El 1º de mayo de 2013 inició la gestión del tenor Ramón Vargas como
Director Artístico de la Ópera de Bellas Artes (OBA).
Me tomó por sorpresa el ámpula que levantó el nombramiento. Hubo algunas manifestaciones
plagadas de ditirambos y otras, muchas más, no sólo desaprobatorias sino aún
insultantes, llegando a caer en lo ridículo en ambos casos y en lo difamatorio las
negativas.
Algunos miembros de la comunidad operística preguntaron por mi opinión –para
lo que ésta pudiese importar– sobre el nombramiento a lo que contesté pidiendo un
año para opinar. He tratado de aprender a abrir la boca lo menos posible
y, en su
caso, a hacerlo después de haber pensado cuidadosamente lo que debo decir, lo
que desafortunadamente no hago las más de las veces –cerrar la boca y pensar
con cuidado.
Empezaré esta elucubración hablando de lo actual y terminaré con lo que
creo es más importante. Los “científicos sociales” –que oxímoron– dirían lo
coyuntural y lo estructural.
El que el director de una compañía de ópera sea un cantante, un director
de escena o un director musical no es nuevo. Ejemplos hay muchos: Plácido
Domingo, director musical y cantante –no sé si tenor, barítono o bajo
dependiendo de la temporada– lo es en Los
Ángeles, Andreas Homoki, director de escena, en Zürich y Philippe Jordan,
director musical, lo fue hace poco tiempo en París. Todos trabajan
artísticamente con éxito en sus casas y donde los invitan. Los tres cuentan un
equipo administrativo muy sólido y su trabajo principal es, sin duda, la
procuración de fondos –tanto públicos como privados.
En el caso de OBA se han dicho imbecilidades tales como que Vargas no
puede –o no debe– cantar –o cobrar por hacerlo– en México porque ello “viola la
normatividad”. ¿Qué normatividad? ¿La tal normatividad es la correcta y permite
hacer buena ópera? ¿Hay que adherirse a dicha normatividad a sabiendas que no
sólo es anti-funcional sino que garantiza el no alcanzar niveles excelencia
internacional en cualquier actividad, no sólo de la ópera? Habrá quienes
piensen que soy seguidor de Bakunin.
La comunidad operática, en la que me incluyo, ha percibido una falta de
administración tipo “hands on”, lo que en mi opinión se debe a que aunque el maestro
Vargas sea uno de los cantantes mexicanos con más peso en el concierto
operístico mundial –lo que implica pocos días nalga en las oficinas de OBA– no tiene
experiencia como administrador, como no la tienen a quienes se ha nombrado como
subdirectores, también buenos cantantes aunque en franco declive
dado el paso inexorable del tiempo. Para “componer” el asunto, se nombra como
Director Administrativo a un hombre de buena fe y creo que capaz, pero que
forma el típico sándwich del sector público en el que el nivel superior, CONACULTA,
nombra al Director, pero un nivel inferior, una subdirección del INBA, nombra a
quien maneje los recursos. Este modelo de “administración”, al que llamo el
club sándwich de la administración pública, está basado esencialmente en la
desconfianza y es paradigmático de nuestro sistema político.
En este año –mayo de 2013 a 2014– el número de funciones y producciones
en el Palacio de Bellas Artes ha sido esencialmente similar al que hemos
“gozado” en los últimos veinticinco años. El primer año de la “nueva” OBA se
presentaron Il trovatore y Der Fliegende Holländer celebrando los
bicentenarios de los nacimientos de Verdi y Wagner, –este año se presentará Billy Budd en octubre, así que
celebraremos el centenario de Britten con un año de retraso, mejor tarde que
nunca– Die Zauberflöte, Manon, el reestreno de Atzimba, y la inevitable La Bohème. Lo más aplaudible ha sido la
celebración del 150 aniversario del nacimiento de Ricardo Castro.
Me enteré recientemente que se ha programado una gala Strauss encabezada
por un cantante al que le tengo un gran respeto, el KS Francisco Araiza,
acompañado por dos pupilas que invita continuamente a sus presentaciones. Si
esta gala será la celebración de los 150 años de Strauss, OBA mostrará poco
respeto por el público. Mejor programar una ópera del maestro bávaro en 2015 o
2016. Me atrevo a sugerir Ariadne auf
Naxos. Un caso similar pero no “engalanado” –so far– es el de Gluck, ojalá
OBA programe una ópera del Caballero Gluck antes que después. En este caso
sugiero Iphigénie en Tauride.
(¡Blogger despierta de tus sueños guajiros y concéntrate en esta elucubración!)
Ya he escrito “on the record” mis opiniones artísticas sobre todas las
producciones del año pasado, excluyendo la de La
Bohème a la que no asistí, por lo que no tengo mucho que agregar al
respecto. Si acaso me atrevo a decir que, en general, también han tenido un
resultado similar al de los últimos veinticinco años, es decir regular en
promedio –mediocre dirían algunos.
Ahora me referiré a las estrategias anunciadas por Ramón Vargas:
- El estudio de ópera ya
arrancó, tarde pero arrancó, y si me presionan diría que caro en
comparación con estudios de ópera europeos, por lo menos desde el punto de
vista del estipendio pagado a los jóvenes miembros. No asistí al primer
concierto efectuado por sus miembros por no haber estado en la ciudad. Espero
que antes que después pueda asistir a una producción de ópera con los
miembros del estudio, ya que el objetivo de todo estudio de ópera es preparar a
cantantes y repetidores para "hacer ópera". Se exige que sus
miembros sepan cantar o interpretar el piano mejor que muchos otros
artistas jóvenes antes de entrar al estudio. Los miembros de los estudios
inician su actividad en la casa principal participando en papeles
secundarios –a veces no tan secundario como lo hizo Javier Camarena
cantando Lindoro en L’italiana in
Algeri. En muchos de los estudios de ópera, sus miembros participan
cantando en funciones con patronos y mecenas – por supuesto si OBA no se
interesa en incrementar realmente sus recursos no hará esto, y si lo hace
será acusada, como lo soy constantemente, como “neoliberal”. Será hasta
después de asistir a una producción de ópera que podré dar mi opinión
respecto de la eficiencia y calidad del estudio. Espero que dicha ópera no sea de las típicas del repertorio, sino parte del inmenso ámbito de óperas
inexploradas que existen.
- Me encanta que haya
coproducciones pues así se incrementa el alcance espacial de las producciones,
aunque normalmente los recursos económicos salen del mismo traje aunque
sea de diferentes bolsillos. Espero con ansias Rigoletto, que será en coproducción con el Teatro Bicentenario
de León, donde se presentó el año pasado y por fortuna con una buena
participación de fondeo privado.
- Me declaro ignorante en
cuanto a la producción de OBA en otras entidades del país; si la ha habido
habría que cacarearlo y si no, habría que decir por qué no y comunicar el
programa que se llevará a cabo.
- Aunque se nombró a Srba
Dnic como director titular de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes casi
al inicio de la administración, hará su presentación hasta el 9 de mayo
cuando dirija Turandot en el
Auditorio Nacional. Ojalá que el director titular logre que la Orquesta
del Teatro de Bellas Artes alcance niveles de excelencia mundial antes del
tercer aniversario de esta administración.
Ramón Vargas, como cantante internacional de alta calidad y prestigio,
conoce hoy seguramente su agenda para los próximos cinco años. Estoy seguro que
OBA ya tiene definidos los repartos, por lo menos de los papeles principales,
para las óperas que se presentarán en lo que resta del año, La Bohème y Turandot en el Auditorio Nacional, además de las reposiciones de Il trovatore y ¡La Bohème! y nuevas producciones de Billy Budd y Rigoletto en el Palacio de Bellas Artes.
Me pregunto, ¿ya existirá el programa para 2015 y años posteriores?, o
¿volveremos a aumentar la entropía del sistema? O lo que es peor, ¿habrá que
“negociarlo” con las secciones sindicales?
Mencioné ya dos ejemplos Ariadne
e Iphigénie. ¿Por qué no asegurar
desde ya I puritani, como ejemplo de una ópera importante pocas veces presentada por falta de cantantes capaces de hacerlo con excelencia? Estoy seguro que hoy tenemos un gran Arturo en Javier Camarena y una
gran Elvira en Rebeca Olvera – quien ha tenido muchísimo éxito interpretando
papeles de Giulia Grisi como Norina y Adalgisa. Tenemos varios barítonos que lo
pueden hacer un gran Riccardo y tiempo para asegurar un magnífico Giorgio. Sé
que 2015 es un año muy complicado para nuestros expatriados, pero también sé
que habrá una ventana los primeros meses de 2016. Si no se asegura hoy ocupar
ese espacio, la ventana se cerrará y será una lástima perder esa oportunidad.
No soy más que un miembro irrelevante de la comunidad operística
mexicana, pero quisiera decir cosas que creo están encaminando el barco a
chocar con un banco de arena.
- No existe un director
titular del Coro del Teatro de Bellas Artes. Esto es impostergable, aunque
no le guste a los miembros del Coro.
- He notado cierta
“repartición equitativa” del trabajo entre los cantantes “del sistema”” al
tener dos elencos principales, uno mejor que el otro en muchos casos.
Entiendo que es necesario tener “covers”, pero hay que contratarlos como
tales. Creo que esta repartición debe ser bienvenida por los cantantes,
pero no creo que ayude a lograr un nivel de excelencia de calidad mundial.
- Creo que es necesario
que la dirección y la subdirección artística supervisen las producciones
más de cerca, sin coartar la libertad de los “creativos” aunque a muchos
de ellos simplemente no los contrataría o los demandaría por daños y
perjuicios.
- Creo que no se están realizando
esfuerzos encaminados a modificar la estructura jurídica de OBA.
MI conclusión de la situación actual es muy simple; dadas las
circunstancias en las que está sumergida la actividad operística en México el
estado actual no sería muy diferente si OBA hubiese sido liderada por cualquiera
de los directores que lo han hecho durante de los últimos veinticinco años. Es
decir, el pecado mayor de Ramón Vargas o de Rafael Tovar y de Teresa, no
recuerdo quién lo hizo, fue mencionar la palabra “nueva”.
Si la estructura jurídica y burocrática de la OBA no cambia radicalmente
tendremos muchos directores con resultados similares a los que hemos tenido los
últimos años –si es que la ópera no muere por inanición. Vemos la tempestad en
todo el mundo y no nos guarecemos: las
compañías italianas están en crisis financiera desde hace varios años, varias
compañías de ópera importantes en Estados Unidos han quebrado o cerrado, el Met
ha resentido una disminución de ingresos por venta de boletos y de donaciones,
así como un incremento en gastos de su personal artístico, el director de la
Ópera de Viena pronostica que dicha casa –¡de todas las del mundo!– está en
posibilidad de incurrir en déficit si el gobierno austriaco no incrementa sus
aportaciones.
No he asistido a todas las funciones de OBA en los últimos doce meses
–líbreme el altísimo– pero puedo decir que nunca he visto al presidente de
CONACULTA o a la directora del INBA en alguna de ellas y eso que es conocido
que son personas cultas que además les interesa –y hasta disfrutan– la ópera.
Espero que sí vayan y también espero que la ópera sea parte fundamental de su
quehacer.
Es imposible realizar una evaluación seria de la OBA por muchísimas
razones. Las muy obvias: la dirección de OBA no escoge al personal de la
Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, vamos ni siquiera en
coordinación con las autoridades de la Compañía Nacional de Ballet o del
Palacio de Bellas Artes. Las remuneraciones, vacaciones, “días económicos” y
“usos y costumbres” son parte medular del contrato colectivo entre las secciones
sindicales y las negociaciones periódicas con el INBA, por supuesto “en coordinación” con
CONACULTA y la Secretaría de Hacienda y de Educación. Ahora que lo pienso,
¿qué pasa con todos aquellos técnicos y artesanos que trabajan tras el telón?
Pues resulta que con ellos también lidia el INBA en coordinación, creo, con la
Secretarías del Trabajo y de Hacienda. Es claro que OBA no tiene ni voz ni voto
en tales negociaciones.
La situación se agrava cuando nos enteramos que los papeles secundarios
–aquí les dicen comprimarios o partiquinos aunque sean secundarios– se asignan
por concursos fingidos pues la “normatividad” establece que toda erogación, sea gasto o inversión, debe
licitarse por lo menos entre tres candidatos para ¡asignar el papel al que cobre
menos! Con razón, ¿no? Me pregunto, ¿sucede lo mismo con los papeles
principales? Lo que sí puedo apostar es que los “equipos creativos” no se
concursan, aunque los conceptos para las producciones tengan un valor muy bajo
y su realización un costo muy alto.
Si llego a pensar con un segmento de mis neuronas que el sector social
haría un mejor papel que el estado en esta actividad aquí y ahora, las otras
neuronas romperían la sinapsis como protesta por las ideas estúpidas de las
primeras. Sin embargo, ojalá se incluyese al sector social, pobres y ricos,
institucionales y personales, en el hacer ópera. Me refiero a incluirlo de a de
veras, incorporándolo como donador eficiente de recursos y
participando en la toma de decisiones de la compañía.
Sabemos que existen estímulos fiscales para la producción de cine y
teatro. Estos estímulos son eficientes ya que el causante decide, con
aprobación de una comisión encabezada por la SHCP –of course!– cómo pagar sus impuestos, si enterándolos al
gobierno o invirtiéndolos en un proyecto teatral o cinematográfico. No sé de
ningún esfuerzo que se esté haciendo en lo referente a la ópera. ¿Será que,
como siempre, estamos atenidos a la lechita que nos dé papá gobierno? O bien, y
peor, ni siquiera tenemos conocimiento, tiempo y ganas para lograr dinero de
esta forma.
Es claro que yo solo no tengo una de la múltiples soluciones posibles al
futuro de OBA en particular y de la ópera en el país, pero también es claro que
mientras no haya un grupo que piense, diseñe y proponga una solución que
permita un fondeo adecuado de esta forma artística, que sea transparente para
toda la comunidad involucrada en actividad operística y que permita lograr
niveles de excelencia evaluables con objetividad, tendremos, en el mejor de los
casos, otros veinticinco años de una ópera cuya calidad sea mediocre, si
tenemos suerte.
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