Der Rosenkavalier en Salzburgo, 20 de agosto de 2014.
Mencionar el Festival de Salzburgo trae a la mente dos
compositores: Mozart y Richard Strauss, y mencionar a Richard Strauss nos hace
pensar casi automáticamente en Der
Rosenvalier. Con esta comedia para música, como la bautizó su libretista
Hugo von Hofmannstahl, se inauguró en 1960 el Großes Festspielhaus. Der Rosenkavalier no fue la primera
ópera de Strauss que se introdujo al Festival –la primera fue Ariadne auf Naxos–, pero sí la que más
se ha presentado.
No fue difícil adivinar con qué ópera se celebraría el
ciento cincuenta aniversario del nacimiento del compositor bávaro, por supuesto
Der Rosenkavalier.
Por otra parte hubo a quienes, su servidor incluido,
extrañó la elección de Harry Kupfer como director de escena de la misma.
Kupfer, heredero de la tradición de la Komische Oper de Berlín e influenciado
por la obra Walter Felsenstein y Bertolt Brecht, ha sido uno de los más
notables, y notorios, directores identificados con el Regietheater – desafortunadamente
llamado Eurotrash en Estados Unidos.
No obstante mis temores, Kupfer logró una producción que
respeta libreto, ubicación, tipo de momento político y, por supuesto, la música
de esta ópera que tanto admiro. La ópera, estrenada en 1911, ubica la acción en
la Viena del primer año de gobierno de Maria Teresa, cuyo acceso al trono
produjo una alta inestabilidad política en toda Europa, Kupfer mantiene la
acción en Viena durante los años previos al estallido de la Gran Guerra,
también imbuidos de fuerte inestabilidad política. Este es el tipo de
adaptaciones que nos acercan a la ópera sin que ésta pierda su vigencia y
oportunidad espacio – temporal.
Los diseñadores de escenografía, Hans Schavernoch, vestuario,
Yan Tax y, sobre todo, los de iluminación, Jürgen Hoffman y videos, Thomas
Reimer, logran crear una Viena de preguerra que sirve fielmente a la ópera. Oí
decir que cualquier vienés de hoy reconoce los lugares que vemos durante la
ópera.
Es difícil emplear el inmenso foro de la Großes Festspielhaus,
100 metros totales con por lo menos 40 de boca de escena. Kupfer y su equipo lo
logran con el uso de luz y video complementado con utilería que representa los
espacios en los interiores o exteriores en los que sucede la ópera. Por ejemplo
la suite de la princesa Werdenberg están representados por un gran espejo y un
enorme dintel de puerta, en adición a sillones y mesas. El último acto se
desarrolla afuera de una fonda que existía en el Prater. Muy lejos quedaron
aquellos diseños que, después de cien años copiaban, conscientemente o no, los
de Alfred Roller y debo decir que no extrañé a Herr Roller.
El vestuario logra acentuar la belleza, dignidad, y hasta
grosería de los personajes sin exagerar o caricaturizar a ninguno de ellos.
Creo que es la producción escénica de Der Rosenkavalier más bella que he
visto, no es tradicional pero siempre sirve fielmente tanto la música como el
texto de la ópera, asunto que siempre intrigó a Strauss y que culminaría con su
última ópera, Capriccio.
La ejecución musical fue tan meritoria como la escénica.
Franz Welser–Möst, extrajo de la Filarmónica de Viena todas sus cualidades,
tales como ese sonido apodado Corno vienés o esos acordes poderosos de todas
las cuerdas, especialmente cuando los violonchelos hacen estallar toda su
potencia. Esto sin omitir la calidad interpretativa de todos los maestros
integrantes de esta gran orquesta. Si acaso, podría criticar que en algunos
momentos el volumen fue tal que cubrió a cierta cantante, o bien, ¿era ella la
que no tenía el volumen suficiente para atravesar esa masa sonora?
El inmenso reparto, 31 personajes sin incluir
supernumerarios, tuvo una actuación estupenda. Dos cantantes brillaron
refulgentemente: Krassimira Stoyanova a quien le escuché la más bella Feldmarschallin
que he oído en mi vida, y Günther Groissböck, quien cantó y actuó un fenomenal
Ochs von Lerchenau.
Stoyanova dio a la Feldmarschallin una imponente dignidad
cuando descubre con certidumbre y tristeza que la juventud se le ha escapado,
“Da geht er hin, der aufgeblas’ne, schlechte Kerl”, y durante el tercer acto,
su presencia y canto “presiden” sobre todos los que se encuentran, disolviendo
su dominio escénico al dejar que los dos jóvenes se declaren su amor
mutuo.
Groissböck es un joven bajo, de quien se creía que no
daría el tipo del vulgar Baron Ochs que esperamos. Sin embargo, creó su
personaje como si fuera el primo campesino de Mandryka, el protagonista de Arabella. Poco refinado y codicioso,
especialmente para ser un noble de la época de los Habsburgo, 1740 o 1912,
aunque no excesivamente vulgar o grosero. Sorteó con éxito, mucho éxito diría
yo, su enorme particella sin perder entonación y volumen de la voz de principio
a fin.
Sophie Koch, quien ha cantado Octavian en muchísimas
ocasiones, también lo hizo con belleza y aplomo, tanto en sus diálogos con su
amante como con su futuro y gran amor. Durante el dueto final fue ella [él]
quien guio suavemente a Sophie en sus declaraciones de amor.
Quisiera recordar que Strauss y Hofmannstahl al crear Der Rosenkavalier hicieron
conscientemente un homenaje a Mozart, especialmente a través de Le nozze di Figaro, y es Octavian quien
más no los recuerda, al tratarse de una cantante que hace el papel de un joven,
quien se disfraza de mujer. Es probable que en 1786 Mozart tuviera un “insight”
psicológico, pero estoy seguro que en 1911 Freud ha de haber sonreído con este
personaje.
Mojca Erdmann encarnó a Sophie. Sin lugar a dudas la
belleza y complexión física de esta cantante son la Sophie paradigmática, su
voz tiene un timbre hermosísimo y su entonación es impecable, sin embargo en
algunas ocasiones su voz no pudo atravesar el muro de música que levantó
Welser–Möst. ¿Fue ella, fue él? No lo sé, pero en todo caso fue un pequeño
defecto que no quitó lustre a una función maravillosa.
El barítono Adrian Eröd fue un muy buen Faninal. Por
primera logró pintar psicológicamente el papel de este arribista, normalmente
percibido como un ser débil que deja ir a su hija “por su bien [el de ella]”.
El tenor Stefan Pop desperdició la oportunidad que da el
cantante italiano al interpretar su hermosa aria. Oportunidad porque lo que
canta es hermoso, tiene muy poco desgaste vocal y su estancia sobre el
escenario es muy corta, esperando a que la princesa lo autorice a exhibir sus
cualidades; además, su caché debe ser el mayor del reparto, medido en
euros/nota cantada. El resto de los cantantes lograron una interpretación
acorde con la producción y la música de la ópera.
En mi opinión la ópera que vi hoy es sin duda el mejor Rosenkavalier que he visto en mi vida,
se logró el objetivo de festejar con cariño y calidad inmensa el sesquicentenario
del nacimiento de Richard Strauss, y sentí que Harry Kupfer, como lo hizo Peter
Stein desde su Don Carlo de hace un
año, llegó a la conclusión de que los compositores y sus libretistas no deben
despreciarse al dirigir sus óperas. Algo así podría dar pie a una obra teatral
u ópera llamada Il ritorno dal direttore
all’opera.
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