miércoles, 8 de noviembre de 2017

Hay chocolates amargos, con leche y hasta blancos


Otello en Bellas Artes. 7 de noviembre de 2017




Otello es, sin duda, una de las cúspides de la ópera. También es, sin duda, la ópera basada en cualquier obra de Shakespeare que es capaz de tener una potencia similar al original. Por esto último, creo que cualquier director de escena que se respete debe prepararse para producir la ópera estudiando Othelo a fondo, leyendo con gran cuidado el libreto de Arrigo Boito, la correspondencia entre éste y Giuseppe Verdi, y, ya es mucho pedir, estudiar la partitura de la ópera, aunque sólo sea la reducción a voces y piano. 

Desde Un ballo in maschera, Ricordi publicó un cuaderno de disposiciones escénicas, Disposizione scenica, como elemento a seguir en los teatros italianos donde se presentasen las óperas de Verdi sin su presencia. El cuaderno más detallado de todos es el de Otello. Si los productores leyesen este documento entenderían mucho acerca de los porqués del libreto y, sobre todo, de la música de esta obra maestra. Estas Disposizione scenica no son un corsé, sino una guía de producción en la que Verdi incorporaba todos los avances tecnológicos de su época para lograr transmitir al público sus intenciones y su entendimiento de su obra. Estoy cierto que hoy día un cuaderno de estas características incorporaría los avances técnicos sucedidos en los últimos 130 años, así como mucho de las interpretaciones de la obra de Shakespeare. En mi opinión la lectura de este instrumento no significa que el productor se tuviera que ceñir a lo estipulado en él, pero le sería de gran ayuda para definir un marco en el que se pudiese contar la tragedia de Otello, Iago y Desdemona en forma libre y creativa, sin apartarse o contradecir, las “intenciones” del compositor. Por cierto, aunque la colaboración entre Verdi y Boito fue muy intensa, en este caso no tengo la menor duda de que “el compositor es el dramaturgo”.

¿A qué viene todo esto me preguntarán? Yo respondería que, dado lo que presencié hoy en el escenario del Palacio de Bellas Artes, es claro que el director de escena, Luis Miguel Lombana, no leyó Othelo, no estudio el libreto de Boito ni la partitura de Verdi, ni, puedo apostar 1,000 a 1, se tomó la molestia de leer las Disposizione scenica. No me queda más que mencionar dos ejemplos: el traje de amazona de Desdemona durante el dueto del acto I implica que se encontraba en la nave Otello; si no es así, no creo que un traje de montar sea lo indicado para seducir al general que regresa victorioso –algunos me dirán que hay fetiches que no conozco– si es así, que viajase con su esposo, no tendría sentido que Iago convenciera a Otello que Desdemona, que estaba con él, le había sido infiel con Cassio, que estaba en tierra. Estoy seguro de esto último porque es él quien canta “Or la folgor lo svela... È la nave del Duce… Ergi il rostro dall’onda.”; el otro ejemplo sucede en uno de los momentos culminantes, quizá el punto álgido, de la tragedia al final del tercer III, cuando Iago exclama “Ecco il Leone!” –en esta producción Otello se encuentra en un extremo del escenario inconsciente vencido por una convulsión–  pero el alférez es muy respetuoso de la autoridad de su superior y decide marcharse por el otro lado, sin demostrar su victoria pisando la cabeza del moro. Y hablando de moro, Don Luis Miguel decide mostrarnos un Otello blanco como los habitantes de Lituania y no moreno. No se necesita que sea negro, sencillamente que sea moreno. Si se pensó que una alusión al color de la piel podría considerarse racista, se logró exactamente lo contrario; evitar el color de la piel del papel epónimo fue estrictamente racista. El director no olvida que Otello es sarraceno al exhibirlo blandiendo una cimitarra en el acto IV. 

Seguir hablando de la producción, incluyendo la escenografía y el vestuario de Adrián Martínez Frausto y Estela Fagoaga respectivamente, o de la “coreografía de combate” diseñada por José Carriedo y Américo del Río – durante el combate entre Cassio y Montano, otros ocho soldados, unos con casacas azules como de mosqueteros y otros rojas como de guardias de Richelieu, acompañan la acción también con espadas para convertirse posteriormente en omnipresentes siervos – es un trabajo estéril pues el mayor mérito de la puesta en escena es no haber estorbado la parte musical de la ópera. 

Otello no es un personaje fácil de interpretar pues requiere de una voz más expresiva que bella, mucha estamina y capacidad de dominar la dinámica completamente. Desde su presentación, la más espectacular de la historia de la ópera, en la que con voz estentórea declara “Esultate…” con toda la fuerza posible, hasta el final de la ópera en la que “un altro bacio…” debe cantarse mezza voce y pp. Además, debe ser un actor consumado que al inicio la ópera retorna vencedor del enemigo y la naturaleza, y poco a poco se vaya convirtiendo en una piltrafa humana. Durante el acto IV ya se convierte en un animal salvaje capaz de ejecutar un acto deplorable asesinando a quien ama y que a su vez lo ama. Hoy vi un Otello mucho más violento que el usual, no sé si por iniciativa del cantante o del director de escena, manteniendo la violencia a lo largo de toda la ópera. El tenor lituano Kristian Benedikt tuvo una interpretación vocal destacadísima. Es probable que ésta mejore cuando tenga más cuidado en el manejo de su dinámica. 

El barítono italiano Giuseppe Altomare fue un Iago malvado e inteligente, más inteligente que malvado. Como sabemos su parte musical es más declamatoria que la de Otello y, probablemente más difícil dado el impresionante número de cromatismos que le presenta la partitura. Su catecismo, el “Credo” fue realmente impresionante, tanto que no faltó quien interrumpiera con aplausos el flujo musical del acto. Su actuación no mereció un pero.





Pese a haber tenido excelentes intérpretes como Otello y Iago, la estrella de la noche fue la joven cantante rusa Elena Stikhina quien encarnó una grandiosa Desdemona. Desde el dueto del acto I exhibió una bella, potente y carnosa voz muy apropiada al papel. En los actos intermedios creció en dramatismo para culminar una hermosísima “canción del sauce” seguida del Ave Maria. Su actuación fue también impecable pese a las limitaciones que le impuso la dirección de escena. En adición del concepto presentado en el acto I, durante la escena de humillación del acto III, Otello le da una bofetada que, pese a pasar casi a un metro de su cara, la hace caer sin más ni más. Este es otro momento del que Lombana no entendió su importancia psicológica y dramática., o se inspiró en el golpe fantasma de Cassius Clay que hizo caer a Sonny Liston. 

Los papeles secundarios fueron bien ejecutados, especialmente Cassio interpretado por Andrés Carrillo, y Montano que cantó Tomás Castellanos –un “È l’alato Leon” mal puesto puede echar a perder una función; Encarnación Vázquez como Emilia, Enrique Guzmán como Roderigo, Alejandro López como Ludovico y David Echeverría como el heraldo no desentonaron con el todo.

Hacía muchos años que no atestiguaba una buena actuación de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes; por fortuna la de anoche fue una función excelente. Los metales y los violonchelos durante el acto I estuvieron espectaculares. ¿Por qué no lo hacen siempre así?

El Coro del Teatro de Bellas Artes, esta vez preparado por Pablo Varela, tuvo un inicio inseguro durante la tormenta, pero mejoró en “Fuoco di gioia!” y estuvo excelente en el tercer acto. Durante la serenata del segundo acto el coro infantil Grupo Coral Ágape dirigido por Carlos Alberto Vázquez tuvo una buena actuación.

Al final me quedo con el director concertador, Srba Dinic, como el real héroe de la función, pues fue capaz de extraer de la orquesta, los coros los solistas, la que, en mi opinión, ha sido la mejor función musical a la que he asistido en el Palacio de Bellas Artes en mucho tiempo.

Termino aplaudiendo a los intérpretes de este Otello y abucheando al “equipo creativo”, que, contra la tradición de salir en todas las funciones a recibir las ovaciones del público, no lo hizo en esta ocasión; por algo lo habrán decidido.

© Luis Gutiérrez Ruvalcaba

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