Mozart escribió a su padre el 13 de octubre de 1782 “¿Por
qué las óperas cómicas italianas agradan en todos los lugares – pese a sus
miserables libretos – aún en París donde yo mismo atestigüé su éxito? Sólo
porque en ellas la música reina suprema y cuando uno la escucha todo lo demás
se olvida.” I puritani no es
ciertamente una ópera cómica, pero su libreto sí es miserable. Estrenada en
París el 25 de enero de 1835, casi 53 años después de la carta de Mozart, su
música hace que nos olvidemos de todo lo demás, libreto y puesta en escena
incluidos.
La producción de Sandro Sequi, estrenada en 1976, es del
tipo llamado “tradicional”, es decir de las que pretenden “realismo” y que
estaban de moda en esa época. La mayoría del público del MET adora estas
producciones, aunque ya se vean pasadas de moda al compararlas con las nuevas
producciones europeas, y las del propio MET, tanto de aquellas en las que el
director de escena creen que el compositor es el dramaturgo de la obra, como de
aquellas en las que al director de escena no le importa la obra, sino que son
pretexto para exponer “su concepto”, buscando, en muchas ocasiones escandalizar
al público. Soy de aquellos que prefieren las obras tradicionales o modernas
siempre que respetan la partitura y, si lo merece, el libreto. Lo siento por
expresar “mi concepto” a este respecto. En este caso la producción es atractiva
visualmente y respeta esencialmente la partitura.
Bellini tuvo el privilegio de contar con cuatro
formidables intérpretes para componer la obra: Giulia Grisi (Elvira), Giovanni
Battista Rubini (Arturo), Antonio Tamburini (Riccardo) y Luigi Lablache
(Giorgio). Esta circunstancia permitió Bellini escribir una de sus partituras
más bellas. Esto también causa que la ópera se interprete muy pocas ocasiones
en nuestros tiempos, ya que no florecen todos los días cantantes que cuenten
con la tessitura necesaria, así como
la técnica indispensable para hacer justicia a la obra.
La estructura musical es un ejemplo de la adhesión al
“código Rossini” que fue la regla en la ópera italiana hasta que Verdi lo
abandonase al ser su nueva técnica en Rigoletto
y La traviata – aunque regresaría al
uso del “código” en Il trovatore.
Mariusz Kwiecien (Riccardo) tuvo una magnífica
intervención durante su aria “Ah, per sempre” cuyo larghetto es una exhibición del estilo de Bellini, culminando en la
cabaletta “Bel sogno beato” que combina agilidad vocal con ardor romántico.
Pese a que se anunció que el barítono polaco padecía de un resfriado, no se
notó ningún problema en su canto.
Lawrence Brownlee (Arturo) brilló al inicio del cuarteto
del primer acto al cantar con grande
espressione “A te, o cara” llegando en la repetición hasta el do sostenido
sobreagudo, escrito en la partitura, con gran seguridad. El acto termina con
Arturo reconociendo a la reina Enrichetta (Elizabeth Bishop) prisionera de los
puritanos, a quien salva a la vez que abandona a Elvira. Off the record, que pecado comete cualquier tenor que abandone a esa
belleza que es Olga Peretyatko.
En el segundo acto Michele Pertusi (Giorgio) exhibió una
belleza vocal inusitada al cantar su aria “Cinta di fiori” con una solidez
absoluta en todo su rango.
Olga Peretyatko (Elvira) tiene una voz muy hermosa,
probablemente no tan grande como la de otras sopranos belcantistas, pero con
dominio sobresaliente de la coloratura. “Qui la voce”, una de las más bellas
escenas de locura del siglo XIX fue un regalo para el público. La rusa cantó la
cabaletta “Vien, diletto” brillantemente, con inteligencia y agilidad vocal. Su
actuación fue espléndida y contrastante con la que tuvo Anna Netrebko hace
algunos años en el mismo escenario, ya que la Peretyatko expresó el personaje
más a través del canto, en tanto la Netrebko, escondió su falta de coloratura,
actuando como Thespian Mistress.
Pertusi y Kwiecien cantaron con solidez el famoso
dueto que termina el segundo acto,
“Suona la tromba”, que es, en mi opinión, uno de los números más sobrevalorados
de la historia de la ópera ya que no es más que una fanfarria glorificada.
El Maestro Michele Mariotti dirigió estupendamente el
coro y la orquesta del MET y a los cantantes de quien logró extraer una
magnífica interpretación, especialmente de su esposa Olga.
En resumen, asistí a una función de I puritani. Descubrí una joya en Olga Peretyatko y quedé con ganas
de volver a asistir esta ópera en la que “la música reina suprema y cuando uno
la escucha todo lo demás se olvida”.
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