Pero iré en orden; el elenco fue de sueño, Joyce DiDonato
como Angiolina ossia Cenerentola,
Javier Camarena como Don Ramiro, Pietro Spagnoli como su camarero Dandini, Luca
Pisaroni como el tutor Alidoro, Alessandro Corbelli como Don Magnifico y como
sus hijas Rachelle Durkin (Clorinda) y Patricia Risley (Tisbe). La producción
de Cesare Lievi, estrenada por Cecilia
Bartoli y Ramón Vargas en 1997, se inclina por la comicidad del pastelazo,
ignorando por completo el subtítulo de la ópera La bontà in trionfo, lo que la convierte, en palabras de Richard
Osborne, “an essay in comic pathos”.
Con músicos mediocres esta producción es digna de tomatazos y abucheo, pero por
fortuna no fue el caso en esta dichosa noche.
Después de un maravilloso primer acto en el que destacaron
la cavatina de Don Magnifico “Miei rampolli femminini” y el dueto de amor a
primera vista entre el príncipe y Angiolina “Un soave non so che”, Camarena
incendió de nuevo el teatro en su aria del segundo acto, “Sì, ritrovarla io
giuro” que cantó con hermosa voz, solidez en todo el rango vocal con eso que
nuestros abuelos llamaban squillo,
dando una exhibición de elegancia y clavando en el cargado aire del MET cada uno
de los do sobreagudos y, para mi sorpresa y delicia, interpolando un re muy
seguro después de un largo do al cantar la primera repetición de la frase “Dentro
al mio core”. Por fortuna el público frenó sus deseos de estallar en
aplausos hasta que Don Ramiro abandonó el escenario por el fondo. La ovación
fue de admiración, agradecimiento, felicidad y, sí, de petición de un bis. Una
vez habiendo decidido darlo, Javier salió a escena y dio las gracias más
sinceras que he visto en cualquier cantante de ópera al hincar la rodilla izquierda
por unos largos momentos. Por supuesto, entendimos que el agradecimiento fue sincero y el aplauso se
hizo ensordecedor hasta que salió el coro a tomar sus lugares nuevamente. Y se
repitió el milagro. Alargó aún más el par de notas sobreagudas. do – re, sin
confundir musicalidad con acrobacia en ningún instante. Aún resuenan en mi
cabeza esas notas y el aplauso que siguió. Quienes me conocen saben que mis
preferencias musicales, y de las otras, se dirigen a las mujeres, sopranos,
mezzos, contraltos, artistas y no artistas, pero hoy quedé fascinado por un
tenor, quien es probable se convierta en uno de los tenores de los que se diga
al final del siglo XXI “ya no se canta como lo hacía Camarena”.
Pero la noche no acabó ahí. Joyce DiDonato, quien es una de
las más notables intérpretes de Rossini en los últimos cincuenta años, ha de
haber pensado “ahora voy yo” y nos bordó el gran rondò “Nacqui all’affano, al
pianto” en el que la coloratura original y los adornos vocales brillaron como
las gemas de los brazaletes del personaje.
El resto del elenco tuvo también una gran función, espoleado
por la impresionante demostración de Don Ramiro y Angiolina. También tengo que
decir que Fabio Luisi usó batuta y cerebro en una forma magistral.
Decir que se hizo historia en el MET es un lugar común pues
todas las noches se hace historia en todo el mundo. Lo que sí puedo decir es
que fue una noche inolvidable para mí, para todos los que estaban en el público
u oyéndolo electrónicamente, para la familia, amigos y admiradores de Camarena,
y, sobre todo, muy especialmente para Javier quien nunca olvidará estos
aplausos en uno de los escenarios operísticos más importantes del mundo, al que
honró con su talento, técnica, musicalidad y gracia exquisita.
Es muy emocionante leerte, especialmente en esta reseña en la que nos llevas al escenario, a los que no tenemos tanta suerte...
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