domingo, 23 de octubre de 2016

Tristan und Isolde


Tristan und Isolde en el MET. Octubre 17 de 2016.



Sin lugar a dudas ésta es una de las obras que hacen que la forma artística que llamamos ópera tenga un lugar tan importante en las actividades creativas del ser humano.

El concepto escénico de Mariusz Treliński ubica la acción, si es que esta ópera tiene acción, en nuestros días durante una guerra entre Irlanda e Inglaterra. En mi muy humilde opinión, esta traslación temporal no aporta un ápice al entendimiento del drama de pasión y traición que se encuentran en el fondo de la leyenda. Los dos primeros actos se desarrollan en el puente de mando de un buque, en un caso visto desde la proa y en el otro desde la popa. El tercer acto se desarrolla en un cuarto de hospital y, me imagino, dentro del cerebro de Tristan en el que un niño, Tristan mismo supongo, sugiere… no sé qué. El escenógrafo Boris Kudlička logra un trabajo muy atractivo en el diseño del puente, en el que se encuentran instrumentos de navegación verosímiles, y en el del hospital. El vestuario diseñado por Marek Adamski combina adecuadamente los uniformes militares de los hombres con los sencillos vestidos de Isolde y Brangäne. La iluminación de Marc Heinz destaca con virtuosismo la transfiguración final de Isolde; por cierto pese a que su última pieza se conoce como “muerte de amor”, no creo que lo haga, entre otras cosas porque no se menciona “muerte” o “mortal” en el solo, además Wagner ya se encargó de redimir al mundo con muerte de mujeres, por lo que es posible, sólo digo es posible, que el Maestro no haya tenido que matar a Isolde. Treliński se apoyó en forma importantísima en proyecciones de videos diseñados por Bartek Macias. Uno de ellos permanece durante toda la obra, incluidos los tres preludios, y representa la pantalla de radar iluminada en verde. Debo decir que la vuelta continua del vector del radar mostrando diversos accidentes de la superficie estuvo cerca de provocarme una convulsión.

Mi conclusión es que el concepto del director de escena fue superado por sus diseñadores. Dada la intemporalidad y universalidad del tema, ¿por qué una guerra entre Irlanda e Inglaterra?, ¿por qué no una guerra interplanetaria o interestelar? Total las pasiones wagnerianas bien pueden ser, según los wagneritas son, mayores que este mundo.

El desempeño musical y dramático de los cantantes fue más brillante que la producción. Nina Stemme es una fuerza de la naturaleza. Jamás perdió la entonación y su “muerte de amor” fue una maravilla, comparable con justicia con cualquiera de las grandes Isolde de la historia; en este momento su voz mantenía la belleza con la que inició y su volumen fue tal que traspasaba la música de la orquesta sin dificultad alguna y son que se percibiese esfuerzo al hacerlo. También estuvo magnífica actuando.

Ekaterina Gubanova cantó y actuó una estupenda Brangäne. Cierto que en esta producción no proporciona a Isolde la poción en un frasco, sino en un jeringa que la contiene. No he visto muchas veces esta ópera, pero creo que en esta ocasión presencié una mezzosoprano muy difícil de superar en este papel.

Es una lástima que el rol del rey Marke sea breve con un cantante como René Pape. Su voz es cada día más atractiva y firme, y tiene una calidad real en verdad.

El tenor australiano Stuart Skelton tuvo una función destacada, pese a haber llegado al tercer acto herido, no sólo dramáticamente a manos de Melot, sino por haberse cansado vocalmente.

Evgeny Nikitin como Kurwenal, Neal Cooper como Melot, Tony Stevenson como la voz de un marinero, Alex Richardson como un pastor y David Crawford como un timonel apoyaron con éxito una muy buena representación de esta obra.

Sir Simon Rattle dirigió espléndidamente la Orquesta y el Coro del MET, manteniendo contacto musical continuo con los cantantes. El acorde de Tristan que oímos al inicio del Preludio al primer acto, recurre continuamente durante toda la obra, pero me deja frustrado continuamente hasta que se resuelve al lograr Isolde el clímax durante su transfiguración. Rattle logró la recurrencia frustrante pero también unió la orquesta a Isolde en uno de los momentos musicales más cruciales del siglo XIX resolviendo el tema que oímos por primera vez cuatro horas antes.


© Luis Gutiérrez

3 comentarios:

  1. Sobrio, como lo merece la obra wagneriana. Good piece!
    Cuando la cúspide es la muerte por amor, es que ya se acabó el pudor y se desconocen la pasiones; wagneritas, calm down!

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