domingo, 29 de noviembre de 2015

"Nunca en toda mi vida vi a Mozart encolerizado, es más, enojado."

Carta de Sophie Weber-Haibel a Georg Nikolaus von Nissen.

Sophie Haibel fue la menor de la hermanas de Constanze Mozart y Nissen el segundo esposo de ésta.
7 de abril de 1825

Ahora tengo que contarte sobre los últimos días de Mozart. Bueno, Mozart se hizo más aficionada a tu difunta madre   y ella a él. De hecho a menudo él iba apresuradamente al Wieden (donde vivíamos en la Goldner Pflug), llevando bajo su brazo una bolsita con café y azúcar, que entregaba a nuestra buena mamá diciendo, ‘Con esto, madre querida, ya puedes tener el café de la tarde’. Ella gozaba como niña de esto. Él lo hacía muy a menudo. En pocas palabras, al final Mozart nunca vino a vernos sin traer algo,


Cuando Mozart cayó enfermo, le hicimos un camisón que podía ponerse hacia el frente, ya que por su inflamación era incapaz de voltearse en la cama. Entonces, como no sabíamos qué tan seria era su enfermedad, también le hicimos una bata acolchada (de hecho, su querida esposa, mi hermana, nos había dado los materiales para ambas piezas), para que cuando se levantase pudiese tener todo lo que necesitara. Lo visitamos a menudo y se veía encantado con la bata. Yo solía ir a la ciudad   todos los días para verlo. Un sábado cuando estaba con él, me dijo: ‘Querida Sophie, dile a mamá que estoy bien y que iré a felicitarla a la semana del día de su santo’. ¿Quién podría estar más encantada que yo llevando estas noticias alentadoras a mi madre, cuando apenas podía esperarlas? Me apuré a ir a casa para confortarla, especialmente porque él parecía brillante y feliz. El día siguiente fue un domingo. Yo era joven y algo vanidosa, lo confieso, y me gustaba vestir elegantemente. Pero nunca me importó ir caminado del suburbio al centro bien vestida pues no tenía dinero para alquilar un coche. Así que le dije a mamá: ‘Querida mamá, hoy no voy a ver a Mozart. Estaba tan bien ayer que seguramente hoy estará mejor, y un día más o menos no harán mucha diferencia’. Bueno, mi madre dijo: ‘Oye esto. Hazme un café y entonces te diré o que deberías hacer.’ Prefería mantenerme en casa; y, en efecto, mi hermana, sabe cuánto tengo que estar con ella. Fui a la cocina. El fuego estaba apagado. Tuve que encender una vela y encender el fuego. Todo el tiempo estaba pensando en Mozart. Hice el café y el fuego aun ardía. Entonces noté cuan desperdiciada había sido con la vela, quiero decir, que se había quemado mucha cera. Todavía brillaba, me quedé viendo la vela y pensé para mis adentros, ‘Como amaría saber cómo es Mozart’. Cuando pensaba y veía la vela, se apagó, tan absolutamente como si nunca hubiese estado encendida. Ninguna chispa brillaba en el pabilo sin que hubiese la menor corriente – eso lo puedo jurar. Tuve una sensación horrible. Corrí con mamá y le dije todo. Ella dijo: ‘Bueno, quítate tus ropas elegantes y en este momento ve al centro por noticias de él. No te dilates.’ Me apuré todo lo que pude. Me asusté cuando vi a mi hermana, quien casi desesperada pero tratando de calmarse, vino a mí diciendo: ‘Gracias a Dios que viniste querida Sophie. La noche pasada estuvo tan mal que creí que no estaría vivo esta mañana. Quédate conmigo, ya que si tiene otro mal momento, morirá hoy en la noche. Ve un momento con él y ve cómo está.’  Traté de controlarme y fui al lado de su cama. Él me pidió que me acercara y me dijo: Ah, querida Sophie, que contento estoy que hayas venido. Debes quedarte en la noche y verme morir.’ Traté de ser valiente y de persuadirlo de lo contrario. Pero a todos mis intentos sólo decía: ‘¿Por qué, ya tengo el sabor de la muerte en mi lengua quién apoyará a mi querida Constanze si tú no estás aquí?’ ‘Sí, sí, querido Mozart,’ trataba de infundirle confianza, ‘pero tenemos que regresar a decir a nuestra madre que quieres que me quede contigo esta noche. De otra forma, ella pensará que sucedió lo peor.’ ‘Sí, hazlo,’ dijo Mozart, ‘pero asegúrate de regresar rápido.’ ¡Oh Dios, que pena sentí! Mi pobre hermana me llevó a la puerta y me pidió por el cielo ir a los curas de San Pedro e implorarles que uno viniera a ver a Mozart–como si fuese un llamado a una nueva oportunidad. Lo hice, pero me hicieron esperar mucho y me dio mucho trabajo persuadirlos para que uno de esos brutos curas fueran a verlo. Entonces corrí a mi madre quien me esperaba ansiosamente. Ya estaba oscuro. Pobrecita, ¡qué desazonada estaba! La persuadí de ir a pasar la noche a casa de la ahora muerta Josefa. Entonces corrí tan rápido como pude de vuelta con mi apesadumbrada hermana. Süssmayr estaba al lado de la cama de Mozart. El famoso Requiem estaba sobre la colcha y Mozart le explicaba cómo, en su opinión, debería completarlo, cuando muriera, Más aún urgió a su esposa mantener su muerte en secreto hasta que hubiese informado a Albrechtsberger, porque la posición debería ser suyo ante Dios y el mundo. Se buscó por todos lados al Dr. Closset, a quien se encontró en el teatro, pero tenía que esperar hasta que terminase la función. Llegó y ordenó que se pusieran compresas frías en la cabeza ardiente de Mozart, lo que a tal grado que cayó inconsciente, permaneciendo así hasta que murió. Su último movimiento fue un intento de expresar con su boca los pasajes de los timbales en el Requiem. Todavía puedo oír eso.  Müller  de la Galería de Arte vino e hizo un molde de su cara muerta y pálida. No tengo palabras, querido hermano, para describir como su devota esposa en absolutamente afligida cayó sobre sus rodillas e imploró al Todopoderoso por Su ayuda. Simplemente no podía separarse del cuerpo de Mozart, aunque le insistí que lo hiciera. Si era posible aumentar su pesar, esto pasó en aquella noche espantosa, cuando multitud de gente pasó y lloró y gimió por él. Nunca en toda mi vida vi a Mozart encolerizado, es más, enojado.