sábado, 28 de abril de 2018

Primera ópera de la temporada de la CNO de Bellas Artes



Rusalka en Bellas Artes. 26 de abril de 2017


Kristinn Sigmundosson y Daniela Tabernig

La producción de Rusalka que presenta la Compañía Nacional de Ópera esta temporada se estrenó exitosamente en 2011. De hecho, fue el estreno absoluto de la ópera en el Palacio de Bellas Artes. La producción se presentó hace unos años en el Teatro Colón, donde también tuvo una espléndida recepción.

El director de escena es Enrique Singer, actual Director de la Compañía Nacional de Teatro. Su concepto sigue muy de cerca la dramaturgia textual y musical de la obra de Antonín Dvořák, aunque tiene al menos tres toques de originalidad. Dos de ellos agregan intenciones positivas a la trama: la orgía de los invitados que se presenta principalmente en segundo plano, durante el aria del segundo acto del espíritu del agua, Vodník, acentúa el carácter del mundo del Príncipe, y la presencia de un bailarín que simula una anguila al servir de paje de la bruja, Ježibaba, y que representa la tentación de sensualidad. El tercer elemento es más bien negativo, pues tergiversa, en mi opinión, la relación entre la bruja y el espíritu del agua, al salir de escena besándose y enlazados en un pasional beso durante la escena final de la obra

La escenografía diseñada por Jorge Ballina es lujosa y atractiva, y transmite inequívocamente el espíritu de la ópera y el concepto del director de escena. Consiste en plataformas que simulan olas del río, o lago, en el que habitan los seres acuáticos – olas que no fueron muy cómodas para el desplazamiento de los intérpretes – y, durante el segundo acto, otra plataforma plana cerrada al fondo por la puerta de entrada al palacio del Príncipe y aumentada visualmente al ser dividida por balaustradas en las que se desarrolla el ballet – que se convierte rápidamente en la orgía mencionada. La iluminación, diseñada por Víctor Zapatero, fue perfecta. En mi opinión, su mejor trabajo en el Palacio de Bellas Artes; en cambio, el vestuario, diseñado por Eloise Kazan, causó incomodidad, y en momentos, problemas de movimiento a los intérpretes. Considerado en su conjunto, el concepto escénico fue correcto y visualmente atractivo.

He de reportar que en esta función, la primera de cuatro, hubo varias fallas técnicas, destacando el fuerte ruido que causó un cambio en la posición de las plataformas, y un mal funcionamiento del viaje estelar de la luna en muy momento crucial de la aparición del astro. Estoy seguro que estos problemas serán resueltos por el equipo técnico para que no sucedan en las siguientes funciones.

La actuación dramática de todos los intérpretes no tuvo una sola falla, pese a la incomodidad que pudiesen haber provocado las plataformas ondulantes y el vestuario.

Lo que sí fue notable fue el desempeño musical en esta función. Uno de los logros de haber llevado la producción al Colón, fue el que se haya capturado a una náyade cuya interpretación fue espléndida. Su número principal, el aria del primer acto “Měsíčku na nebi hlubokém" (¡O, Luna que estás en lo profundo del cielo!) en la que Rusalka pide a la luna que la convierta en un ser humano que pueda ser amado por el Príncipe, tuvo una belleza lírica y musicalidad formidables. La voz de Daniela Tabernig, la náyade del Río de la Plata, tiene un timbre hermoso, una potencia de primera magnitud y una afinación que logró mantener durante toda la ópera. Ojalá la volvamos a ver pronto.

El espíritu del agua, padre de las náyades del lago, o río, Vodník, fue encomendado a uno de los grandes bajos de la actualidad, Kristinn Sigmundsson. En realidad es un privilegio oír a un cantante de la calidad del islandés. Su voz también tiene un timbre hermoso, su manejo de la dinámica es asombroso, como lo fue su entonación a lo largo de la ópera.

El tercer cantante de importación fue el ruso Khachatur Badalian, quien personificó al Príncipe. Es un tenor con buenos agudos, aunque, en mi opinión, tiene una voz genérica que la hizo parecer opaca, dado el contraste con las voces de Tabernig y Sigmundsson.

Quien también brilló intensamente fue la Ježibaba de Belem Rodríguez, mezzosoprano con voz autoritaria y amenazadora, además de bien timbrada y educada con una técnica notable.

Los personajes secundarios fueron bien interpretados por Lucía Salas Edurne Goyarsu y Nieves Navarro, tres náyades hermanas de Rusalka, Antonio Duque el guardabosque – en esta producción el mayordomo del Príncipe – Carla Madrid, el niño de la cocina y Edgar Gil, el cazador. Si Celia Gómez logra dominar un vibrato exagerado, podrá interpretar una Princesa extranjera decente en las próximas funciones.

Srba Dinić tuvo la que creo ha sido su mejor interpretación dirigiendo a la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes – preparado en esta ocasión por Carlos Aransay. Dinić logró una mezcla perfecta del lirismo del gran sinfonista y el gran buscador de música folklórica que fue Dvořák, sin tapar a los cantantes en ningún momento y exigiendo de solistas, coro y orquesta una obediencia total a su batuta. Por cierto, la Orquesta del Teatro de Bellas Artes también tuvo un desempeño excepcional.

Sólo quisiera mencionar algo que me llama la atención de esta ópera. Ninguno de los personajes tiene nombre propio. En la mitología eslava, una rusalka puede ser un espíritu femenino, náyade, súcubo o demonio-sirena, que habitaba un río. De acuerdo a muchas tradiciones las rusalki eran náyades que vivían en el fondo de los ríos; a medianoche salían a caminar a la ribera para bailar en los médanos. Si veían hombres hermosos, los fascinaban cantando y bailando, y los hipnotizaban, para arrastrarlos a su muerte en el fondo del río. Vodník y Ježibaba son, a su vez nombres genéricos de los duendes de las aguas y de las hechiceras.

La tragedia de Rusalka es desear invertir su carácter de seductora por el de seducida.

En resumen, fue una muy buena noche de ópera en Bellas Artes, ojalá siempre fueran así.


© Luis Gutiérrez R

2 comentarios:

  1. Vi la ópera el jueves pasado, de hecho la primera ópera que veo en vivo y me maravilló; así de simple, fue una obra muy agradable y sin duda alguna también una buena salida con mi papá. Me da mucha vergüenza decir que fue la segunda vez que visito la sala principal del Palacio de Bellas Artes, la vez anterior era muy pequeño y no la recuerdo; pero cual niño caminé por toda la sala, viendo el acomodo de las sillas y demás, sorprendido por la magestuosidad del teatro que tenemos en la ciudad.
    La obra me pareció magnífica, de inicio a fin, ya conocía la obertura y el himno a la luna interpretado por Lucia Popp, entonces desde la primera nota ya estaba emocionado. En general muy bien todo, desde los precios, que están regalados al compararlos con otro tipo de eventos o la ópera en otros países, hasta los aplausos. Debo admitir que, a mi gusto, el himno a la luna estuvo bien interpretado pero pudo haberlo hecho mejor, lo sentí algo carente de fuerza, pero aún así impecable.
    Sobre los puntos que menciona, debo admitir que el papel del paje de Jezibaba fue espectacular, una propuesta muy original y bien interpretado. Sin embargo, noté una ligera sexualización de la ópera: la sensualidad y lujuria de las náyades hermanas de Rusalka, la orgía del ballet del segundo acto y el beso de Vodník y Jezibaba me parecieron innecesarios porque no reflejan exactamente lo que deberían. Por ejemplo, la orgía a pesar de que en efecto refleja las perversiones del mundo humano, lo hace de una forma muy agresiva y hasta incómoda.
    Salvo los intermedios increíblemente largos (que están más hechos para que la gente vaya a comer, beber y fumar que otra cosa) fue, como usted dice, una muy buena noche de ópera en Bellas Artes.
    Espero la promoción de La italiana en Argel, esperemos sea igual de buena.

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