le Mariage aparecen dos nuevos personajes, Suzanne y Cherubin, y la acción se desplaza de la urbana Sevilla al campestre Castillo de Aguasfrescas. También sabemos que el conde de Almaviva es el Gran corregidor de Andalucía, es decir el juez supremo de una de las provincias más importantes y ricas del reino de España.

La producción actual de Le nozze di Figaro en el MET se estrenó hace dos temporadas.

El regista, Richard Eyre, decidió mantener la acción en Sevilla pero actualizando la acción a los 1930s, supongo para que el público de nuestros días entienda mejor la moral, filosofía y hasta sociología de la ópera. Esto es mucho suponer pues una gran parte del auditorio no dilucida la diferencia entre los 1930s y los 1780s en el contexto de esta ópera en particular. Otra parte del público (en la que me incluyo) puede objetar que el poder del Gran corregidor de Andalucía pre–Revolución Francesa era incomparablemente mayor que el de un juez andaluz inmediatamente antes o durante la guerra civil española.

Entiendo que muchos directores de escena quieran actualizar sus producciones de ópera para establecer una posición personal ante un tema dramático en particular; creo que Don Giovanni es actualizable sin  perder la esencia de la ópera, y que Così fan tutte hace mucho sentido actualizándola a nuestros días. En el fondo de Le nozze di Figaro, el poder absoluto del aristócrata y la confrontación social que esto genera, son mucho más formidables en el contexto previo a la Revolución Francesa que en de antes o durante la guerra civil española. Habrá que recordar que antes de la guerra civil la izquierda liberal ejercía el poder en España, en tanto que la reacción mojigata y retrógrada fue la que se rebeló, y al final venció, lo que es una situación totalmente opuesta al momento en el que se llevaron a cabo las comedias de Beaumarchais, los libretos de Da Ponte y las óperas de Mozart. Michel Haneke conocido por sus disloques temporales de varias obras, afirmó durante su producción de Così, que se presentó con mucho éxito en varias casas europeas durante 2014 y 2015, que la única ópera que no puede, ni debe, actualizarse es Le nozze di Figaro, ya que el trasladarla en el tiempo la desnaturaliza.

Rob Howell diseñó escenografía y vestuario. El castillo de Aguasfrescas está representado por una enorme estructura giratoria de varias plataformas giratoria en la que se presentan cuatro ambientes en los que se desarrolla la obra: la habitación de Figaro y Susanna, la habitación de la condesa, un enorme espacio que funciona, es un decir, como despacho del conde, sala de reconciliación de los plebeyos y boda de las dos parejas, y un jardín en el que no se logra dar la apariencia de oscuridad que rodee a los personajes, haciendo que todos los encuentros y v desencuentros del Finale más bello de la historia de la ópera, se perciban absolutamente falsos. Las paredes están adornadas por celosías que sugieren la arquitectura morisca de Andalucía. La producción deja cabos sueltos, a veces insignificantes, pero a veces flagrantes. La habitación de la condesa queda cerrada herméticamente al salir los Almaviva por herramientas para abrir el vestidor donde se encuentra Cherubino. Después de que el paje salta por la ventana, ésta permanece abierta, lo que pasa desapercibido por Almaviva al regresar. O bien el director omitió hacer que se cerrara, o simplemente pensó que Almaviva es suficientemente tonto para no darse cuenta de ello. Creo que la solución técnica de esto no requiere de una computadora de alta velocidad.

El vestuario es coherente con el de los 1930’s y la iluminación de Paule Constable es muy buena en los tres primeros actos, pero mala en el cuarto pues no sugiere lo nocturnal del jardín aunque es cierto que la iluminación de este acto es muy difícil, pues debe dejar que el público vea a la acción, a la vez que sugiera la noche en el jardín.

Cherubino y Barbarina cantaron “Amanti costanti”, lo que es garantía de una buena interpretación, aunque hace que se ignore  por completo la dramaturgia en un momento tan crucial como éste, en el que las doncellas, no el paje enamorado de todas las mujeres del universo, agradecen no ser violadas por el poderoso.

Sir Richard adoleció de defectos de los directores anglosajones al presentar a un Basilio afeminado más que insidioso y despreciable y mover el aria de la condesa en el tercer acto, “Dove sono”, del orden original de la partitura en el que aparece después del sexteto, a precederlo.

En mi opinión, uno de los grandes pecados de los productores es divertir al respetable durante la obertura. Tratándose de la obertura de Le nozze di Figaro, el pecado es mortal, y haciéndolo con lo que presentó el director, el pecado fue mortal al cuadrado. Ver un tráiler de la escenografía es intrascendente. Decidí que debería ignorar lo que pasaba en el escenario, de lo que no me arrepiento pues la obertura estuvo muy bien interpretada. 

Hoy descubrí a Anita Hartig, quien cantó una Susanna de antología. No hablaré de la belleza de su voz y su entonación perfecta, tampoco lo haré de su impresionante calidad actoral, es más tampoco de la belleza de las piernas con las que remata la seducción del conde, sólo digo que el momento culminante de la noche fue su aria del cuarto acto, “Deh vieni non tardar, o gioia bella!” que cantó –para expresar imperfectamente en palabras lo que la música transmite– haciendo el amor con el director Fabio Luisi al lograr una unión artística que me hizo estremecer por lo voluptuosa. No me queda más que exclamar ¡qué Susanna!


Deh vieni non tardar, o gioia bella!
 
Isabel Leonard volvió a demostrar que es el Cherubino de nuestros días. Cuando cantó “Voi che sapete”, ese maravilloso soneto dantesco que Da Ponte intercaló en el segundo acto y con el que Mozart demuestra lo que es componer con una orquesta reducidísima, me hizo colocarla en el grupo de mezzosopranos de las que se hablará con añoranza y admiración en un futuro que espero esté muy lejano.  Actoralmente es un adolescente con todos los defectos y virtudes que puede tener un joven a los 14 años, especialmente si pertenece a las clases altas, como pertenecían los pajes en el siglo XVIII pues eran cadetes de la aristocracia. Sólo en un momento, durante el diálogo con la condesa ya vestido como chica –¡Oh Freud, una chica que hace un papel de chico y que se disfraza como chica!– los estrógenos reales ganaron la batalla a la testosterona actuada, y dejo por dos o tres segundos de ser el paje cachondo para mostrarnos su hermoso yo femenino.


Isabel Leonard y Mikhail Petrenko

Rachel Willis-Sørensen también cantó espléndidamente a la condesa. Con mucha seguridad en los números de conjunto, especialmente en el terceto del tercer acto en el que su ascensión al Do sobreagudo fue espléndida y en “Canzonetta sull’aria” alternó frases con Hartig dando por resultado una carta inolvidable. Su interpretación de las arias del personaje fue también de muy buena calidad.

Luca Pisaroni se ha convertido poco a poco en el dueño del papel del conde. Tiene una hermosa voz, gran musicalidad, presencia atractiva y maestría actoral. Fue un Almaviva excelente.

Como sabemos, no existe la perfección y en esta ocasión Mikhail Petrenko como Figaro, fue el eslabón débil del reparto. No puedo decir que no haya cantado bien o que su actuación haya sido deficiente, sólo puedo afirmar que nunca llegó a ser el personaje epónimo de esta ópera. Esto se hizo patente desde el primer dueto, en el que no sólo es el tema de Susanna el que domina al de Figaro, sino fue claro que la Hartig lo dominaría a lo largo de toda la ópera como en efecto sucedió. Aún hoy recuerdo vívidamente el desempeño de las tres mujeres y el Pisaroni, en tanto que al salir del teatro ya no recordaba el de Petrenko.

Maurizio Muraro es uno de los grandes Bartolos del momento y logró cantar “La vendetta” espectacularmente. Sussane Mentzer como Marcellina, Robert McPherson como Basilio, Paul Corona como Antonio, Scott Scully como Don Curzio y Ashley Emerson cooperaron a lograr una función que tardaré en olvidar.

Fabio Luis dirigió una de las mejores funciones de esta ópera que he visto en mi vida. Estoy convencido que la forma en que Luisi entiende el andante de Mozart es incontrovertible. La función se transmitió en vivo por lo que debe de existir una grabación que el MET debería compartir con aquellos directores de obras de Mozart que estén interesados en conocer cómo interpretar este tempo.

En resumen, pese a la puesta en escena, puedo decir que pasará mucho tiempo para que olvide esta función.


© Luis Gutiérrez Ruvalcaba


jueves, 10 de marzo de 2016

El principio de los "años en la prisión" de Verdi


El lugar de Ernani en la carrera de Verdi.



Giuseppe Verdi ca. 1850

Giuseppe Verdi escribió a su amiga la condesa Clara Maffei en 1858: “No he tenido una hora de paz y tranquilidad desde Nabucco, dieciséis años de trabajos forzados.”[i] Hoy día los biógrafos, hagiógrafos y académicos de Verdi, consideran que los “anni di galera” corresponden al período comprendido entre la premier de I Lombardi alla prima crociata y el momento cuando el compositor se estableció en su propiedad de Sant’Agata cerca de Busseto.

La agenda de Verdi pareció realmente de trabajos forzados entre 1843 y 1849, cuando compuso una, dos, y hasta tres óperas anuales. En 1844, estrenó Ernani y en 1845 compuso I due Foscari, Giovanna d’Arco y Alzira, Attila en 1846, Macbeth, I masnadieri y Jérusalem en 1847, Il corsaro en 1848 y La battaglia di Legnano en 1849. En 1850 compuso y estrenó Luisa Miller y Stifellio en 1851 a la vez que trabajaba en Rigoletto, que se estrenó el 11 de marzo de 1852 en el Teatro La Fenice.

Trece óperas en nueve años son, en efecto, una carga de trabajo muy fuerte.

En adición, Verdi no sólo componía sino supervisaba la escenificación de sus obras, por lo que tuvo viajó por toda Italia, logrando hacerse un nombre en el ambiente nacional de la ópera. Tuvo premieres en todas las capitales de la península, convirtiéndose un símbolo de “il Risorgimento”. También viajó a Viena para su primer estreno internacional, Nabucco en 1844 y a París y Londres en 1847 para los estrenos de Jérusalem e I masnadieri respectivamente.

Durante los años de trabajos forzados, Verdi también tuvo que luchar con los sacrosantos cantantes. Un buen ejemplo es el que haya preparado tres versiones totalmente orquestadas para que Felice Varesi escogiese una para el final de Macbeth.

En ese periodo, Verdi aprendió a trabajar con diferentes tipos de libretista; en algunos casos tomó la mayor carga, como al trabajar con Piave, poeta sin experiencia en asuntos teatrales, y en otros sugiriendo ideas, o imponiéndolas, a hombres de teatro como Cammarano. En todo caso, Verdi siempre trabajó muy cerca de sus libretistas como todo gran compositor de ópera.

Estos años en la cárcel, no sólo dieron a Verdi fama y dinero, mucho dinero, sino fueron tierra fértil para que madurasen sus talentos musicales y, sobre todo, lograse desarrollar un estilo personal.


El inicio de los “anni di galera”. Ernani

Después del estreno exitoso de I Lombardi alla prima crociata, el Conde Alvise Mocenigo, cabeza del Teatro La Fenice de Venecia, contactó a Verdi para que presentase la ópera del inicio de la temporada de Carnaval 1843–1844, y compusiese otra nueva ópera a presentar más tarde en la temporada. 

Verdi fue capaz de negociar una buena suma por su trabajo, 12,000 liras, a ser pagadas la noche del estreno, lo que no se acostumbraba en esos días.[ii] El libreto fue su responsabilidad por lo que tuve que contratar a un libretista y pagarle con sus honorarios.

El compositor inició la búsqueda de un libreto adecuado, lo cual no fue un asunto sencillo. Por primera vez en su vida pensó en King Lear, pero lo desechó como lo hizo con The Corsair de Byron, ya que no contaba con un barítono de alta calidad.

Quería a Temistocle Solera (libretista de Nabucco e I Lombardi) o a Salvatore Cammarano para The Bride of Abydos, pero no estaban disponibles. También hizo una sinopsis de Caterina Howard aunque le disgustaban los personajes. Pensó en Cola di Rienzi y Caduta di Longobardi, pero las olvidó rápidamente. En julio de 1843 pensó en The Two Foscari de Byron probablemente con Felice Romani en mente, pero la administración de La Fenice creyó que el tema podría ser ofensivo para algunas familias venecianas. Compuso posteriormente I due Foscari para Roma en 1844.

Es en este momento, julio de 1843, cuando el secretario de la Fenice, Guglielmo Brenna, presenta en carta a Verdi a Francesco Maria Piave, un poeta inteligente aunque inexperto en cuanto a los asuntos teatrales. Piave había estado trabajando en Allan Cameron, un tema relacionado con Carlos II de Inglaterra. El libreto le gustó a Verdi, y éste de pidió reducirlo lo más posible para lograr un libreto efectivo para una ópera.[iii]

A fines de agosto, cuando el libreto ya estaba completo, el conde Mocenigo sugirió Hernani, la pieza de Victor Hugo. La censura ya había aprobado el trabajo de Piave, por lo que sus honorarios  deberían pagarse. Sin importar esto, Verdi se entusiasmó con el drama francés y, al ser responsable de la ópera, se decidió por la obra de Hugo. Piave se desilusionó, pero afortunadamente para él y para Verdi, accedió a hacer el nuevo trabajo modificando lo que necesitaba modificarse para lograr un libreto acorde a las intenciones de Verdi, quien, obviamente, supervisó casi todas las palabras que empleó el poeta.  

Verdi también estableció en el contrato que tendría que entregar la partitura completa justo antes del ensayo general, de acuerdo a su método personal de composición en el que finalizaba la orquestación después de conocer a los cantantes.

Como se mencionó, Verdi tuvo que batallar con los cantantes, especialmente con la prima donna, Sofia Loewe, al negarse a proporcionarle un lucidor rondò, manteniendo su solución al terminar la ópera con un trío.[iv] La integración del reparto fue un objeto de conflictos, dada la inconformidad de Verdi con los cantantes que le proporcionaba La Fenice, aun considerando la libertad contractual de escoger cantantes, sólo limitados a los que tenía contratados el teatro esa temporada.

La premier de Ernani se realizó el 9 de marzo de 1844 y la ópera fue considerada un éxito absoluto, pese a la insatisfacción de Verdi con respecto a los cantantes.[v] El éxito de esta ópera abrió a Verdi las puertas de todos los teatros de Italia y de Europa.


La ópera

El preludio de Ernani es muy importante. Inicia con un siniestro motivo musical en las trompetas, trombones, timbales y cuerdas, seguido sólo por violonchelos[vi]; este motivo recurrirá en la ópera. Es el motivo del “compromiso”, que se escuchará cuando Ernani compromete su vida a Silva en el dueto del acto II, escena xiii en el que da a éste su cuerno de caza[vii] comprometiéndose a morir cuando Silva lo pida, siempre que sea después de que ambos se venguen de su rival de amores, Carlo; volveremos a oír este motivo en acto IV, escena vi, cuando Silva regrese a reclamar la vida de Ernani.[viii] Después del motivo del “compromiso”, oímos por quince compases un motivo más lírico en las maderas, con un toque de pizzicato de los violonchelos; regresa el “compromiso” seguido de nuevo por el motivo lírico que es una extensión del momento de felicidad de Elvira y Ernani exactamente después de la boda, acto IV, escena iv.[ix] Este preludio se entendería mejor si se interpretase como postludio, aunque bien podría entenderse como la obertura de Gluck que nos introdujera a la historia que se desarrollará en la ópera.



Preludio
James Levine, Metropolitan Opera Orchestra

El acto I, “El bandido”, inicia con un coro masculino que introduce el recitativo y cavatina de Ernani, en concordancia con el todavía vigente código Rossini. Elvira, sola al inicio, y después con sus damas de compañía que llegan, expresa sus sentimientos de repulsión por Silva, su tío y prometido, seguidos de sus deseos amorosos que le despierta Ernani en la famosa cavatina “Ernani, Ernani, involami”, cuya bravura demanda exige una soprano del tipo de Abigaille. Las demandas de la soprano se hacen más evidentes en el dueto y el trío con Carlo y Ernani que sigue, en los que Elvira despliega sus rangos emotivo y vocal llegando a un si bemol bajo el pentagrama[x] y elevándose casi histéricamente hasta cantar do en alto tres veces,[xi]al resistir los intentos de Carlo contra su virtud, llegando a considerar el regicidio. Este dueto caracteriza tanto a Elvira como a Carlo, a ella como una dama española de mucho carácter, y a él como a un primo cercano de Don Giovanni. Él usa todo su arsenal para seducirla pero ella, sólida como una roca, no sólo lo rechaza, sino mantiene sus pensamientos en Ernani; en este momento, las instrucciones escénicas nos dicen que el bandido ‘viene da un uscio segreto’.[xii]



'Ernani, Ernani, involami!'
Anita Cerquetti; Dimitri Mitroppolos, Orchestra del Maggio musicale fiorentino

En el dueto que se convierte en trío, Verdi escribió una línea vocal para Don Carlo, barítono, usando principalmente la tercera parte superior del registro, continuando lo que el compositor ya había inaugurado con Nabucco, y que será una característica que se mantendrá en todas las óperas de Verdi. Algunos académicos piensan que Verdi fue el compositor que definió realmente el rango del barítono como una voz separada de la del bajo. El barítono se convirtió en el antagonista del tenor como en esta ópera, probablemente por el hecho de que la voz del barítono es más acercada a la realidad en comparación con la voz estilizada del tenor. Verdi da al barítono una calidad distintiva, diferente a la que le dan Bellini o Donizetti que es prácticamente la de un basso cantante.[xiii] 

En mi opinión, el peso musical y dramático que Verdi dio a la voz del barítono es una parte esencial del estilo que desarrolló en sus “años de trabajos forzados”. Aunque el dueto–trío del primer acto le da un peso importante a la voz del barítono, la escritura de las líneas vocales de tenor y soprano, quienes cantan la mayor parte del tiempo en unísono o en sextas paralelas, es propia de la estructura tradicional de composición de la ópera italiana.

El primer acto termina con la intervención de Silva quien se enfurece al encontrar a su prometida con dos hombres, lo que además provoca que sienta su honor agraviado. Después de la premier, en Milán o en Viena, no hay certeza de dónde, interpoló una cabaletta para Silva;[xiv] Verdi opuso resistencia, principalmente por ser una concesión a un buen cantante, todavía un factor de peso en sus “anni di galera”. La intervención de Silva termina en un crescendo de estilo puramente  rossiniano. 

El segundo acto, “El huésped”, tiene su clímax cuando Ernani compromete, bien podría decirse hipoteca, su vida a Silva. También incluye la primera escena de confrontación que Verdi compuso para un barítono y un tenor, en la escena y aria de Don Carlo. En la escena, Verdi caracteriza a Carlo como un rey vengativo. El código de honor a ultranza que comparten Silva y Ernani tiene su mayor importancia en este acto.

El preludio del tercer acto es una pieza de tan sólo quince  compases interpretados por clarinete bajo, clarinetes y fagotes; es uno de los momentos que nos permitirán ver algo de las orquestaciones delicadas que Verdi nos regalará en el futuro.

Este acto, “El perdón”,  es una pieza teatral dividida en tres segmentos muy bien diferenciados. El primero es un hermoso tapiz de poder y conspiración. El rey, todavía solamente Carlos I de España, es uno de los candidatos a ser elegido como el soberano del Imperio Habsburgo, el hombre más poderoso del  mundo. A solas, medita acerca de ser emperador con las más heroicas palabras del libreto de Piave: “ah! …e vincitor de’ secoli il nome … mio farò”, que Verdi envuelve en una melodía que hace prever los mejores momentos de Di Luna. Al terminar el cantabile, Carlo se esconde tras de la tumba de Carlomagno a esperar el resultado de la elección, y a atestiguar la conspiración que lidera Ernani contra él.

La conspiración, modelada en el final del segundo acto de Guillaume Tell, tiene un diseño muy simple que culmina maravillosamente en el coro “Si ridesti il leon di Castiglia”, la contribución de Verdi a il Risorgimento en esta ópera, lo que también caracterizó las obras que compuso Verdi en sus años en las galeras. “Si ridesti il Leon di Castiglia” es un coro unísono de rebelión, no tan famoso como su gran predecesor “Vá, pensiero”, pero más impactante al oírlo en el contexto de la ópera. Me gusta imaginarme al público veneciano cantando “Si ridesti il Leon di San Marco” al abandonar La Fenice.



'Si ridesti il lion di Castiglia'
Riccardo Mutti, Coro e Orchestra del Teatro alla Scala

El acto termina cuando Don Carlo, ahora emperador Carlos V, se muestra a los conspiradores al oír el cañón que anuncia el fin de la elección. En este momento Hugo, Piave y Verdi cambian el carácter de Carlo, pues se convierte en un hombre magnánimo que perdona a los conspiradores y aun bendice la unión de Ernani, Don Juan de Aragón en realidad, con Doña Elvira. El emperador canta un himno de alabanza a Carlomagno, que los presentes convierten en otro que ensalza la magnanimidad de Carlos V.

El acto IV, “La máscara”, es el más corto de la ópera y sólo tiene dos escenas; la primera es el baile nupcial de Elvira y Don Juan de Aragón y la segunda, y última de la ópera, en la que se oye a Silva tocando su cuerno de caza a la vez que percibimos los dos motivos mencionados en el preludio y en el segundo acto, pues regresa a “cobrar” la promesa que le hizo Ernani. El trío que termina la ópera, entre Elvira, Ernani y Silva no se ajusta a las convenciones de la época, al contrario, es muy original llegando a ser una molestia para la prima donna quien, como ya se mencionó quería el rondò finale convencional. Por fortuna, Verdi ganó esta batalla con los cantantes.



 Trio final
Nicolai Ghiaurov, Plácido Domingo, Mirella Freni, Riccardo Muti, Orchestra del Teatro alla Scala


Ernani no solo inaugura los “anni di galera” de Verdi, sino también deja ver lo que sucedería durante ellos. El compositor trabajó fuertemente, tanto en las negociaciones de su contrato, como en el tener que elegir tema, escoger libretista, y supervisar el trabajo de éste arduamente. Su batalla con los cantantes fue intensa, empatando en esta ocasión, al ceder en la cabaletta para Silva, pero negarse a componer el rondò finale para la prima donna. Hizo, también, una declaración contundente de apoyo al Risorgimento con “Si ridesti il Leon di Castiglia”. A partir de Ernani, su trabajo le proporcionó mayor fama nacional e internacional que la que alcanzó Bellini con Norma, por ejemplo, y mucho dinero. Esto le permitiría desarrollar sin presiones sus dotes musicales dramáticas para lograr un estilo personal que explotaría ampliamente en sus siguientes óperas.



© Luis Gutiérrez Ruvalcaba



[i] I coppialetere di Giuseppe Verdi edited by A. Luzio & G. Cesari (Milan, 1913), in Julian
     Budden, Verdi. The Master Musicians series (London: J.M. Dent, 1993), p.179.
[ii] Budden, J., Verdi. The Master Musicians series (London: J.M. Dent, 1993), p. 22.
[iii] Budden, J., The Operas of Verdi, Vol. I., (Oxford: Clarendon Press, 1992) p. 141.
[iv] Idem, p. 4.
[v] Carta a Giuseppina Appiani del 10 de marzo de 1844. Charles Osborne ed., Letters of
      Giuseppe Verdi. (New York: Holt, Reinehart and Winston, 1971), p. 19.
[vi] Giuseppe Verdi, Ernani. Vocal Score basado en la edición crítica. (Milano: Ricordi, 1995),
       p.1, compases 1–8.
[vii] Idem, p.242, compases 72–79.
[viii] Idem, pp.348–349, compases 97–104.
[ix] Idem, pp 340, compases 6–8.
[x] Idem, p.65, compás 99.
[xi] Idem, p.77, compás 200; p.83, compás 255 y p.87, compás 299.
[xii] Idem, p.70, compás 130.
[xiii] Celleti, R., en The Verdi Companion editado por William Weaver y Martin Chusid. (New
         York: W.W. Norton & Company, 1988), p. 226.
[xiv] Budden, J. Idem, p. 167.