Teatro dentro del teatro
La Compañía Nacional de Ópera de Bellas Artes
cerró su temporada 2019 con un brillante homenaje a Jacques Offenbach en el
segundo centenario de su nacimiento, al poner en escena Les contes
d’Hoffmann.
Esta obra es una de las más queridas del
publico aficionado a la forma artística que llamamos ópera y, a la vez, es una
de las más difíciles de programar por dos razones: la obvia es el costo que
representa escenificarla, dadas la calidad y cantidad de intérpretes que
requiere, y las dificultades escénicas que implica el contar cuatro historias
en forma creíble dadas las características fantásticas de al menos tres de los
cinco actos de la ópera, aún si se considera que el primero y el último pueden
asumirse como prólogo y epílogo; la no tan obvia, es resultado de que el acto
de Giulietta y el epilogo no estaban terminados totalmente al momento de la
muerte del compositor. Offenbach creó la obra para ser estrenada en el Théâtre
de la Gaîte-Lyrique, con recitativos, un barítono como Hoffmann y cuatro
sopranos líricos como las amantes Olympia (París), Antonia (Múnich), Giulietta (Venecia)
y Stella (Núremberg). Ante la quiebra de la empresa del compositor, el
empresario Léon Carvahlo lo convenció de presentar la obra en la Opéra-Comique,
lo que implico revisarla con diálogos hablados, un tenor en el papel titular y
una soprano coloratura. Offenbach murió cuando la ópera ya estaba en ensayos,
por lo que se llamó a Ernest Giraud para su compleción. Para complicar las
cosas, el papel de Nicklausse–La musa, asignado a mezzosoprano, Alice Ducasse,
se reemplazó con una actriz y una soprano lírico, asimismo, la insatisfacción
del resultado del trabajo de Guiraud en el acto de Giulietta provocó que éste
se eliminase, dispersando algunos de sus números –incluida la barcarola, por
supuesto– en el resto de la obra. Aun con el acto veneciano ya terminado, la
ópera se estrenó y editó con otro orden de los actos al que concibió su
creador, es decir: Olympia, Giulietta, Antonia, como para enmascarar las
imperfecciones que subsistieron en el acto veneciano. Giraud escribió nuevos
recitativos, mismos que permanecieron hasta la edición de Choudens en 1907. El
incendio en 1887 de la Salle Favart sede de la Opéra-Comique, destruyó la
partitura del estreno, sin embargo, los descubrimientos de manuscritos lograron
dos ediciones “definitivas”: la de Fritz Oeser,1976, que incluye ciertos materiales
inéditos a la fecha, especialmente referidos a Nicklausse–La musa y ciertas
acreciones de su parte a la edición de Guiraud; la otra edición es la de
Michael Kaye,1988, quien se acercó lo más que pudo al propio Offenbach. No
obstante lo anterior, hay elementos clave que existen en ambas ediciones, como
el orden original de los actos, Olympia– Antonia –Giulietta, la identificación
de la Musa con Nicklausse, y la eliminación de alteraciones compuestas en 1904,
incluidas en la edición de Choudens, para el acto veneciano por André Bloch,
con textos de Pierre Barbier, hijo del libretista original, Jules Barbier, que
deben observarse para lograr una representación lo más fiel posible a la
concepción de Offenbach. En esta ocasión la CNO utilizó acertadamente, en mi
opinión, la edición de Kaye.
La producción de Benjamín Cann fue un huracán
de ideas adornado con una brisa de buen humor. Al inicio de la obra, la
orquesta tocó los primeros compases del Don Giovanni de Mozart, ópera
admirada tanto por Offenbach como por el propio Hoffmann; en ese momento, el
director entró al escenario, desde que el reclamó al maestro concertador la
equivocación de obra, por lo que éste y la mayoría de los músicos echaron a volar
sus ‘particelle’ mozartianas. Considero que la broma implicó mucho más que un
aspecto cómico, al transmitir que la que estábamos por presenciar sería una
obra en la que la tragedia y la comedia lucharían por lograr la primacía en el
escenario. La obra se desarrolló en los lugares pensados por el compositor,
pero trasladada casi cien años exactos desde la época de Hoffmann al periodo de
entreguerras en la década de los 1930. Aunque el concepto de teatro en el
teatro que usó Cann se ha vuelto un cliché, tuvo una razón de ser, ya que en
esta obra el que cuenta su historia es el personaje epónimo de la ópera. El
director decidió dar a Hoffmann y a Nicklausse–La musa una apariencia similar
al vestirlos con ropa igual y al hacerlos, en un momento inesperado para mí, al
moverse uno frente al otro cual si fuese una persona reflejándose ante un
espejo. ¿Quizá esto signifique que todo artista tiene en su persona un lado
apolíneo, la musa, y otro dionisiaco, Hoffmann? Estoy convencido de que así es en
la realidad. Lo único que podría reclamar al director fue cierto abuso del
adorno escénico que en momentos distraía de la historia principal; he de decir
que estos adornos distraían por ser atractivos. Jorge Ballina diseñó la
escenografía que el concepto exige, al sobreponer tres teatros en sentido
horizontal, el proscenio, en el que se llevan a cabo el prólogo y el epílogo y
en el que se cuentan las aventuras amorosas de Hoffmann. Jorge Zapatero diseñó
la iluminación que resaltó lo que había resaltar y oscureció lo que había que oscurecer.
Mario Marín del Río diseñó el vestuario en el que destacó el de Olympia, la
autómata, y el abrigo de Lindorf y sus tres hermanos diabólicos, Coppélius,
Miracle y Dapertutto, siempre manchado de sangre, que molestaba a los villanos
y que continuamente trataban de eliminar frotándola con la mano. Carla Tinoco
diseñó el maquillaje en concordancia con las ideas de Cann, y Ruby Tagle diseñó
la coreografía y los movimientos en el escenario, lo que sorteó lo más
atingentemente posible dado el tráfico congestionado provocado por los miembros
del coro y una cantidad importante de supernumerarios. Por cierto, al finalizar
el prólogo, Cann y Tagle lograron hacer un guiño muy pícaro al presentar un
can-can bailado, casi, como se ha de haber hecho en el de Orphée aux enfers.
Los cantantes lo hicieron muy bien. Destacaron
los villanos del bajo–barítono Philip Horst, quien resolvió perfectamente la
dificultad que supone su aria ‘Scintille diamant’ del acto veneciano y las
amantes de la soprano rumana Letitia Vitelaru, cuya Antonia estuvo espectacular,
especialmente en ‘Elle a fui, la tourterelle’ y su Olympia hilarante, en tanto
que la tesitura de Giulietta no la hizo ser tan brillante como lo que espero
siempre de la cortesana veneciana. Debo decir que en el dueto ‘Belle nuit, o
nuit d’amour’, la famosa barcarola logró fundir su voz bellamente con la de
Cassandra Zoé Velasco, mezzosoprano que fue perfecta para la musa, y un muy
buen Nicklausse.
Jesús León es un cantante mejor del que oí esta
noche, especialmente en cuanto a un volumen pequeño de su voz, tanto que en los
números de conjunto llegaba a ser inaudible. Tengo que decir que mejoró
muchísimo durante el tercer acto y el epílogo en el que logró una canción de
Kleinzach de mejor calidad que la que cantó en el prólogo.
Enrique Guzmán cantó los cuatro sirvientes con
atingencia, pese a que se anunció antes de la función que se encontraba
enfermo. Rosendo Flores usó toda su experiencia para lograr unos muy buenos
Crespel y Luther, en tanto que Víctor Hernández destacó como el físico
Spalanzani y como el amante en turno de Giulietta. El resto del reparto,
Violeta Dávalos como la madre de Antonia, Rodrigo Urrutia como Hermann, Álvaro
Anzaldo como Nathanaël, Juan Carlos López como Wolfram y Carlos Santos como
Wilhelm, destacó e hizo su trabajo con buena calidad.
Jonas Alber fue el maestro concertador, que
llevó a la nave a buen puerto, pese a que en momentos “aventó la orquesta a los
cantantes”. Los solos de violonchelo fueron muy bellos y me hicieron recordar
que Offenbach fue considerado un virtuoso del violonchelo antes de dedicarse de
lleno a la composición de las muchísimas operetas que concibió. Otro aspecto
orquestal que me llamó la atención fueron los ‘glissandi’ de trombón, escritos
intencionalmente con esa vulgaridad que aparece ocasionalmente en la banda
sonora de algunas películas de Woody Allen. El coro, dirigido esta vez por
Andrea Faidutti, tuvo una función destacada.
En mi opinión, claro está, la Compañía Nacional
de Ópera despidió el 2019 con una nota en alto. Espero que 2020 sea otra buena
temporada, sin olvidar que Fidelio “debe” aparecer en el programa, y ejecutarse
por supuesto, al celebrar el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven.
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