martes, 10 de diciembre de 2013


Divagaciones sobre Rigoletto y Yevgenii (Eugene, Eugenio o como les plazca) Onegin la semana del estreno de Falstaff.

Diciembre 4 de 2013

Pese a una muy mala experiencia la primavera pasada, regresé a ver Rigoletto queriendo que me gustara pues es una de mis óperas favoritas de Verdi. Necesito mi “fix” anual de la misma. La producción de Michael Mayer no sólo no me gustó, la encontré sin sentido y creo que el señor “Tony awarded” – lo que sea que esto signifique– no tiene la menor idea de lo que es esta ópera y creo que ni la ópera en general. Es otro de los amiguitos que el gerente general del Met ha invitado para insuflar nueva energía a la ópera (¡joder con la frasecita!) Muchos han comparado lo que hace este ponedor de escena (situar la acción en Las Vegas del “rat–pack”) con lo hecho por Jonathan Miller al trasponerla a “Little Italy” en New York. Hay un aspecto en el que Mayer pierde toda la puntería pues tanto Francisco I (el rey que se divierte según Hugo) como el duque de Mantua son personajes con un poder absoluto sobre sus vasallos. El mafioso de Miller sí tiene ese poder, en tanto que el “crooner” de Mayer no es que un gato más del padrino que vive en New Jersey.

Y tengo otras objeciones importantes, por supuesto en mi opinión. Se me hace muy difícil esconder a la hija de un payaso de casino de Las Vegas en un hotel en el que “todo se ve”, aunque “todo se quede en Vegas”, más difícil de creer es que la chava salga todas las fiestas a la iglesia donde ¡conoce a Frank Sinatra!

En la segunda parte del tercer acto, Verdi hace participar a la naturaleza como otro elemento musical cuando el coro ulula cual viento en una tormenta. Lo que el ponedor hace, es colocar una serie de grandes tubos de neón haciendo corto circuito como simulando la tormenta. O sea, ¿qué onda Michael?

En mi opinión hubiera preferido una producción de Mike Myers –que seguramente sabe de ópera lo mismo que su casi homónimo. Por lo menos Myers hubiera cambiado el nombre de Maddalena por Alotta Fagina (sic) para estar a tono con el ambiente.

La función tuvo un gran bufón en Dmitri Hvorostovsky, así como una magnífica Gilda en la joven soprano búlgara Sonya Yoncheva, cuya voz lírica, grande y muy bien entonada, fue una sorpresa muy agradable. Matthew Polenzani fue un duque adecuado, como siempre lo es Polenzani, adecuado, nada más. Los dos asesinos estuvieron regulares y Monterone –otro personaje caricaturizado como sheik al que, por cierto, asesinan en el segundo acto– totalmente insatisfactorio. Robert Pomakov es incapaz de maldecir a nadie vocalmente. El director Heras–Casado movió el palito.  

En resumen, Rigoletto y Gilda fueron una gran satisfacción vocal, pero de ninguna forma lograron balancear todas las bolas malas de la producción y el resto del elenco. Creo que no voy a regresar a este Rigoletto, a menos que tenga una necesidad extrema del “fix” y se presente un reparto de primera.

Diciembre 5 de 2013

Algo me decía que el reparto “alternativo” de la nueva producción de Yevgenii Onegin (pueden decir que soy un pedante, ya lo sé) podría ser mejor que el titular, en términos futbolísticos. Después de asistir a la función de hoy y haber leído una multitud de reseñas de la premier de la producción de Deborah Warner –en tándem con Fiona Shaw– creo que le atiné.

Anna Netrebko me comentó (¡lo juro!) hace unos años que jamás cantaría Tatiana pues se le hacía muy tirante entonces (2005), Marina Poplavskaya lo hizo en una forma estupenda vocalmente y actuando. La joven mezzo–soprano Elena Maximova fue una magnífica, bella y juguetona Olga, de hecho la mejor que he visto y oído en mi vida; En la premier este papel fue encomendado a Oksana Volkova a quien vi la noche anterior como Maddalena y a quien no me imagino como la Olga de la Maximova. Rolando Villazón fue un excelente Lensky, tanto vocalmente como en escena: los aplausos fueron fuertes en su regresa al Met después de aquel malhadado Edgardo, no hay duda que además de gran cantante tiene un carisma inmenso. Peter Mattei encarnó a Onegin como me imagino al petimetre, aburrido, engreído, perdonavidas –aunque no lo haga en el duelo– pero apasionado cuando ve a una Tatiana bella y ennoblecida. Además es uno de mis barítonos favoritos. Por desgracia no tuvimos un buen príncipe Gremin. En el texto es claro que el príncipe ya no es joven, más bien se encuentra en la flor de la vejez, Stefan Kocan quien sin duda tiene las notas graves, fue incapaz de darnos un buen Gremin. ¿Será que he oído a príncipes como Ferruccio Furlanetto o Robert Lloyd? No lo sé, pero el hecho es que no lo encontré siquiera satisfactorio. El director Alexander Vedernikov llevó la nave a buen puerto pese al tiempo excesivo que representaron dos largos intermedios y cuatro “pausas breves”.

La producción se encuentra en ese punto cómodo para juzgar, ni fu ni fa. Los Larin viven todo dentro de su casa, Tatiana duerme, come y se divierte en la misma habitación, el duelo es con rifles 30–06 (tanto Mattei como Villazón se pusieron tapones en los oídos en ese momento), sólo se bailaron el vals y la escocesa (¿por qué los directores de escena le tienen tanto miedo a la polonesa?). En fin, ni fu ni fa.

No obstante, puedo decir que el aperitivo para el plato principal de la semana Falstaff fue estimulante y tuvo la gracia con dejarme hambriento de buena ópera.    

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