El
repertorio y la puesta en escena de una ópera
La traviata en Roma 2017
La forma artística que llamamos ópera nació en
1600, aunque la primera obra maestra del género, La favola d’Orfeo de Claudio Monteverdi, se presentó por primera
vez en el palacio ducal de Mantua el 24 de febrero de 1607 ante un grupo de
invitados seleccionados, que incluía al grupo de estudiosos y diletantes que
formaban la Accademia degli Invaghiti, liderado por Francesco Gonzaga, y a varias
damas, encabezadas por Eleonora de'Medici. La orquesta era abundante en
instrumentos, al menos uno de los cantantes principales fue importado de
Florencia, donde participó en la primera ópera que se conserva, Euridice de Jacopo Peri, los decorados
fueron lujosos y la producción incluía maquinaria que hacía del final de la
obra fuese en sí un espectáculo, al representar el rescate de Orfeo por parte
de Apollo. Tres días después la ópera volvió a presentarse, esa vez sin damas
en el auditorio. El final ya no es la elevación de Orfeo al empíreo, sino su
muerte cruel al ser desmembrado por las Bacantes, lo que se acerca más al mito
de Orfeo, incapaz de evitar de voltear a ver si Eurídice va detrás de él. Los
estudiosos atribuyen este final alternativo al hecho de evitar que las señoras
presentes en la función de estreno se sintiesen molestas por la crueldad vista
en el escenario. La ópera tardaría casi 300 años en volverse a interpretar y,
hasta donde sé, el final trágico de L’Orfeo
no se vuelto a poner en escena.
Entre junio y julio de 2016 escribí en este
blog una serie de cuatro artículos denominados “Las dictaduras de la ópera”, en
los que traté de hacer un análisis somero del cambio de valores de producción e
interpretación de la ópera desde sus inicios hasta nuestros días. Ahí podrán
encontrar algo de los justificantes de esta elucubración.
No pienso repetir el recorrido histórico, pero
necesito establecer lo que entiendo por ópera. Estoy convencido de que la ópera
es un “dramma” en italiano, es decir, una obra literaria compuesta para
representarse en un escenario – cualquiera sea su género: tragedia, epopeya, comedia
seria (sí hay comedias serias) y cómica, dramas (en el sentido que generalmente
se da a esta palabra en muchas lenguas), cuentos para niños y para adultos, y
hasta culebrones al estilo de las telenovelas – en la que el lenguaje que lo
trasmite es, esencialmente, el musical. O sea, una ópera cuenta con una pieza
teatral, el libreto, y una obra musical, es decir la partitura. Además del
libreto y la partitura, la ópera, como el teatro hablado, requiere de
escenografía, vestuario e iluminación, y hasta danza en muchos casos. Como dice
Winton Dean, cada uno de estas formas artísticas tiende a ser el preponderante,
por lo que el trabajo de hacer una unidad dramática (en el sentido más amplio),
es muy complejo. En mi opinión, la responsabilidad de armonizar todos los
elementos mencionados cae en dos personas, el Maestro concertador y el Director
de escena, que deberán de estar absolutamente de acuerdo para lograr una puesta
en escena satisfactoria, de ser posible inolvidable. En todo caso, la ópera
como forma artística exige lo que llamamos “suspensión de la incredulidad”, ya
que el ser humano no canta para conversar, morir o expresar continuamente sus
emociones.
La puesta
en escena durante los primeros tres siglos de ópera
Las óperas que compuso Monteverdi en la primera
mitad del siglo XVII se volvieron a poner en escena a principios del siglo XX.
Entre 1750 y la segunda década de los 1900s no se interpretó ninguna de las 42
óperas de Händel, hoy se interpretan todas, incluso sus oratorios. Hoy estamos
descubriendo óperas de otros compositores barrocos italianos, como Cavalli,
Vivaldi o Scarlatti. Incluso, muchas de las obras de Rossini y Donizetti las hemos
vuelto a presenciar después de ausencias de más de un siglo. La gran mayoría
del público de la ópera empieza a conocer que Haydn también compuso ópera; y
que hubo grandes compositores como Salieri, Martín y Soler, y Paisiello, por
nombrar a algunos del periodo clásico, o Mercadante, Pacini y Coccia de la
época del bel canto. Y también empieza a ser conocimiento generalizado del
público que hubo, y hay, compositores y óperas originarias de muchas escuelas
nacionales y con libretos en muchos lenguajes, incluido el sánscrito o la
emisión de monosílabos por una hora o más.
Desde el principio de la ópera existieron los
diseñadores de escenografía y la maquinaria escénica. La iluminación sufrió
muchos cambios derivados del avance tecnológico. En muchas ocasiones los
cantantes, especialmente las estrellas, insistían en usar sus ropajes
personales (hasta bien entrado en siglo XIX), aunque el diseño de vestuario
siempre fue importante. En la ópera francesa, y en la reformista que tuve una
enorme influencia francesa, la danza fue muy importante.
Entre 1600 y 1915, aproximadamente, quienes
tenían a su cargo la puesta en escena eran, esencialmente, los libretistas
trabajando en tándem con los compositores, y los diseñadores. Lorenzo Da Ponte
incluye en sus libretos (los dieciséis que escribió en Viena, incluyendo los
tres para Mozart) detalles muy precisos en lo referente a la puesta en escena
de las óperas.
En los primeros 150 años de la ópera, las obras
se interpretaban normalmente una sola temporada y solamente en un teatro. El
público esperaba siempre obras nuevas.
En la segunda mitad del siglo XVIII empezó a
formarse el repertorio de obras que se presentaban no sólo en diferentes
ciudades, sino se repetían en diversas temporadas, pudiendo señalar algunas de
Gluck y de Mozart. La Opéra de Paris fue una excepción, pues la formación de
repertorio inició con las tragedias líricas de Lully. ¡Los franceses y su manía
por codificar!
En el siglo XIX, Verdi llegó a escribir libros
de producción (Disposizione scenice) a partir de Un ballo in maschera, en
los que se describe, más bien prescribe, detalladamente cómo deben llevarse sus
óperas al escenario, incluyendo decorados, vestuario, movimiento escénico e
iluminación (en el caso de Otello
incluye cada relámpago durante la tempestad inicial).
El
repertorio de la ópera en el siglo XXI
Se dice que se han compuesto alrededor de
70,000 óperas, la gran mayoría desconocidas aún para los estudiosos, aunque el
repertorio actual incluye una porción inferior al 0.3%.
Las 27 obras –incluyendo operetas– que tuvieron
más de 2000 funciones en el mundo durante el periodo 2004–2017 fueron:[1]
La
traviata
(estrenada en 1853, producida 1672 veces e incluyendo 8516 funciones)
Die
Zauberflöte
(1791, 1296, 8209)
Carmen (1875, 1435, 7602)
La bohème (1896, 1364. 7065)
Tosca (1900, 1281. 6250)
Le nozze
di Figaro
(1786, 1178, 6208)
Madama Butterfly
(1904, 1210, 5810)
Don Giovanni
(1787, 1072, 5775)
Il barbiere di Siviglia
(1816, 1130, 5472)
Rigoletto (1851,
1115, 5339)
Die Fledermaus
(1874, 750. 4731)
Così fan tutte
(1790, 778, 3992)
Aida (1871, 776, 3753)
Hänsel und Gretel
(1893, 651, 3660)
L’elisir
d’amore
(1832, 766, 3500)
Die
lustige Witwe
(1905, 491, 3207)
Turandot (1926, 635, 3067)
Yevgenii
Onegin
(1879, 631, 3057)
Nabucco (1842, 663, 2806)
Lucia di Lammermoor (1835, 531, 2465)
Il trovatore
(1853, 551, 2291)
I pagliacci
(1892, 533, 2275)
Die Entführung aus dem Serail (1782, 419, 2207)
La
Cenerentola
(1817, 432, 2167)
Un ballo
in maschera
(1859, 435, 2143)
Der
fliegende Holländer
(1843, 426, 2068)
Otello (1887, 418, 2003)
Es probable que el año Mozart de 2006 haya
“inflado” las producciones y funciones de sus obras, aunque esto no modificaría
esencialmente la lista anterior. Del mismo modo, si se tuviesen las
estadísticas de 2018, sería muy probable que las obras de Rossini se
“inflaran”, aunque tampoco habría modificaciones notables.
Las obras populares de Richard Strauss: Salome, Der Rosenkavalier, Ariadne
auf Naxos y Elektra, suman 1002
producciones y 4870 funciones, números inferiores a la ópera que ocupa el 10º
lugar, Rigoletto.
En mi opinión, la ópera más interpretada que
identifico con lenguaje musical del siglo XX es Jenůfa de Leoš Janáček, estrenada en 1904, ocupa el lugar 67 con
830 funciones de 184 producciones. A su vez, Giulio Cesare in Egitto de George Frideric Handel, estrenada en
1724, es la ópera más popular del periodo barroco al ocupar el lugar 70 con 787
funciones de 138 producciones. De la época de los inicios de la ópera, L’incoronazione di Poppea de Claudio
Monteverdi ocupa el lugar 81 con 639 funciones de 145 producciones.
A la fecha ninguna ópera compuesta en el siglo
XXI ha tenido más de 534 funciones de 93 producciones, que son las que ha
tenido Die Dreigroschenoper de Kurt
Weill, que ocupa el lugar número 100 en presentarse en el periodo mencionado.
Para redondear las ideas me atrevo a decir que
el repertorio “normal” de hoy día está formado por unas 200 óperas (operetas
incluidas), con una preponderancia mayúscula de la ópera del siglo XIX y de las
óperas de madurez de Mozart. Como dato adicional, el MET ha presentado 160
obras, aproximadamente, en los últimos 35 años.
El que este repertorio sea tan reducido obedece
a varias causas, muy válidas en mi opinión.
El elevado costo de producción de las obras
hace que las casas de ópera tengan que obtener subsidios gubernamentales –cada
vez menos generosos–, donativos corporativos y personales –también en declinación–,
y, finalmente de la venta de boletos. Esto último hace que haya que presentar
temporadas atractivas no sólo para los fanáticos de la ópera, sino también para
los que nunca han asistido a una ópera. Créanme, asistir a Giulio Cesare in Egitto puede ser deprimente para alguien que no
conozca la música barroca y tenga que oír a un contratenor o una mezzosoprano
interpretando a un héroe tan poderoso como Julio César – el Doctor Samuel Johnson
escribió que la ópera era “un espectáculo exótico e irracional” motivado tanto
por la incredulidad canto – texto, como por el enfrentar a castrati en papeles
heroicos –; lo mismo puede suceder con
Jenůfa, Salome o Elektra, en este caso por un lenguaje musical
diferente al acostumbrado.
Por otro lado, el que un cantante, o una
orquesta, preparen una nueva ópera, conlleva el inmenso riesgo de interpretarla
una o dos veces. Es verdad, reconozco, que hay quienes tomen esos riesgos con
pasión, dedicación y talento; pero también es verdad que no son muchos.
Los tipos
de personas que asisten a una función de ópera
El público que acude a un teatro de ópera es
todo menos homogéneo.
La mayoría la forma el público que permite que
las compañías de ópera sobrevivan, es decir los habituales de la ópera. Por
supuesto hay muchas diferencias entre este variopinto grupo de personas.
·
Los
que van a disfrutar la ópera como una forma artística en la que una pieza
literaria teatral se lleva a la escena, teniendo como lenguaje dramático el musical,
especialmente el canto. Aquí caben los auténticos aficionados, los fanáticos recalcitrantes
y los estudiosos de la ópera
·
Los
que van a oír la música, independientemente de lo que suceda en el escenario
·
Los
que van a ver una pieza de teatro independientemente de la música o de la
calidad con que ésta se interprete; una subespecie de ésta, la representan
quienes se interesan principalmente en la escenografía y/o el vestuario
·
Los
que van con el objetivo principal “look for the nipples of the snake” aunque
muchas veces confundan “the nipples” con “goosebumps”
·
Los
que han ido a la ópera, y seguirán yendo, por costumbre
·
Los
que consideran que la ópera es el evento social por excelencia
·
Los
que van a la ópera para que sus conocidos sepan que van a la ópera
·
Los
que van a la ópera a lucir sus galas, lo que producirá asombro entre el resto
del público, y, por supuesto, entre sus amigos, vayan o no éstos a la ópera
·
Los
que van a la ópera rezongando porque preferirían ir a un “strip club”; en esta
categoría se incluye a muchos políticos y ejecutivos del sector privado
·
Los
que van porque se equivocaron de teatro
·
Un grupo muy importante es el que se acerca por
primera vez pues si la función no le satisface no regresará. Este segmento del
auditorio es crítico, ya que su afición a la ópera dependerá de una, y sólo
una, función de ópera, y sin este público la forma artística está condenada a ser
parte de museos
·
Otros, escoja usted “ad libitum”
Como conclusión de esta elucubración
onanística, que no onírica, no quisiera ser intendente de una casa de ópera,
pues los objetivos de estos personajes son contradictorios como la ópera misma, ofrecer un
repertorio que atraiga al público, lograr que las óperas que se presenten en
una temporada, cualquiera que sea el número títulos que la integren, haga
sentido para el público y sobrevivir económicamente, independientemente de los
modelos de financiamiento con que se disponga.
Dejo para otra elucubración la
aparentemente irreconciliación entre una producción “tradicional” y una “moderna”.
Così fan tutte en Zúrich 2018
Deseo a todos mis lectores un
2019 mejor de lo que parece.
Luis Gutiérrez
[1]
Operabase, https://www.operabase.com/statistics/en,
consultada el 29-12-2018
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