Catalina de Guisa de Cenobio Paniagua
Muchos aficionados a la ópera piensan que la
ópera en México tuvo su época de oro hacia la mitad del siglo XX. Yo diría que
fue “una” de las épocas doradas. Después de revisar a vuelo de pájaro la tesis
doctoral de Áurea Maya, descubro que durante la llamada Primera República
Federal, la ópera ocupó un lugar muy importante en la vida de la ciudad de
México, en el periodo 1831–1839 se ofrecieron unas 350 funciones, en promedio
el doble de lo que se ha ofrecido en los últimos 40 años. Como es fácil adivinar,
el repertorio era principalmente italiano, con una gran concentración en
Rossini, Bellini y Donizetti. Esto representa una muestra sólida del estado de
la ópera en México durante el siglo XIX.
Cenobio Paniagua
Cenobio Paniagua nació un mes después de la
consumación de la Independencia de México, sus primeros estudios musicales los
realizó bajo la dirección de Eusebio Vázquez quien dirigía la orquesta de la
Catedral de Morelia y le impartió sus primeras clases de violín. Desde muy
temprana edad, el músico demostró inquietud por conocer todos los instrumentos.
En su adolescencia estudió la ejecución de varios instrumentos y composición en
Toluca, además, durante esta época creó sus primeras piezas de salón. Alentado
por sus primeros triunfos, el músico decidió encaminar sus aspiraciones rumbo a
la Ciudad de México. Tras varios intentos fallidos por recibir cátedra de José
Antonio Gómez, decidió estudiar por su cuenta mediante métodos extranjeros en
diversos idiomas. Posteriormente,
Paniagua tuvo la iniciativa de crear su primera ópera, y al no haber libretos
ni libretistas, tomó uno de Felice Romani para dar vida a su primera obra,
titulada Catalina de Guisa. El éxito
que obtuvo con su obra lo animó a crear la Academia de Armonía y Composición,
donde estudiaron Melesio Morales, Mateo Torres Serratos, Miguel Planas y Carlos
J. Meneses. Fue profesor de Ángela Peralta. En dicho instituto se crearon
óperas como Cleotilde de Coscenza, de
Octaviano Valle; Adelaida y Comingio
de Ramón Vega; La reina de las hadas,
de Miguel Meneses; y Romeo y Julieta e
Ildegonda de Melesio Morales, las
cuale fueron representadas en su compañía, la primera empresa operística
mexicana. Durante el gobierno del emperador Maximiliano de Habsburgo, intentó
viajar a Cuba, pero luego de tres años de espera, en 1868 se trasladó a
Córdoba, donde vivió hasta su muerte acaecida el 2 de noviembre de 1882.
Catalina
de Guisa
se estrenó el 29 de septiembre de 1859, siendo así la primera ópera compuesta y
puesta en escena por un mexicano en el México independiente. La pieza fue la
más escenificada en México durante el siglo XIX. Los manuscritos originales de
toda la obra de Paniagua, que se mantuvieron como propiedad de su familia, se
agruparon en el Archivo Zevallos Zapata que custodia el Centro Nacional de
Investigación, Documentación e Información Musical "Carlos Chávez" (CENIDIM).
Hay veces, muy pocas, en las que diversas instituciones gubernamentales
colaboran exitosamente. Verónica Murúa, cabeza del Taller de Ópera de la
Facultad de Música de la UNAM. y Áurea Maya del CENIDIM se dieron a la tarea de
rescatar esa ópera que fuera tan exitosa hace siglo y medio. El primer gran
paso fue la edición de la partitura vocal y piano de toda la ópera y de la
orquestación del tercer acto. En este momento Abelardo Olivera se integró al
proyecto.
El siguiente paso fue completar la orquestación
de los primeros dos actos. Este trabajo se encomendó a alumnos del curso de Orquestación
impartido por las compositoras María Granillo y Gabriela Ortiz. Es claro que la
orquestación es susceptible de mejoría. Simultáneamente, bajo la dirección de
Samuel Pascoe, se formó la Orquesta Sinfónica Estanislao Mejía, y un coro con
estudiantes de la Facultad de Música, el Conservatorio Nacional de Música y la Escuela
Superior de Música del INBAL (no sé el porqué se agrega la L ya que siempre he creído
que la literatura es una de las bellas artes).
Verónica Murúa se echo a cuestas la preparación
musical de la ópera. Los solistas son también estudiantes, con la excepción del
bajo Charles Oppenheim. Uno de los ensayos con piano fue el medio para la
titulación de una cantante del Conservatorio Nacional de Música, y en unos
meses, un estudiante de la Escuela Superior de Música lo hará de la misma
manera.
Coro de damas, Charles Oppnheim (Duque de Guisa) y Rosalía Ramos (Catalina de Guisa)
El salto adelante, cuyo resultado final presencié,
fue la puesta en escena por el director Horacio Almada, auxiliado por una alumna
de Literatura y Arte Dramático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
que realizó su tesis con lo que le dejó el proyecto. Mauricio Trápaga diseñó
escenografía y vestuario auxiliado por estudiantes de la Facultad de
Arquitectura de la UNAM. Almada también diseñó la iluminación.
Por alguna razón que desconozco, y si la conociera
no entendería, la ópera se presentó en el Foro José Luis Ibáñez de la Facultad
de Filosofía y Letras que no cuenta con foso orquestal u otra solución que
permita una buena localización de la orquesta. El lugar idóneo, porque cuenta
con foso orquestal y tramoya e iluminación diseñadas para obras como ésta, es
la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.
La obra en sí es una ópera de estilo musical italiano
de mediados del siglo XIX con un guion y libreto típico de la época. La acción
se lleva a cabo en Francia durante la rebelión de la Liga Católica en los 1580s.
En un baile de disfraces Guido, Conde de San Megrino (tenor), protegido del rey
Enrique III y por lo mismo enemigo del Duque de Guisa (bajo) que encabeza la
Liga, corteja a Catalina Duquesa de Guisa (soprano) quien
se siente intimidada a la vez que le devuelve las atenciones. Al salir, ella
pierde su pañuelo. Entra el Duque y al ver el pañuelo sospecha que algo no va
bien en su matrimonio. Regresa el Conde y reta a duelo al Duque, quien no lo
acepta por tener rangos diferentes. En el palacio se encuentra Arturo de Cleves
(barítono), paje y enamorado sin esperanza de su prima la Duquesa. La ve
preocupada por el pañuelo perdido y trata de confortarla recitándole un poema. Entra
Guisa despidiendo a la corte y obliga a su esposa a escribir una nota al Conde
para invitarle a sus aposentos esa noche. Catalina pide a Arturo entregue la
nota y, desconsolada, se queja de su suerte. Arturo entrega la carta, Guisa ordena
que se deje entrar a todos a su palacio, pero a la vez que no se permita la
salida de ninguno.
Llega el Conde y, cerrando la puerta
cuidadosamente, se encuentra con Catalina en sus aposentos. Le declara su amor
pese a que ella le advierte de la trampa. Arturo ayuda al Conde a escapar por
un balcón justo antes que la guardia derribe la puerta. Los soldados persiguen
al Conde y al paje y los hieren mortalmente. Postrada ante su esposa, Catalina
le pide que la mate; a cambio Guisa le arroja el pañuelo y le dice que lo use para
enjuagar la sangre de su amado.
La ejecución de la ópera fue mucho mejor de lo
que yo esperaba de un trabajo de muchos jóvenes entusiastas, sin embargo, es
claro que muchos de los miembros de la orquesta y del coro tienen mucho camino
para lograr un lugar en el campo profesional de la música. El papel de Catalina
fue encomendado a Rosalía Ramos –quien se titulara con el papel– tiene una voz
potente y afinada, aunque aún tiene que desarrollar la coloratura que exige
este tipo de obras. Charles Oppenheim cantó un muy buen Duque de Guisa. Siempre
he creído que es un gran actor-cantante, pero hoy lo vi, y lo oí, como un muy
buen cantante-actor. Carlos Reynoso tiene una bella voz de barítono, aunque habrá
que esperar para su maduración. Pablo Pérez de la Luz fue el tenor que cantó el
papel del Conde. Es muy joven y aún le falta mucho por desarrollar, sobre todo
en ese campo minado que es el de los tenores.
Horacio Almada hizo milagros para que el coro y
los solistas tuvieran una aceptable interpretación teatral, lo mismo que
Trápaga para lograr una escenografía minimalista, es decir casi nada, con 7.50
pesos moneda nacional.
Es muy esperanzador que un proyecto como éste
llegue a esta etapa. El trabajo y el amor por él que manifiestan sus creadoras,
Verónica Murúa y Áurea Maya, aunado al de todos los chicos y profesionales como
Horacio Almada, Mauricio Trápaga, y muchos otros cuyos nombres quedaron en el
tintero, logre estos frutos.
En mi opinión, sería muy deseable que el
proyecto continuara su desarrollo hasta llega a ser una ópera digna de
presentarse en cualquier escenario, para ello habría que invertir una cantidad decente.
Las materias primas están ahí; los catalizadores también, lo que falta son los
fierros y ladrillos del edificio.
La ópera se volverá a presentar el 3, 7 y 9 de
mayo a las 1:00 horas en el Teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura
de la UNAM. Además, la entrada es libre.
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