El
gineceo de la ópera iluminó el Castillo de Aguasfrescas (y el Palacio de Bellas Artes)
Narine Yeghiyan, Jacinta Barbachano De Agüero y Letitia Vitelaru
Le nozze di Figaro en Bellas Artes. 15 de noviembre de 2018
El
gineceo mozartiano iluminó el Castillo (y el Palacio)
Es poco creíble que Le nozze di Figaro haya esperado casi veinte años para regresar al
escenario del Palacio de Bellas Artes. Por fortuna, fue un regreso con mucha
calidad operística, es decir de la puesta en escena y de la interpretación
dramática y, sobre todo, musical.
La producción de Mauricio García Lozano ubicó
la acción a fines del siglo XIX en la misma Sevilla, que ha sido ciudad fértil
para los abusos de clase y sexuales desde antes de Beaumarchais y, por lo
menos, hasta la caída del régimen franquista; esto permitió que la traslación
en el tiempo no desvirtuara las ideas dramáticas de Le mariage de Figaro y de la adaptación de Da Ponte. La
escenografía, diseñada por Jorge Ballina, respeta –en principio– las
indicaciones escénicas de Mozart y Da Ponte. Disminuye el tamaño del escenario
del Palacio a una plataforma cuadrada, en la que varios paneles adornados con
celosías clásicas de estilo mozárabe forman los espacios donde se desarrolla la
trama. Para mi gusto, el cambio continuo de la disposición de la escena aunado
a la presencia de muchos extras dentro y fuera del Castillo de Aguasfrescas,
“ensucia” de alguna forma la puesta en escena.
En todo caso, mi única crítica sería el que la
aparición de Antonio en el segundo acto no se realiza dentro de los aposentos íntimos
de la Condesa. Este detalle es importante, ya que el que cualquiera entre a
ellos, especialmente el jardinero borracho, es una humillación para Rosina. En
fin, todo esto no es más que quejarme de cosas nimias, probablemente
importantes sólo para mí.
El diseño de iluminación de Víctor Zapatero es
adecuado; digo sólo adecuado porque ilumina el cuarto acto, que se desarrolla
en el jardín cuya penumbra propicia la confusión de personalidades, con luz intensa
que no da la posibilidad de que las personalidades de la señora y la doncella se
puedan confundir. Algo que me incomodó fue la forma en que se presentó la danza
de la escena de la boda, coreografiada muy burdamente y sustituyendo el
pecaminoso fandango con algo que se bailaba, es un decir, individualmente. El
vestuario diseñado por Jerildy Bosch fue atractivo y coherente con el concepto
de García Lozano. En resumen, pese a mis pequeños berrinches, creo que la
producción fue efectiva y fiel a “las intenciones” de Mozart y Da Ponte.
El aspecto más importante de esta ópera es la
música de Mozart. En mi opinión, alcanzó un nivel general de calidad que he
visto muy pocas veces en México. La ejecución de las cinco mujeres del reparto
fue de primer rango.
La soprano armenia Narine Yeghiyan, la Condesa
Almaviva, brilló especialmente. Cantó “Dove sono” con perfección musical e
intensidad dramática. Este número fue el que el público aplaudió con más
entusiasmo. Su frase “Più docile io sono” fue tan tierna que logró apagar
rápidamente la carcajada que los supertítulos provocan cuando el Conde dice
“Contessa perdono” (jamás entenderé esta carcajada).
Letitia Vitelanu, soprano rumana, compuso uno
de los papeles que más energía consumen de una cantante, pues Susanna se
encuentra prácticamente toda la ópera en el escenario sobre el que canta dos
arias, seis duetos, dos tríos, el sexteto, y es parte fundamental de los
finales del segundo y cuarto acto. Su voz es bella y mantuvo afinación y
dinámica correctas durante toda la ópera sin que se oyera cansada, lo que de
alguna forma refleja una muy buena técnica vocal. Esto lo demostró cabalmente
al cantar “Deh, vieni non tardar”, el momento musical cumbre musical de Susanna.
Tanto ella como la Condesa formaron un equipo dramático y vocal excelente,
tanto en sus números solistas como en los de conjunto.
La tercera mujer principal del reparto, bueno
la joven que se disfraza de chico que se disfraza de chica y que al final
vuelve a disfrazarse de chico, Jacinta Barbachano De Agüero, encarnó
magníficamente a Cherubino. Su actuación fue fenomenal y su desempeño vocal
demostró una gran calidad. Su voz es la de una auténtica mezzosoprano con un
color oscuro, que no le impide llegar a las notas altas de exige la parte y
brillar al cantar “avvampar” en “Voi che sapete”. Creo que en el futuro
inmediato esta mezzo será una cantante a seguir.
Y no solamente destacaron las tres mujeres
principales. Gabriela Thierry, mezzosoprano experimentada, hizo una gran
Marcellina. En el dueto con Susanna se vio absolutamente altanera y humillada,
y en el sexteto una burlona novia convertida en tierna madre y suegra. Cantó en
forma excelente “Il capro e la cappreta”, aria del cuarto acto omitida en casi
todas las producciones, incluidas las de los Festivales de ópera. Dora
Garcidueñas compuso una Barbarina mucho muy por arriba del nivel que he visto
en muchos teatros. Su “L’ho perduta” y su actuación fueron de Festival.
Los hombres no estuvieron tan bien. El ruso
Denis Sedov como Figaro actuó muy bien y destacó vocalmente en los números de
conjunto. Estuvo bien en su cavatina y en “Non piû andrai”, aunque no al nivel
de las mujeres, t se oyó muy cansado en “Aprite un po’ quegl’occhi”. Si no
hubiese cantado forte todo el tiempo
podía haberse evitado ese cansancio palpable. Quien no acaba de convencerme
dramáticamente es Armando Piña, quien personificó al Conde Almaviva. Su
actuación es muy artificial, y su canto no llega a donde yo esperaba que
llegaría algún día. Arturo López Castillo actuó un buen Bartolo, aunque
vocalmente oscilara entre el fortísimo y el inaudible al sortear los tresillos
de corcheas en su aria. Juan Carlos López Muños, Luis Alberto Sánchez y José
Antonio Alcaraz Azpiri tuvieron un buen desempeño razonable como Basilio, Don
Curzio y Antonio respectivamente.
Srba Dinić dirigió con tiempos adecuados y
equilibró adecuadamente el desempeño de la Orquesta y el Coro del Teatro de
Bellas Artes con el de los solistas. No ha sido la mejor noche de la Orquesta,
especialmente por las desafinaciones de los cornos y entradas a destiempo de
uno que otro violín. He de decir que las maderas, tan importantes en esta
ópera, tuvieron una muy buena interpretación, en especial el fagot de David
Tyron Ball Condit durante la obertura. El coro, ahora preparado por Stefano
Ragusini, tuvo una buena actuación.
Tengo una queja sobre la lentitud con la que se
cantaron los recitativos. De hecho, esto provocó que la ópera se alargara más
de lo normal. No creo que el clavecinista Ricardo Magnus haya sido el origen de
este recitado paquidérmico. De hecho, Magnus logró momentos muy bellos en sus
guiños a “Un moto di gioia” y al andante del concierto para piano 23 durante el
inicio del tercer acto.
Pido su indulgencia para discurrir algo sobre
la obertura. El presto (allegro assai en la partitura que Mozart
usó en el estreno) interpreta implícitamente el loco girar de los destinos
humanos que recorren la ópera sin pausa, creando una intriga de casos
sucesivos, siempre más complicados, que llega finalmente a la solución de la folle journée. El drama está en la
música. García Lozano decidió presentar acción dramática durante la obertura,
en mi opinión redundante y distractora de la música, aunque debo decir que la
imagen al subir el telón fue muy bella.
García Lozano completa con Le nozze di Figaro el grupo de óperas en las que colaboraron Mozart
y Da Ponte, creo que fue en ésta la que tuvo el resultado más feliz, en todos
los sentidos. La función fue también muy feliz, en especial por el desempeño
del gineceo de esta ópera. Creo que, en esta ocasión, sí encontré felicidad.
© Luis Gutiérrez R
Muy banal tu "crítica" conocedor, te reto a que me digas exactamente ( según tú oreja ) entraron a "destiempo" cornos y violines.
ResponderBorrarNo caigas en lugares tan elementales y de villamelón.
Complicado lograr la comprensión fluida y clara de lo que el crítico deseaba expresar con tantos tropiezos en la puntuación y redacción de su escrito.
ResponderBorrarQuerido Luis, no comparto tu entusiasmo por la Susana de esta puesta. Asistí hoy domingo y si no me emocioné fue básicamente por el casi inaudible canto de la rumana Letitia Vitelaru. Ella es el pivote de la acción y, por tanto debía lucir más y mejor su voz. Además le faltó picardía y gracia. Por otra parte, encontré errores garrafales de concepción escénica, por ejemplo, que al final de la primera parte todos los personajes se abalancen sobre (contra) el conde. Eso es vulgar y atenta contra la índole del personaje. El castigo vendrá, en forma noble y digna, al final de la obra. Pronto publicaré mi artículo en mi facebook. Un saludo y un abrazo.
ResponderBorrarUna opinión muy acertada y justa. De lo mejor en óperas de Mozart que se ha presentado en Bellas Artes en los últimos años.
ResponderBorrarGracias Don Luis.