jueves, 28 de agosto de 2014

Viva la libertà!

Don Giovanni en Salzburgo, 18 de agosto de 2014
 

 

Don Giovanni es, sin duda alguna, una de las óperas más difíciles de escenificar pues cada espectador, novicio o experimentado, tiene una idea sobre quién es Don Juan y lo que se espera del mismo.
Sven–Eric Bechtolf se echó encima la misión de poner en escena las tres óperas que Mozart compuso con libretos de Da Ponte. El año pasado presentó Così fan tutte y el próximo presentará Le nozze di Figaro. El Festival de Salzburgo presentará en 2016 las tres obras maestras – sí, Così es una obra maestra.
El tema que Bechtolf empleó en su escenificación fue Viva la libertà!, frase que Don Giovanni entona a la entrada de Donna Anna, Don Ottavio y Donna Elvira enmascarados, quienes se unen a la misma; es curioso notar que el Viva la libertà! lo cantan los únicos personajes que disfrutan de ella en tanto que no lo hacen ni Leporello ni Zerlina y Masetto.
El director sitúa la escena en uno de los momentos y lugares del siglo XX en los que las libertades –en especial la sexual– vivieron uno de sus momentos más negros: el franquismo español. La historia se desarrolla específicamente en un hotel de pago por evento en las afueras de Sevilla, propiedad de Il Commendatore y su hija Donna Anna; Masetto trabaja en el bar y Zerlina es una camarera. Don Giovanni se encuentra haciendo su “trabajo” en la habitación de Anna, en tanto que Leporello llega con el equipaje de su señor. Donna Elvira vestirá de novia durante gran parte de la ópera, acorde con la deserción del libertino tras tres días de matrimonio y, como es de esperarse, se encargará de estorbar a su ex en todos los intentos de seducción que intente durante ese día, el peor de su corta vida. Los diseñadores de escenografía, Rolf Glittenberg, vestuario, Marianne Glittenberg e iluminación, Friedrich Rom, logran un buen trabajo.    
Hasta ahora todo está bien, es más, excelente. La situación se aparta de lo importante al incluir una multitud de supernumerarios que se mueven constantemente, distrayendo así al espectador. Hay personal del hotel como camareras, meseros, botones, clientes del hotel y, por supuesto, falangistas comandados por Don Ottavio, quienes se encargan de expulsar de las habitaciones a toda pareja que seguramente está pecando. 
Un aspecto notable es el hecho de que en la pelea que se da entre Don Giovanni e Il Commendatore, el libertino toma el brazo de Donna Anna quien portaba un cuchillo, para clavarlo en el pecho de su padre; esto, supongo, debe agudizar los deseos de venganza de la señora, a lo que se añade algo totalmente nuevo y sorpresivo para mí, un enardecimiento sexual de la joven casta que perseguía a su atacante sexual. Cuando Anna canta sus arias: “Era già alquanto… Or sai chi l’onore” y “Crudele… Non mi dir, bell’idol mio”, el pusilánime y asexuado Ottavio la tira al suelo donde le hace lo que suponemos le había hecho Don Giovanni al inicio de la ópera. Este detalle contradice la psicología de los dos personajes, al menos en mi opinión, aunque se apega, más o menos, al Viva la libertà! que entonan junto con el libertino.
En resumen, mi opinión de la puesta en escena es mixta. En el lado positivo la elección del motivo central, así como su contraste con la época y lugar. En el negativo la abundancia de distracciones y la definición psicológica de Anna y Ottavio.
Al final del día Don Giovanni es un dramma giocoso [per musica], es decir, una pieza literaria jocosa a escenificarse y a ser transmitida al público a través de la música. Por algo Mozart da entrada a esta magna obra en su catálogo como opera buffa, lo que de acuerdo con los usos de la época era una ópera con un libreto bufo a ser interpretada con las convenciones de la opera buffa corrientes. He de recordar que entre estas convenciones se encontraba la distribución de caracteres serios, Il Commendatore, Donna Anna y Don Ottavio, semi-serios, Don Giovanni y Donna Elvira, y bufos, Leporello, Zerlina y Masetto. Otro factor muy importante es que el peso de los tres caracteres femeninos es similar.
Todo el párrafo anterior se orienta a defender las producciones que se acercan al lado dionisiaco del mito y no a las que lo hacen al aspecto apolíneo.
La interpretación de los cantantes tuvo de todo. Entre los hombres, Ildebrando d’Arcangelo fue un notable Don Giovanni, especialmente en “Finch’han fal vino”, aunque Luca Pisaroni fue quien brilló como Leporello, por cierto durante “Madamina, il catalogo è questo” exhibió un cuaderno con fotografías en el que Elvira buscaba ansiosamente la suya con objeto de escamotearla del infame catálogo; Tomasz Konieczny estuvo sólido como una roca (no pun intended como dicen en inglés) como Il Commendatore y Alessio Arduini fue un ardiente Masetto. Quien estuvo bastante abajo del grupo, fue el Ottavio de Andrew Staples, quien desafortunadamente hizo de “Dalla sua pace” algo muy poco pacífico. Como era de esperarse no pudo apaciguar su imagen durante “Il mio tesoro”.
 

En las mujeres fue donde hubo un mayor divergencia en la calidad de interpretación vocal, la joven de 28 años Anett Fritsch nos regaló una estupenda Donna Elvira, tanto que al entonar “Sola, sola, in buio loco” realmente sentí su temor infantil, “questa fanciulla” le dirá Leporello unos momentos más tarde. La moldava Valentina Nafornita cantó un regular “Batti, batti”, mejorando durante su seductora “Vedrai, cariño”, aunque su strip-tease (parcial) pudo haber alterado mi percepción. Quien no tuvo una noche feliz vocalmente die la Donna Anna de Lenneke Ruiten. Odio decirlo pero es lo que realmente percibí durante la función. Ojalá que en las otras, haya tenido mejores noches.
 
 
Christoph Eschenbach dirigió la Filarmónica de Viena con tempi bastante pomposos, aunque hubo momentos en los que decidió hacerlo con mayor viveza, como durante el aria de Don Giovanni. Oí críticas al hecho de que la Filarmónica de Viena no suena como una agrupación HIP (históricamente informada) lo cual creo es un desatino, por otro lado creo que el sonido Viena es soberbio y es el que me gusta más para oír un Don Giovanni cuando lo hace un instrumento del tamaño y prácticas de interpretación similar al de los vieneses.
Cuando nos referimos a Don Giovanni en el Festival de Salzburgo, siempre debemos de mencionar la versión que se emplea. En esta ocasión se usó la versión híbrida, es decir la que nunca oyó Mozart, incluyendo las dos arias de Ottavio (desafortunadamente), las de Elvira (afortunadamente) y el sexteto final, durante el cual reaparece Don Giovanni al que nadie ve, salvo una mesera que le coqueteó durante toda la ópera y que lo seduce finalmente, haciendo que todos los personajes y supernumerarios terminasen en el mismo lugar que ocupaban al iniciar la función.
Como Bernard Shaw, nunca he podido ver un Don Giovanni que me satisfaga totalmente (¿existirá acaso?), pero esta producción me satisfizo más que las dos anteriores que sufrí en el Festival.
 
 
 

 
 
 
 

 

 

 


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