Fierrabras en Salzburgo, 19 de agosto de 2014
El Festival de Salzburgo decidió presentar Fierrabras de Franz Schubert como
homenaje a Claudio Abbado. Schubert hizo 18 intentos en el género de la ópera,
muchos de ellos incompletos. Sus óperas más conocidas son Alfonso und Estrella compuesta en 1821–2, estrenada en 1854, y Fierrabras compuesta en 1823 y estrenada
hasta 1897 en una versión incompleta. La Ópera de Viena la presentó en su forma
original en 1988 gracias a la voluntad de su entonces director artístico,
Claudio Abbado.
Fierrabras,
designada ópera–heroica, es una forma primitiva de la forma que Carl Maria von
Weber daría a la ópera alemana, especialmente con Der Fresichütz, aunque sería mejor compararla estilísticamente a Euryanthe, ópera que por cierto fracasó
en su estreno vienés.
El libreto de Joseph Kupelwieser, basado en la leyenda
francesa Fierabras (circa 1170) y la
vieja leyenda alemana Eginhard und Emma,
no es precisamente una obra maestra, de hecho conspira contra de los esfuerzos
de un músico genial como fue Schubert, pero a quien faltaba ese toque de música
dramático que tuvieron las obras alemanas de Mozart y las de Weber. La historia
inicia de igual forma los tres actos y desde el lado dramático se encuentra
continuamente en un callejón sin salida. Por supuesto esto impacta el
desarrollo musical.
El argumento trata de las relaciones de cinco jóvenes, a
veces con algo de confusión. Emma es hija de Carlomagno y ama a Eginhard,
caballero de bajo rango social y virgen en el campo de batalla. Roland, el
caballero Franco está enamorado de Florinda, hija de Boland el monarca moro, y
hermana de Fierrabras, quien por su parte está enamorado de Emma.
Narrar el argumento en este espacio ocuparía demasiado
espacio, por lo que sugiero al que se interese conseguir el libreto, o bien
leer una descripción breve y concisa en alguno de los muchísimos tratados que
existen sobre ópera. No obstante, lo dicho el párrafo anterior representa el
núcleo de la situación dramática.
El equipo creativo, encabezado por Peter Stein, y
complementado por los diseñadores de escenografía, Ferdinand Wögerbauer,
vestuario, Anna Maria Heinreich, e iluminación, Joachim Barth, optan por una
producción literal –llamarle tradicional está fuera de lugar, pues no puede
existir tradición en una obra que se ha representado en muy pocas ocasiones– y
preciosista. La escenografía y el vestuario corresponden al de la época de
Carlomagno – sorprende el uso de olifantes de los cristianos, como el que se
dice Rolando tocó pidiendo ayuda en Roncesvalles– , aunque probablemente el de
los moros sea el del esplendor del califato de Córdoba. Las escenas en el campo
moro son de una belleza impactante al presentar detalles de filigrana en los
motivos árabes, logrando una realidad casi táctil debido a una iluminación
espectacular, probablemente la mejor que he visto en mi vida.
La acción tiene su desarrollo principal en el segundo
acto cuando Eginhard provoca con su cobardía que los francos sean hechos
prisioneros; Florinda salva a los francos al introducirse
subrepticiamente en el calabozo donde se encuentran. Roland feliz de encontrar a su amada, escapa acompañado
por Eginhard, quien desea lavar su falta, y logran llegar al campamento de
Carlomagno. El final es feliz – para su tiempo, pues Boland se convierte al
cristianismo–, gracias a la intervención decisiva y desinteresada de
Fierrabras, quien decide renunciar a Florinda para que la paz reine.
El reparto es espectacular, tanto como su interpretación
musical. Las dos protagonistas, Julia Kleiter como Emma y Dorothea Röschmann
como Florinda destacan en esa pléyade de estrellas. Ambas dan a su canto las
características de sus voces, Kleiter su ternura y Röschmann su pasión. Los dos
monarcas, Georg Zeppenfeld como Carlomagno y Peter Kálmán como Boland, tienen
un duelo de bajos excelentes; puede decirse que Zeppenfeld logra un mejor
resultado por muy poca ventaja. Markus Werba canta Roland espléndidamente. Los
tenores Benjamin Berheim, Eginhard, y Michael Schade tuvieron asimismo una muy
buena interpretación.
La intervención del coro es fundamental en esta obra, lo
que aprovechó con su solvencia habitual, y con placer por su peso en la música,
la Asociación de Conciertos del Coro de la Ópera de Viena, dirigido por Ernst
Raffelsberger.
Ingo Metzmacher logró una maravillosa noche de música de
Schubert con la Filarmónica de Viena. En el programa de mano habla de la
importancia que tiene esta ópera. De alguna manera su artículo es una carnada
para que la obra logre entrar en el repertorio de muchas casas de ópera,
especialmente alemanas.
Tuve la suerte de presenciar una bellísima producción,
interpretada por un grupo de artistas excepcional. No obstante, creo que será
muy difícil que esta obra logre entrar al repertorio normal pese a la calidad
de su música, dado su argumento disparatado y la falta de sentido dramático de
sus autores. En mi opinión Fidelio adolece
de los mismos problemas, pero es parte del repertorio porque Beethoven “tiene”
que ser parte del repertorio de todos los géneros musicales.
Algunas obras raras pero interesantes, como ésta, deben interpretarse
en los Festivales, ya que merecen ser conocidas, y los amantes de la ópera
queremos conocer obras poco oídas pero interesantes, al menos por su música.
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