La generación que no se graduó
Jesús Suaste y Patricia Santos
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Ana Lourdes Herrera/Ópera de Bellas Artes
La
última obra en la que colaboraron Mozart y Da Ponte regresó al Palacio de
Bellas Artes después de más de veinte años.
En
esta ocasión, el director de escena, Mauricio García Lozano, enfocó su
potencial creativo en el título que Da Ponte dio al libreto, La scuola degli amanti. Don Alfonso y
Despina fueron presentados como profesores de un colegio al que asisten
marionetas muy fáciles de manejar. El maestro principal, Don Alfonso, fue como
el que todos tuvimos alguna vez, pedante y aburrido, en tanto que Despina fue
la divertida, aunque un tanto inepta, profesora a la que preferíamos. Los
educandos fueron presentados como cuatro alumnos iguales en todos los sentidos,
si acaso diferenciados por su género. Las parejas de enamorados no evolucionan
hasta intercambiar sus intereses eróticos, por supuesto empujados por las
serpientes, Don Alfonso y Despina, que envenenan la inocencia edénica con la
que chicas y soldados inician la ópera. Es como si la música sólo ambientara la
ópera, y no describiera la evolución psicológica de los jóvenes. El concepto,
válido, de la escuela amorosa se quedó corto al no llegar a la “graduación” de
los estudiantes. La escenografía, muy bien lograda por Jorge Ballina, es un
aula en la que las paredes se modifican conforme avanzan las escenas. De hecho,
durante el segundo acto logra representar la crisis al mostrar la inversión de
los sentimientos de los alumnos, mediante el cambio de arriba a abajo del aula,
subiendo el techo al suelo y colocando éste arriba. La expresión de esto es más
clara en inglés pues la escena es modificada lentamente hasta terminar “upside
down” al final del dueto entre Fiordiligi y Ferrando. En adición al escenario
en sí, el aula se enmarca en una especie de pizarrón en el que se muestra la
acción como si fueran lecciones cuyo objeto explícito en la presentación del
director es educar al público. El vestuario diseñado por Mario Marín presenta a
las parejas originales vestidas del mismo color durante toda la obra y la
iluminación diseñada por Víctor Zapatero es tan buena como siempre, destacando
la de los cuatro jóvenes durante el “È nel tuo, nel mio bicchiero” en el que
ilumina a los cantantes conforme se unen al canon. En mi opinión el concepto de
la producción es válido, aunque limitado pues anula las personalidades de los
“alumnos” y exagera las de los “profesores”.
Silvia
Dalla Benetta encarnó a Fiordiligi. No puedo hablar de sus cualidades
histriónicas pues el concepto impide que las exhiba. Su rango es suficiente,
casi, para las exigencias del papel de Fiordiligi. Digo suficiente pues sus
notas bajas, la bajo el pentagrama en sus dos arias, llegan a ser
desagradables. Su agilidad es notable, pero carece de los trinos. Lo muy
atractivo de su actuación canora fueron su musicalidad y sus fantásticos messa da voce, tan importantes en el
papel. La joven mezzo Isabel Stüber tuvo una destacada actuación como Dorabella
y estoy seguro que la madurez que obtendrá con la experiencia le permitirá
lograr ser una buena cantante. Patricia Santos fue una excelente Despina
cantando con precisión y picardía todas sus intervenciones.
La
interpretación musical de los hombres fue también buena, aunque hubiera sido
mejor si Orlando Pineda, Ferrando, pudiese cantar, o hubiese cantado, legato, lo que no debe faltar en la
parte del personaje. Armando Piña tuvo una intervención precisa, demostrando
una bella voz, aunque sin controlar su dinámica. Jesús Suaste cantó bien el
papel musicalmente poco demandante de Don Alfonso –recordemos que la parte fue
compuesta para Francesco Bussani, cuya voz ya estaba en franco declive en 1790–
a quien Mozart sólo concede dos compases de lucimiento durante “Soave sia il
vento”.
De
las óperas de Mozart, ésta la que más números de conjunto contiene. En muchas
ocasiones los ensambles se oyeron “descuadrados”, especialmente durante los
tríos masculinos. Estoy seguro que dada la calidad de los cantantes, estos
números hubieran tenido un mejor resultado de haber sido ensayados
apropiadamente.
Este
fue uno de los casos en los que el divertir al público durante la obertura
confunde el argumento, ya que Despina entra a corregir lo que estaba escrito en
un pizarrón colocado en el proscenio Così
fan tutte, para cambiar la última palabra por tutti, borrando la “e” y
escribiendo una “i”. No será sino hasta la décima escena cuando Don Alfonso la
invite al claustro. Pero, ¿a quién le importa esto?
En
mi opinión, el coro tuvo dos problemas no atribuibles a sus elementos; el
primero fue presentarlo con muchos elementos, muchos más que los usuales 12 o
16 cantantes, esto pudo ser una decisión del director huésped Timothy G. Ruff
Welch o del director concertador y el segundo fue su ubicación. El coro del
primer acto lo hicieron sentados en la sala entreverados con el público,
evitando el rol caricaturesco de quienes acompañarán a los soldados al campo de
batalla; cantan tras bambalinas durante la serenata, que es la escena formal de
la scuola degli amanti, en tanto que
durante el inicio de la “boda”, aparecen a los lados del escenario, cual si
fueran curiosos llegando a ver la ópera –algo así como los turistas que
entraron a la sala durante la última entrega de los Óscar; estas decisiones no
agregaron, en mi opinión, un ápice de significado a la ópera y sirvieron para
que una gran parte del público aplaudiera algo sin sentido. El desempeño del
coro no fue malo, pero hubiera sido mejor sin tantas ideas escénicas.
Lo
más destacado de la noche, fue la labor de Ricardo Magnus al clavecín. Mostró
una variedad de adiciones a las notas del continuo, entre las cuales pude
apreciar el tema del primer movimiento de la sonata en la K 330, lo que le dio
una mayor propulsión a los recitativos. Ojalá Don Ricardo regrese a “hacer” el
continuo cuando sea necesario, de veras, ojalá.
Srba
Dnic tuvo un buen desempeño como concertador, aunque en momentos sentí unos
tiempos más lentos de los que creo son adecuados. Los maestros que tocaron las
maderas lo hicieron espléndidamente, no así los cornos –tan importantes cuando
la infidelidad es el tema principal– que en momentos notables perdieron
afinación.
Los
cortes fueron los usuales, el dueto de los soldados del primer acto y la
segunda aria de Ferrando “Ah lo veggio”; el corte de parte del recitativo de
Fiordiligi previo al del dueto con Ferrando fue, en mi opinión, excesivo.
En
mi opinión, esta producción y la interpretación de esta función fueron buenos,
yo diría muy buenos comparados con el estándar de la Compañía Nacional de Ópera
durante los últimos tiempos. Ojalá hubiera sido más ágil.
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Luis Gutiérrez
Grazzie tanto. Mozart sigue tan vivo como siempre y nos alimenta el alma en las noches de vigilia...
ResponderBorrarPermíteme, caro Luigi, diferir de tu opinión sobre el buen desempeño de Srba Dinic en la dirección. Lo que más me chocó, como lo dije en mi crítica para Milenio, fue su excesiva discreción. En los mejores momentos, la orquesta era inaudible, como en los bellísimos quinteto y luego terceto ("Soave sia il vento"), en que los violines con sordina sugieren el oleaje del mar y el paisaje interior de los personajes. La belleza etérea de esta música se perdió porque Dinic prácticamente calló a la orquesta para que se oyera a los cantantes. Y así hubo muchos detalles. Dinic está mejor en otro repertorio. Abrazo.
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