Tristan und Isolde en el
MET. Octubre 17 de 2016.
Sin
lugar a dudas ésta es una de las obras que hacen que la forma artística que
llamamos ópera tenga un lugar tan importante en las actividades creativas del
ser humano.
El
concepto escénico de Mariusz Treliński ubica la acción, si es que esta ópera
tiene acción, en nuestros días durante una guerra entre Irlanda e Inglaterra.
En mi muy humilde opinión, esta traslación temporal no aporta un ápice al
entendimiento del drama de pasión y traición que se encuentran en el fondo de
la leyenda. Los dos primeros actos se desarrollan en el puente de mando de un
buque, en un caso visto desde la proa y en el otro desde la popa. El tercer
acto se desarrolla en un cuarto de hospital y, me imagino, dentro del cerebro de
Tristan en el que un niño, Tristan mismo supongo, sugiere… no sé qué. El
escenógrafo Boris Kudlička logra un trabajo muy atractivo en el diseño del
puente, en el que se encuentran instrumentos de navegación verosímiles, y en el
del hospital. El vestuario diseñado por Marek Adamski combina adecuadamente los
uniformes militares de los hombres con los sencillos vestidos de Isolde y
Brangäne. La iluminación de Marc Heinz destaca con virtuosismo la
transfiguración final de Isolde; por cierto pese a que su última pieza se
conoce como “muerte de amor”, no creo que lo haga, entre otras cosas porque no
se menciona “muerte” o “mortal” en el solo, además Wagner ya se encargó de
redimir al mundo con muerte de mujeres, por lo que es posible, sólo digo es
posible, que el Maestro no haya tenido que matar a Isolde. Treliński se apoyó
en forma importantísima en proyecciones de videos diseñados por Bartek Macias.
Uno de ellos permanece durante toda la obra, incluidos los tres preludios, y
representa la pantalla de radar iluminada en verde. Debo decir que la vuelta
continua del vector del radar mostrando diversos accidentes de la superficie
estuvo cerca de provocarme una convulsión.
Mi
conclusión es que el concepto del director de escena fue superado por sus
diseñadores. Dada la intemporalidad y universalidad del tema, ¿por qué una
guerra entre Irlanda e Inglaterra?, ¿por qué no una guerra interplanetaria o
interestelar? Total las pasiones wagnerianas bien pueden ser, según los
wagneritas son, mayores que este mundo.
El
desempeño musical y dramático de los cantantes fue más brillante que la
producción. Nina Stemme es una fuerza de la naturaleza. Jamás perdió la
entonación y su “muerte de amor” fue una maravilla, comparable con justicia con
cualquiera de las grandes Isolde de la historia; en este momento su voz
mantenía la belleza con la que inició y su volumen fue tal que traspasaba la
música de la orquesta sin dificultad alguna y son que se percibiese esfuerzo al
hacerlo. También estuvo magnífica actuando.
Ekaterina
Gubanova cantó y actuó una estupenda Brangäne. Cierto que en esta producción no
proporciona a Isolde la poción en un frasco, sino en un jeringa que la
contiene. No he visto muchas veces esta ópera, pero creo que en esta ocasión
presencié una mezzosoprano muy difícil de superar en este papel.
Es
una lástima que el rol del rey Marke sea breve con un cantante como René Pape.
Su voz es cada día más atractiva y firme, y tiene una calidad real en verdad.
El
tenor australiano Stuart Skelton tuvo una función destacada, pese a haber
llegado al tercer acto herido, no sólo dramáticamente a manos de Melot, sino
por haberse cansado vocalmente.
Evgeny
Nikitin como Kurwenal, Neal Cooper como Melot, Tony Stevenson como la voz de un
marinero, Alex Richardson como un pastor y David Crawford como un timonel
apoyaron con éxito una muy buena representación de esta obra.
Sir
Simon Rattle dirigió espléndidamente la Orquesta y el Coro del MET, manteniendo
contacto musical continuo con los cantantes. El acorde de Tristan que oímos al
inicio del Preludio al primer acto, recurre continuamente durante toda la obra,
pero me deja frustrado continuamente hasta que se resuelve al lograr Isolde el
clímax durante su transfiguración. Rattle logró la recurrencia frustrante pero
también unió la orquesta a Isolde en uno de los momentos musicales más
cruciales del siglo XIX resolviendo el tema que oímos por primera vez cuatro
horas antes.
©
Luis Gutiérrez
Gracias Luis! Abrazo.
ResponderBorrarSobrio, como lo merece la obra wagneriana. Good piece!
ResponderBorrarCuando la cúspide es la muerte por amor, es que ya se acabó el pudor y se desconocen la pasiones; wagneritas, calm down!
¿Morir de amor? Nomausmiki
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