El juego de los insectos en Bellas Artes. Junio 7 de 2018.
Federico Ibarra (1946) estrenó esta ópera “en
versión de cámara” en 2009. La anterior administración artística la programó
para esta temporada como su “estreno mundial” con orquestación y puesta en
escena formal. Ante los recursos ya empleados y comprometidos, la nueva
Dirección Artística la mantuvo en el programa como el segundo título de esta
temporada; por cierto, espero que la crónica falta de atención del gobierno a
la cultura no impida que el resto del programa de 2018 se lleve a cabo.
Estoy convencido de que Federico Ibarra es un
compositor talentoso y con una gran experiencia operística; ha compuesto nueve
óperas, la última en 2010. También estoy convencido, a diferencia de lo escrito
en el programa de mano, de que no es el compositor actual más importante de
México, es más, sus óperas no son las mejores y mucho menos las más
importantes. Es claro que sus “groupies” difieren de mi opinión; si todos los humanos
pensáramos igual, seguiríamos convencidos de que la tierra es el centro del
universo y es plana.
El libreto de Verónica Musalem es una
adaptación de la pieza teatral homónima de Karel y Josef Čapek (1921). La fábula
de desarrolla en prólogo, tres escenas y epílogo.
En el prólogo un Vagabundo desilusionado del
género humano decide adentrarse en el mundo de los insectos buscando un mundo
mejor.
Las tres escenas se desarrollan,
respectivamente, en el mundo de las mariposas, que representa a la juventud
burguesa, el de los insectos rastreros y sucios, es decir el de la escoria de
la sociedad, y en el subterráneo de las hormigas que representa al proletariado
esclavizado por el capitalismo.
En el epílogo, el Vagabundo comprende que los
insectos no son mejores que los humanos y, sorprendentemente en mi opinión,
decide continuar buscando otro mundo mejor.
Un actor, que no canta ni se espera que lo
haga, interpreta al Vagabundo. Es quien protagoniza prólogo y epílogo, y
permanece como otro espectador el resto del tiempo.
Las mariposas de la primera escena la
interpretan cuatro cantantes: un barítono arrogante a la búsqueda de la fama,
un tenor activista cuyo objetivo es combatir el cambio climático y el deterioro
de los ecosistemas, una mezzo preocupada por perder peso y ser más atractiva, y
una soprano hermosa y sensual cuya principal característica es la vanidad.
Foto: Ana Lourdes Herrera
El mundo de los insectos rastreros y sucios es
el del lumpenproletariado de los insectos. Lo habitan escarabajos, grillos,
moscas y sus larvas, parásitos e, incongruentemente, una crisálida. Un barítono
y una mezzosoprano forman la Familia Escarabajo, caracterizado por acumular
mierda, en tanto que una soprano y un tenor son la Familia Grillo, que alguna
vez fue de clase media. Un tenor canta un Parásito, en tanto que un bajo es la
Mosca cuyo único objetivo es alimentar a su larva, un tenor invisible. Es en
este mundo, el del lumpenproletariado, en el que se viven las escenas más abyectas y
violentas.
El mundo de las hormigas obreras rojas es
esclavizado por el Ingeniero y la Ingeniera, que a su vez tienen como aliado a
un Científico. Los capitalistas, con el objetivo de incrementar su poder y
riqueza, hacen uso de las “fake news” para hacer que sus obreras ataquen a las hormigas
amarillas. En los momentos del combate, que, como se usaba en la ópera barroca.
se realiza fuera de escena, el Ingeniero maniobra para convertirse
sucesivamente en presidente de la colonia, mariscal del ejército y, finalmente,
dios. Al final las hormigas rojas son masacradas.
El reparto incluye 20 cantantes que
personifican, si así se puede decir, a 24 insectos. La producción incluye
muchos “extras”, especialmente en la tercera escena, coro y una orquesta de
gran tamaño. Fue interesante comprobar que el INBA logró poner en movimiento
simultáneo a sus principales grupos estables, tanto musicales, como teatrales y
de danza, además de solistas experimentados y egresados del Estudio de la Ópera
de Bellas Artes.
Puedo destacar las interpretaciones de Dhyana
Arom, la mariposa hermosa y vana, Enrique Ángeles, la mariposa arrogante y el
Científico, Gerardo Reynoso como el Parásito y, muy especialmente, Rodrigo
Garciarroyo quien fue el Ingeniero.
La música de Ibarra es ecléctica e incluye
habaneras, música de cabaret, similar a la de Kurt Weill, entre muchas otras
formas musicales. Es notable que, siendo una ópera contemporánea, no use
atonalidad, ni dodecafonismo, ni cualquier otro sistema de música
contemporánea. La música que mejor transmitió el drama sucedió durante las
escenas de violencia de la segunda escena.
Claudio Valdés lideró un grupo de producción
que logró un resultado bueno, aunque de alguna forma que no puedo precisar, sin
llegar a un clímax dramático.
Guido Maria Guida tuvo un muy buen desempeño al
guiar y controlar a la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, éste
preparado por Alfredo Domínguez, y a los solistas, a quienes nunca tapó con el
volumen que exigió a la orquesta.
La mayor virtud de El juego de los insectos es que es una ópera mexicana y
contemporánea, algo que muchos académicos dicen falta a la Compañía Nacional de
Ópera. Por desgracia, el ser mexicano y contemporáneo no es necesariamente una
virtud.
©
Luis Gutiérrez Ruvalcaba
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