La
Cenerentola en
Salzburgo, 21 de agosto de 2014
La producción de La
Cenerentola dirigida por Damiano Michieletto se estrenó durante el Festival
de Pentecostés y, como se ha hecho costumbre, tuvo una nueva serie de
representaciones durante el Festival de Salzburgo en el verano.
El concepto funciona muy bien, casi. Durante la obertura,
se proyecta sobre el telón a un ángel que baja ya aterriza en la mansión de Don
Magnifico que es un café de mala muerte en el que el padrastro cuida la caja
registradora, Angelina hace todo el trabajo, al que las hermanastras agregan
sus caprichos. El ángel es Alidoro quien será omnipresente a lo largo de toda
la ópera. La idea me hizo recordar, no sé por qué, en Miracolo
a Milano de Vittorio de Sica. Por supuesto cualquier persona sensata puede
decirme que mi mente me juega chistes no precisamente inteligentes.
En un momento dado, después del dueto de amor a primera
vista entre Don Ramiro y Angelina, Alidoro coloca en la puerta del refrigerador
un cartel de un estrella pop: Prince, que no es otro que Dandini vestido
estrafalariamente, y quien canta su cavatina rodeado por caballeros vestidos
como mujeres – en realidad la escena es hilarante.
El segundo acto se mueve como el anterior y el rondò final de la Cenerentola es aderezado con burbujas en los que Angelina y Don Ramiro juegan cual niños.
Al inicio agregué un casi precautorio. Este casi es
resultado de que en esta Cenerentola no se percibe la segunda parte del nombre
de la ópera, es decir “ossia la bontà in trionfo” pues, pese a perdonar a su
horrible familia verbalmente, Magnifico, Clorinda y Tisbe terminan arrodillados
y limpiando el suelo del bar.
Los diseñadores de escenografía, Paolo Fantin, vestuario,
Agostino Cavalca e iluminación, Alessandro Carletti, fueron instrumentales en
el éxito escénico de esta puesta. No sé si el olvido de “la bontà in trionfo”
haya sido imputable a Michieletto, al dramaturgo Christian Arseni o a ambos. En
todo caso extrañé el triunfo de la bondad.
La ejecución fue impecable, también casi. Cecilia Bartoli
cantó magníficamente toda la coloratura, y más, que requiere el papel de
Angelina (Cenerentola); el omnipresente Alidoro fue Ugo Guagliardo quien posee
una hermosa voz de baja que sabe emplear muy bien, de igual forma Enzo Capuano
cantó un excelente Don Magnifico, y lo actuó cruel y con avaricia, mientras lo
dejaron.
El enorme Nicola Alaimo, en todos los sentidos, estuvo
formidable al mostrarnos su agilidad vocal y corporal. Su voz de barítono tiene
un bello timbre, un volumen acorde a su, er, volumen, y una entonación
constante.
Javier Camarena ha
hecho de Don Ramiro su firma. De nuevo su dueto con Angelina en el primer acto
y su aria del segundo, “Sì, ritrovarla lo giuro”, volvieron a tener esa
belleza, emoción y aquello que decían nuestros abuelos se llamaba squillo. Espero no perder objetividad al
reseñar las actuaciones de Camarena, pero en verdad son magníficas y esta
ocasión no fue la excepción.
El casi de la ejecución fueron las dos hermanastras,
quienes estoy seguro que fueron elegidas para actuar no tanto por sus calidades
vocales, ciertamente no malas, sino por el enorme contraste entre sus
características vocales y, muy especialmente, físicas. Clorinda fue Lynette
Tapia, una soprano ligera no muy alta, es un decir, y Tisbe la contralto
inglesa Hillary Summers, mujer muy alta y cuya voz recordaba a la de un
contratenor (¡auch!).
Jean–Christophe Spinosi llevó a buen puerto a todos los
intérpretes y al Ensemble Matheus. Es bueno, no, buenísimo, que Cecilia Bartoli
esté invitando a conjuntos orquestales que nos hagan sentir y disfrutar lo que
pudieron haber disfrutado quienes asistieron a los estrenos de las óperas de
Rossini.
En resumen, esta Cenerentola
fue una producción divertidísima, brillantemente ejecutada y que podríamos nombrar
como La Cenerentola ossia Bartoli in
trionfo.
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