Il
viaggio a Reims en
Bellas Artes. Marzo 20, 2016
Aunque
esta ópera fue una pièce d’occasion
al formar parte de las celebraciones motivadas por la coronación de Carlos X, también
fue la primera ópera de Rossini que tuvo su estreno absoluto en París y la
última que compuso en italiano. El reparto de la primera interpretación incluyó
en el lugar de honor a Giuditta Pasta como la poetisa romana Corinna.
Esta
ópera exige catorce cantantes de alta calidad dadas las exigencias técnicas y
musicales que impuso Rossini, por lo que se representa muy ocasionalmente en
las grandes casas de ópera dado el costo que implica integrar un reparto de
alto calibre. Por otro lado, se interpreta frecuentemente en academias de
ópera, como sucede anualmente en el Festival Rossini de Pesaro.
En
esta ocasión, Ópera de Bellas Artes optó por tomar riesgos, mezclando cantantes
experimentados, algunos de ellos de alto nivel, con jóvenes del Estudio de
Ópera de Bellas Artes.
Una
decisión Ópera de Bellas Artes, que aplaudo profundamente, fue prescindir de
los usual suspects de la dirección
escénica operística en México, es decir, las luminarias intelectuales, léase
vedettes, expertas en usar de una vez el presupuesto microscópico anual de la
institución, de las vedettes empeñadas en hacer su declaración de principios o
de quienes que siempre hacen lo mismo. El resultado de haber contratado como
director de escena a Carlos Corona, hombre de teatro que debuta en el Palacio
de Bellas Artes fue refrescante. De entrada no se buscó problemas innecesarios.
La acción se desarrolla en el hotel de playa “El lirio de oro”, traducción
literal del subtítulo ossia L’albergo del
giglio d’oro, estación veraniega, como diría la generación de mis abuelos,
a la que llegan las personalidades que pretenden asistir a la coronación de
Carlos X. Al inicio, la escenografía diseñada por Jesús Hernández presenta el
hotel en dos niveles, en el inferior se ve el área de recepción y dos de las
alcobas, y en el superior un área de recreo en el que se hace deporte y se toma
de sol; a la entrada de Lord Sidney se agrega otro nivel debajo de los otros
dos usando, por fin, algo del equipo con el que se “modernizó” el teatro hace
ya unos años, y que ha descansado sin haber hecho nada. Después de un largo
intermedio, sin justificación alguna, la escena regresa a los dos niveles, ya
sin presentar el área de recepción. El vestuario, diseñado por Jerildy Bosch, armoniza
con el estilo del albergue y coloca la acción en los 1950s. La iluminación,
también de Hernández no busca preciosismos, sino simplemente hacer que la
escena se vea limpia, sobre todo se vea. En síntesis la puesta en escena logra
presentar eficientemente el ambiente de excitación, emoción, y algo de
frustración, que viven los personajes ante el evento que los reunió en el Albergue
del lirio de oro.
El
grupo de cantantes puede caracterizarse como bueno, destacando sobre todos ellos
Guadalupe Paz como la marquesa Melibea. Su voz de mezzosoprano tiene un timbre
hermoso con muy buen volumen, su fraseo es excelente y su dominio del estilo
rossiniano notable. Por cierto, su presencia escénica es impactante. Previo al
inicio de la función se anunció que quien encarnó a Madame Cortesse, la soprano
Alejandra Sandoval no estaba en condiciones óptimas de salud; durante su aria,
el primer número importante de la ópera, se oyó titubeante pero no mal, y su
desempeño fue mejorando continuamente conforme avanzó la ópera. Claudia Cota
como la condesa de Folleville estuvo hilarante en su actuación y bien
vocalmente. La soprano que ejecutó la parte más exigente de la partitura por
haber sido compuesta para la Pasta, fue Gabriela Herrera que cantó brillantemente
su primer aria “Arpa gentil”, aunque se apagó notablemente durante la improvisación
“All’ombra amena”. El resto del reparto femenino fue bien cubierto por Gabriela
Flores, Rosario Aguilar y Liliana Aguilasocho.
Los
números concertantes fueron bien interpretados, especialmente el famosísimo
Gran Pezzo Concertato a 14 Voci “Ah! A tal colpo inaspettato”.
Iván
López Reynoso dirigió en forma destacada a los solistas, a la Orquesta y al
Coro del Teatro de Bellas Artes, éste último preparado por John Daly Goodwin.
Aparte
del entusiasmo y calidad de todos los participantes en esta producción hubo
circunstancias favorables como el que López Reynoso hubiese dirigido hace dos
años esta ópera con los jóvenes de la Academia del Festival Rossini de Pesaro,
bajo la supervisión del maestro Alberto Zedda y que Guadalupe Paz en el pasado
hubiera interpretado el mismo papel en el mismo Festival; hay que agregar la
brillante decisión de Lourdes Ambriz, directora artística por la contratación
de Anna Bigliardi quien fungió como coach y directora asistente, y que tiene
una experiencia de varios años trabajando con el maestro Zedda en el Festival. Habrá
que decir en cinco semanas de ensayos logró milagros al hacer que el estilo
rossiniano al menos parcialmente.
En
resumen, creo que asistí a la mejor función de ópera en el teatro de Bellas
Artes desde hace un buen tiempo. Probablemente no a la mejor actuación
individual –el Don Giovanni de Maltman o la Donna Anna de Grimaldi son
difíciles de superar aquí y en muchas otras partes– pero sí a la del conjunto.
Sólo espero que la experiencia se repita y se siga privilegiando el resultado
integral de una producción y no el ego de aquellos directores de escena que no
pasan de ponedores, o el de algunos músicos más interesados en lo que sea que
no tenga que ver con el público de OBA.
©
Luis Gutiérrez Ruvalcaba
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