domingo, 4 de mayo de 2014

A un año de la “nueva” Ópera de Bellas Artes.

El 1º de mayo de 2013 inició la gestión del tenor Ramón Vargas como Director Artístico de la Ópera de Bellas Artes (OBA).

Me tomó por sorpresa el ámpula que levantó el nombramiento. Hubo algunas manifestaciones plagadas de ditirambos y otras, muchas más, no sólo desaprobatorias sino aún insultantes, llegando a caer en lo ridículo en ambos casos y en lo difamatorio las negativas.

Algunos miembros de la comunidad operística preguntaron por mi opinión –para lo que ésta pudiese importar– sobre el nombramiento a lo que contesté pidiendo un año para opinar. He tratado de aprender a abrir la boca lo menos posible y, en su caso, a hacerlo después de haber pensado cuidadosamente lo que debo decir, lo que desafortunadamente no hago las más de las veces –cerrar la boca y pensar con cuidado. 

Empezaré esta elucubración hablando de lo actual y terminaré con lo que creo es más importante. Los “científicos sociales” –que oxímoron– dirían lo coyuntural y lo estructural.

El que el director de una compañía de ópera sea un cantante, un director de escena o un director musical no es nuevo. Ejemplos hay muchos: Plácido Domingo, director musical y cantante –no sé si tenor, barítono o bajo dependiendo de la temporada–  lo es en Los Ángeles, Andreas Homoki, director de escena, en Zürich y Philippe Jordan, director musical, lo fue hace poco tiempo en París. Todos trabajan artísticamente con éxito en sus casas y donde los invitan. Los tres cuentan un equipo administrativo muy sólido y su trabajo principal es, sin duda, la procuración de fondos –tanto públicos como privados.

En el caso de OBA se han dicho imbecilidades tales como que Vargas no puede –o no debe– cantar –o cobrar por hacerlo– en México porque ello “viola la normatividad”. ¿Qué normatividad? ¿La tal normatividad es la correcta y permite hacer buena ópera? ¿Hay que adherirse a dicha normatividad a sabiendas que no sólo es anti-funcional sino que garantiza el no alcanzar niveles excelencia internacional en cualquier actividad, no sólo de la ópera? Habrá quienes piensen que soy seguidor de Bakunin.

La comunidad operática, en la que me incluyo, ha percibido una falta de administración tipo “hands on”, lo que en mi opinión se debe a que aunque el maestro Vargas sea uno de los cantantes mexicanos con más peso en el concierto operístico mundial –lo que implica pocos días nalga en las oficinas de OBA– no tiene experiencia como administrador, como no la tienen a quienes se ha nombrado como subdirectores, también buenos cantantes aunque en franco declive dado el paso inexorable del tiempo. Para “componer” el asunto, se nombra como Director Administrativo a un hombre de buena fe y creo que capaz, pero que forma el típico sándwich del sector público en el que el nivel superior, CONACULTA, nombra al Director, pero un nivel inferior, una subdirección del INBA, nombra a quien maneje los recursos. Este modelo de “administración”, al que llamo el club sándwich de la administración pública, está basado esencialmente en la desconfianza y es paradigmático de nuestro sistema político.
      
En este año –mayo de 2013 a 2014– el número de funciones y producciones en el Palacio de Bellas Artes ha sido esencialmente similar al que hemos “gozado” en los últimos veinticinco años. El primer año de la “nueva” OBA se presentaron Il trovatore y Der Fliegende Holländer celebrando los bicentenarios de los nacimientos de Verdi y Wagner, –este año se presentará Billy Budd en octubre, así que celebraremos el centenario de Britten con un año de retraso, mejor tarde que nunca– Die Zauberflöte, Manon, el reestreno de Atzimba, y la inevitable La Bohème. Lo más aplaudible ha sido la celebración del 150 aniversario del nacimiento de Ricardo Castro.

Me enteré recientemente que se ha programado una gala Strauss encabezada por un cantante al que le tengo un gran respeto, el KS Francisco Araiza, acompañado por dos pupilas que invita continuamente a sus presentaciones. Si esta gala será la celebración de los 150 años de Strauss, OBA mostrará poco respeto por el público. Mejor programar una ópera del maestro bávaro en 2015 o 2016. Me atrevo a sugerir Ariadne auf Naxos. Un caso similar pero no “engalanado” –so far– es el de Gluck, ojalá OBA programe una ópera del Caballero Gluck antes que después. En este caso sugiero Iphigénie en Tauride. (¡Blogger despierta de tus sueños guajiros y concéntrate en esta elucubración!)

Ya he escrito “on the record” mis opiniones artísticas sobre todas las producciones del año pasado, excluyendo la de La Bohème a la que no asistí, por lo que no tengo mucho que agregar al respecto. Si acaso me atrevo a decir que, en general, también han tenido un resultado similar al de los últimos veinticinco años, es decir regular en promedio –mediocre dirían algunos.

Ahora me referiré a las estrategias anunciadas por Ramón Vargas:

  • El estudio de ópera ya arrancó, tarde pero arrancó, y si me presionan diría que caro en comparación con estudios de ópera europeos, por lo menos desde el punto de vista del estipendio pagado a los jóvenes miembros. No asistí al primer concierto efectuado por sus miembros por no haber estado en la ciudad. Espero que antes que después pueda asistir a una producción de ópera con los miembros del estudio, ya que el objetivo de todo estudio de ópera es preparar a cantantes y repetidores para "hacer ópera". Se exige que sus miembros sepan cantar o interpretar el piano mejor que muchos otros artistas jóvenes antes de entrar al estudio. Los miembros de los estudios inician su actividad en la casa principal participando en papeles secundarios –a veces no tan secundario como lo hizo Javier Camarena cantando Lindoro en L’italiana in Algeri. En muchos de los estudios de ópera, sus miembros participan cantando en funciones con patronos y mecenas – por supuesto si OBA no se interesa en incrementar realmente sus recursos no hará esto, y si lo hace será acusada, como lo soy constantemente, como “neoliberal”. Será hasta después de asistir a una producción de ópera que podré dar mi opinión respecto de la eficiencia y calidad del estudio. Espero que dicha ópera no sea de las típicas del repertorio, sino parte del inmenso ámbito de óperas inexploradas que existen.
  • Me encanta que haya coproducciones pues así se incrementa el alcance espacial de las producciones, aunque normalmente los recursos económicos salen del mismo traje aunque sea de diferentes bolsillos. Espero con ansias Rigoletto, que será en coproducción con el Teatro Bicentenario de León, donde se presentó el año pasado y por fortuna con una buena participación de fondeo privado.
  • Me declaro ignorante en cuanto a la producción de OBA en otras entidades del país; si la ha habido habría que cacarearlo y si no, habría que decir por qué no y comunicar el programa que se llevará a cabo.
  • Aunque se nombró a Srba Dnic como director titular de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes casi al inicio de la administración, hará su presentación hasta el 9 de mayo cuando dirija Turandot en el Auditorio Nacional. Ojalá que el director titular logre que la Orquesta del Teatro de Bellas Artes alcance niveles de excelencia mundial antes del tercer aniversario de esta administración.

Ramón Vargas, como cantante internacional de alta calidad y prestigio, conoce hoy seguramente su agenda para los próximos cinco años. Estoy seguro que OBA ya tiene definidos los repartos, por lo menos de los papeles principales, para las óperas que se presentarán en lo que resta del año, La Bohème y Turandot en el Auditorio Nacional, además de las reposiciones de Il trovatore y ¡La Bohème! y nuevas producciones de Billy Budd y Rigoletto en el Palacio de Bellas Artes. Me pregunto, ¿ya existirá el programa para 2015 y años posteriores?, o ¿volveremos a aumentar la entropía del sistema? O lo que es peor, ¿habrá que “negociarlo” con las secciones sindicales?

Mencioné ya dos ejemplos Ariadne e Iphigénie. ¿Por qué no asegurar desde ya I puritani, como ejemplo de una ópera importante pocas veces presentada por falta de cantantes capaces de hacerlo con excelencia? Estoy seguro que hoy tenemos un gran Arturo en Javier Camarena y una gran Elvira en Rebeca Olvera – quien ha tenido muchísimo éxito interpretando papeles de Giulia Grisi como Norina y Adalgisa. Tenemos varios barítonos que lo pueden hacer un gran Riccardo y tiempo para asegurar un magnífico Giorgio. Sé que 2015 es un año muy complicado para nuestros expatriados, pero también sé que habrá una ventana los primeros meses de 2016. Si no se asegura hoy ocupar ese espacio, la ventana se cerrará y será una lástima perder esa oportunidad.

No soy más que un miembro irrelevante de la comunidad operística mexicana, pero quisiera decir cosas que creo están encaminando el barco a chocar con un banco de arena.

  • No existe un director titular del Coro del Teatro de Bellas Artes. Esto es impostergable, aunque no le guste a los miembros del Coro.
  • He notado cierta “repartición equitativa” del trabajo entre los cantantes “del sistema”” al tener dos elencos principales, uno mejor que el otro en muchos casos. Entiendo que es necesario tener “covers”, pero hay que contratarlos como tales. Creo que esta repartición debe ser bienvenida por los cantantes, pero no creo que ayude a lograr un nivel de excelencia de calidad mundial.
  • Creo que es necesario que la dirección y la subdirección artística supervisen las producciones más de cerca, sin coartar la libertad de los “creativos” aunque a muchos de ellos simplemente no los contrataría o los demandaría por daños y perjuicios.
  • Creo que no se están realizando esfuerzos encaminados a modificar la estructura jurídica de OBA.

MI conclusión de la situación actual es muy simple; dadas las circunstancias en las que está sumergida la actividad operística en México el estado actual no sería muy diferente si OBA hubiese sido liderada por cualquiera de los directores que lo han hecho durante de los últimos veinticinco años. Es decir, el pecado mayor de Ramón Vargas o de Rafael Tovar y de Teresa, no recuerdo quién lo hizo, fue mencionar la palabra “nueva”.

Si la estructura jurídica y burocrática de la OBA no cambia radicalmente tendremos muchos directores con resultados similares a los que hemos tenido los últimos años –si es que la ópera no muere por inanición. Vemos la tempestad en todo el  mundo y no nos guarecemos: las compañías italianas están en crisis financiera desde hace varios años, varias compañías de ópera importantes en Estados Unidos han quebrado o cerrado, el Met ha resentido una disminución de ingresos por venta de boletos y de donaciones, así como un incremento en gastos de su personal artístico, el director de la Ópera de Viena pronostica que dicha casa –¡de todas las del mundo!– está en posibilidad de incurrir en déficit si el gobierno austriaco no incrementa sus aportaciones.  

No he asistido a todas las funciones de OBA en los últimos doce meses –líbreme el altísimo– pero puedo decir que nunca he visto al presidente de CONACULTA o a la directora del INBA en alguna de ellas y eso que es conocido que son personas cultas que además les interesa –y hasta disfrutan– la ópera. Espero que sí vayan y también espero que la ópera sea parte fundamental de su quehacer.

Es imposible realizar una evaluación seria de la OBA por muchísimas razones. Las muy obvias: la dirección de OBA no escoge al personal de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, vamos ni siquiera en coordinación con las autoridades de la Compañía Nacional de Ballet o del Palacio de Bellas Artes. Las remuneraciones, vacaciones, “días económicos” y “usos y costumbres” son parte medular del contrato colectivo entre las secciones sindicales y las negociaciones periódicas con el INBA, por supuesto “en coordinación” con CONACULTA y la Secretaría de Hacienda y de Educación. Ahora que lo pienso, ¿qué pasa con todos aquellos técnicos y artesanos que trabajan tras el telón? Pues resulta que con ellos también lidia el INBA en coordinación, creo, con la Secretarías del Trabajo y de Hacienda. Es claro que OBA no tiene ni voz ni voto en tales negociaciones.

La situación se agrava cuando nos enteramos que los papeles secundarios –aquí les dicen comprimarios o partiquinos aunque sean secundarios– se asignan por concursos fingidos pues la “normatividad” establece que toda erogación, sea gasto o inversión, debe licitarse por lo menos entre tres candidatos para ¡asignar el papel al que cobre menos! Con razón, ¿no? Me pregunto, ¿sucede lo mismo con los papeles principales? Lo que sí puedo apostar es que los “equipos creativos” no se concursan, aunque los conceptos para las producciones tengan un valor muy bajo y su realización un costo muy alto.

Si llego a pensar con un segmento de mis neuronas que el sector social haría un mejor papel que el estado en esta actividad aquí y ahora, las otras neuronas romperían la sinapsis como protesta por las ideas estúpidas de las primeras. Sin embargo, ojalá se incluyese al sector social, pobres y ricos, institucionales y personales, en el hacer ópera. Me refiero a incluirlo de a de veras, incorporándolo como donador eficiente de recursos y participando en la toma de decisiones de la compañía.

Sabemos que existen estímulos fiscales para la producción de cine y teatro. Estos estímulos son eficientes ya que el causante decide, con aprobación de una comisión encabezada por la SHCP –of course!–  cómo pagar sus impuestos, si enterándolos al gobierno o invirtiéndolos en un proyecto teatral o cinematográfico. No sé de ningún esfuerzo que se esté haciendo en lo referente a la ópera. ¿Será que, como siempre, estamos atenidos a la lechita que nos dé papá gobierno? O bien, y peor, ni siquiera tenemos conocimiento, tiempo y ganas para lograr dinero de esta forma. 

Es claro que yo solo no tengo una de la múltiples soluciones posibles al futuro de OBA en particular y de la ópera en el país, pero también es claro que mientras no haya un grupo que piense, diseñe y proponga una solución que permita un fondeo adecuado de esta forma artística, que sea transparente para toda la comunidad involucrada en actividad operística y que permita lograr niveles de excelencia evaluables con objetividad, tendremos, en el mejor de los casos, otros veinticinco años de una ópera cuya calidad sea mediocre, si tenemos suerte.

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