La producción, dirigida por Krzystof Warlikowski,
traslada la acción de la ópera del siglo XVI a la España de los 1950’s, otra
época en la que el poder del estado, la dictadura de Franco, y de la iglesia, a
través del Opus Dei, fueron tan absolutos e intolerantes como en el siglo XVI.
En mi opinión, la actualización no sólo es verosímil y no contradice “las
intenciones” de Verdi, sino llega a ser brillante, al tratar un tema de hoy. Es
claro que el director ni esperaba ni sabía cuando planeó su trabajo, que las
condiciones políticas de España en estos momentos hiciesen que Flandes se
pareciera a Cataluña, pero el impacto ahí queda.
Malgorzata Szczesniak firmó el diseño de
escenografía y vestuario, logrando un magnífico resultado. El vestuario
corresponde a las modas de los 1950’s y 1960's; la escena, aparentemente simple, simula
en el acto I un museo en el que el coro representa al público que admira a la
realeza expuesta, aunque se retira en los momentos íntimos, como el dueto entre
Carlos y Élisabeth, y regresa a la crisis pública cuando la Princesa de Francia
decide, contra su voluntad, convertirse en Reina de España.
La primera escena del segundo acto es dominada
por una estructura que presenta una elaborada celosía, tras de la que cantan
los monjes del monasterio de San Yuste; este espacio se convierte en una sala
de armas, no en un jardín, en la que las damas de honor hacen esgrima con
espada, como elemento destacado del divertiment
que es la canción del velo. En el mismo espacio se desarrolla el resto de
la segunda escena del acto II.
El espacio con la celosía regresa durante la
primera escena del acto III, y la coronación y auto-da-fé se escenifican en un anfiteatro que sugiere la herradura
de un parlamento. Le Grand Inquisiteur–Escrivá de Balaguer, está presente
durante la escena y sonríe con socarronería al desplazarse para bendecir al
único reo a ser ejecutado.
Jonas Kaufmann, Ildar Abdrazakov y Coro
Don Carlos Acto III, escena 2
La primera escena del cuarto acto se lleva a
cabo en un recinto que bien podría ser una sala de exhibición privada, en la
que aparecen Philippe y Eboli después de haber tenido un encuentro sexual
aparentemente satisfactorio, al menos para ella dada su expresión facial y el
placer mostrado al fumar e inhalar cocaína. Hay a quienes puede chocar esta
escena, pero yo encontré fascinante escuchar el aria principal de Philippe
después de haber sido infiel a la Reina. La discusión de Philippe y Élisabeth que
suscita el cofre de los tesoros de la Reina se torna muy violenta, pues el Rey trata
de estrangular a la Reina lo que impide Rodrigue al intervenir. La dirección
actoral en estos momentos, subraya que, al menos originalmente, la Reina
abandona la sala dejando a Eboli sola hasta que Lerma entra y le comunica la
decisión de la Reina por la que la condena al exilio o al convento, pues no
puede perdonarle la infidelidad de su esposo. Normalmente vemos que la Reina
comunica directamente su decisión a la Princesa. La segunda escena del acto
presenta el calabozo del Infante, en un espacio reducido dejando la mayor parte
del espacio para las escenas de la muerte de Posa y el intento de insurrección.
El director da otro toque psicológico, al mostrar a Eboli robando un beso de
Philippe, y no de Carlos, antes de marcharse al exilio.
El acto V regresa a la escena inicial del acto
II. Al final del acto, después que el Inquisidor preside el juicio sumario de
Don Carlos, sale Carlos V del claustro a rescatarlo. El emperador es representado
por un viejo decrépito y altamente condecorado, que bien podría pertenecer a
una de las familias reales a la que son tan aficionados los españoles.
La iluminación, diseñada por Felice Ross
destaca lo que hay que destacar y oscurece lo que hay que oscurecer. Denis
Guéguin diseñó unos videos que presentan a cada personaje hasta mostrar a
Philippe en el acto de suicidarse con una pistola. Si no hubieran existido
estos videos, la compañía habría ahorrado algo de dinero. sin demeritar en un
ápice la calidad general de la puesta en escena.
Esta brillantísima puesta en escena, por
supuesto en mi opinión, me hizo quedar con las ganas de volver una producción
de Warlikowski.
En muchas ocasiones, la ópera es una forma
artística desconcertante, ya que está compuesta por varios elementos difíciles
de reunir exitosamente. En este caso, a la puesta escena se unió una
interpretación musical y dramática que permanecerá en mi mente y cuerpo
durante el resto de mi vida.
Ildar Abdrazakov encarnó un Philippe II capaz
de expresar ejercicio absoluto de poder, crueldad con su esposa,
amistad con Rodrigue y, hasta cierto punto, sumisión hacia el poder de la
iglesia. Cantó espléndidamente “Elle ne m’aime pas!”, acompañado en forma
maravillosa por el violonchelo obbligato
de Cyrille Lacrouts. Sus intervenciones en los números de conjunto fueron
también de altísima calidad, especialmente durante los duetos con Rodrigue y Le
Grand Inquisiteur.
Jonas Kaufmann, fue un Don Carlos enamorado
profundamente de la Princesa de Francia, convirtiéndose en el inestable Infante
que peca de querer ser héroe, pues lo que logran sus acciones es la muerte de
su único amigo. Su recitativo y aria, su único solo de la ópera, “Quel jardins
éclatants de fleurs et de lumière”, me obligó a pensar que fue una lástima que
Verdi sólo compusiera un aria para el infante – la razón de esto es que, en
opinión del compositor, el creador del papel, A. Morère, era un imbécil
profundo incapaz de cantar otra aria. Sin embargo, el tenor baritonal de
Kaufmann pudo escucharse en muchos números de conjunto, destacando el dueto con
Rodrigue, “Dieu, tu sèmes dans nos âmes” y en el terceto con Rodrigue y Eboli
en el tercer acto.
El personaje anacrónico de la ópera, Rodrigue,
es muy actual en el contexto de esta producción y fue personificado por el
francés Ludovic Tézier. Tuvo una muy brillante interpretación, en mi opinión la
mejor de los hombres. Ya se mencionó el conocidísimo dueto con Carlos y el
terceto del acto III, pero estuvo excelso al cantar sus dos arias, especialmente
la del acto IV; la trompeta que acompaña su muerte, interpretada por Nicolas
Chatenet, es, sin duda, un anticipo del lugar que este instrumento, lúgubre en
esta ocasión, adquiriría en el blues de los negros americanos.
El bajo ucraniano Dmitry Belosselskly dio vida a
un Grand Inquisiteur socarrón. Actoralmente lo hizo magníficamente y en lo
vocal no mostró ninguna nota de fragilidad. Krzysztof Bączyk cantó un monje
imponente.
Los hombres tuvieron un desempeño destacado y
las mujeres no les fueron a la zaga.
Sonya Yoncheva hizo una creación como Élisabeth
de Valois. Su entonación del inicio del dueto con el Infante del acto I, “De
quels transports poignants et doux” mostró su hermosa y expresiva voz, misma
que volvería a apabullarme durante su aria del acto V, “Toi qui sus le néant
des grandeurs de ce monde” cuando regresa el tema del dueto, dando al texto el
sentido musical completo, que sólo se logra en las versiones de cinco actos. Su
aria de despedida de su dama de compañía en el segundo acto también fue un
momento de emoción. La mezcla con Kaufmann en los tres duetos entre Élisabeth y
Carlos fue simplemente perfecta, y verosímil en su confrontación con Philippe
II.
Verdi escribió en 1879 a su amigo el director y
compositor Franco Faccio que, después de Philippe, el personaje más importante
de la ópera es Eboli. También es sabido que la tesitura del papel es muy
complicada pues sus dos arias fueron escritas para dos cantantes, la del acto
II para una contralto y la del acto IV para una soprano spinto, para quien
también compuso el terceto con Rodrigue y Carlos en el acto III. Elīna Garança
hizo su debut en este papel con esta producción, y creo que se convertirá en la
Princess Eboli de referencia durante muchos años. Desde su aparición en la sala
de armas del acto II se convierte en el punto focal del escenario,
especialmente al imbuir a su personaje de una sexualidad extrema. La canción
del velo, cuyo interés dramático dentro de la ópera es tangencial, es
esencialmente un vehículo de lucimiento vocal para la cantante y la Garança no
lo desaprovechó. Las últimas sílabas de la pieza,“S’ecria le roi! Ah!” las
cantó a una de las damas espadachines recostada sobre un taburete con una
sensualidad totalmente animal. Después de oír “Ah!” exhalé un ahogado ¡ufff! que
hizo que algunos de mis vecinos voltearan a verme mostrando solidaridad con mi
reacción. Su flirteo con Rodrigue a continuación y el terceto con el mismo Posa
y Don Carlos en el acto III también fueron perfectos. Durante su segunda aria,
ésta sí con gran sentido dramático, “Ô don fatal et détesté”, la mezzo logró
cincelar una pieza musical perfecta. Además, y no es poca cosa, hizo que el don
fatal, es decir su belleza, fuese más cierto que nunca.
Thibault fue muy bien interpretado por Ève–Maud
Hubeaux, le Comte de Lerme por Julian Dran, voix d’en haut por Silga Tiruma
y el heraldo real por Hyun–Jong Roh.
Sólo queda hablar de Philippe Jordan quien
realizó un trabajo épico al tomar riesgos al emplear la “ur-versión” de 1866,
que incluye no sólo composiciones iniciales de algunos números, como los duetos
de Philippe y Rodrigue en el acto II y el de Carlos y Elisabeth en el acto V;
sino otros que fueron eliminados totalmente, como el preludio y la primera
escena del acto de Fontainebleau, la escena entre Elisabeth y la Princess que
precede, y da sentido dramático, al trío entre Eboli, Carlos y Rodrigue, el dueto
entre la Reina y la Princess que sigue al exabrupto de Philippe en el acto IV y
el dueto entre Philippe y Carlos que sigue a la muerte de Posa. La toma de
riesgo hubiese sido improductiva, y contraproducente, si Jordan no hubiese
logrado dirigir magistralmente a los solistas y a la Orquesta y Coro, este
preparado por José Luis Basso, de la Opéra National de Paris, entidades que
tuvieron una formidable interpretación.
El aplauso final otorgado por el público por casi
quince minutos fue un fiel reflejo de lo que sucedió esta noche sobre el
escenario de la Opéra Bastille. Al menos en cuanto al público que pagó, forma
en la que Verdi medía el éxito de sus obras.
Dado que no soy, ni intento parecer, periodista
o crítico, tengo la libertad en la extensión de lo que reseño, así como en el
tiempo en que tardo en hacerlo. Entonces, termino agradecido por quienes
tuvieron la paciencia de llegar a este punto final.
© Agatha Poupenay/Opéra National de Paris por las fotografías
© Luis Gutiérrez Ruvalcaba