Divagaciones sobre Rigoletto y Yevgenii
(Eugene, Eugenio o como les plazca) Onegin la semana del estreno de Falstaff.
Diciembre 4 de 2013
Pese a una muy mala experiencia la primavera pasada, regresé
a ver Rigoletto queriendo que me gustara pues es una de mis óperas
favoritas de Verdi. Necesito mi “fix” anual de la misma. La producción de
Michael Mayer no sólo no me gustó, la encontré sin sentido y creo que el señor “Tony
awarded” – lo que sea que esto signifique– no tiene la menor idea de lo que es
esta ópera y creo que ni la ópera en general. Es otro de los amiguitos que el
gerente general del Met ha invitado para insuflar nueva energía a la ópera
(¡joder con la frasecita!) Muchos han comparado lo que hace este ponedor de
escena (situar la acción en Las Vegas del “rat–pack”) con lo hecho por Jonathan
Miller al trasponerla a “Little Italy” en New York. Hay un aspecto en el que Mayer
pierde toda la puntería pues tanto Francisco I (el rey que se divierte según
Hugo) como el duque de Mantua son personajes con un poder absoluto sobre sus
vasallos. El mafioso de Miller sí tiene ese poder, en tanto que el “crooner” de
Mayer no es que un gato más del padrino que vive en New Jersey.
Y tengo otras objeciones importantes, por supuesto en
mi opinión. Se me hace muy difícil esconder a la hija de un payaso de casino de
Las Vegas en un hotel en el que “todo se ve”, aunque “todo se quede en Vegas”,
más difícil de creer es que la chava salga todas las fiestas a la iglesia donde
¡conoce a Frank Sinatra!
En la segunda parte del tercer acto, Verdi hace participar
a la naturaleza como otro elemento musical cuando el coro ulula cual viento en
una tormenta. Lo que el ponedor hace, es colocar una serie de grandes tubos de neón
haciendo corto circuito como simulando la tormenta. O sea, ¿qué onda Michael?
En mi opinión hubiera preferido una producción de
Mike Myers –que seguramente sabe de ópera lo mismo que su casi homónimo. Por lo
menos Myers hubiera cambiado el nombre de Maddalena por Alotta Fagina (sic) para
estar a tono con el ambiente.
La función tuvo un gran bufón en Dmitri Hvorostovsky,
así como una magnífica Gilda en la joven soprano búlgara Sonya Yoncheva, cuya
voz lírica, grande y muy bien entonada, fue una sorpresa muy agradable. Matthew
Polenzani fue un duque adecuado, como siempre lo es Polenzani, adecuado, nada
más. Los dos asesinos estuvieron regulares y Monterone –otro personaje
caricaturizado como sheik al que, por cierto, asesinan en el segundo acto–
totalmente insatisfactorio. Robert Pomakov es incapaz de maldecir a nadie
vocalmente. El director Heras–Casado movió el palito.
En resumen, Rigoletto y Gilda fueron una gran
satisfacción vocal, pero de ninguna forma lograron balancear todas las bolas
malas de la producción y el resto del elenco. Creo que no voy a regresar a este
Rigoletto,
a menos que tenga una necesidad extrema del “fix” y se presente un reparto de primera.
Diciembre 5 de 2013
Algo me decía que el reparto “alternativo” de la
nueva producción de Yevgenii Onegin (pueden decir que soy un pedante, ya lo sé)
podría ser mejor que el titular, en términos futbolísticos. Después de asistir
a la función de hoy y haber leído una multitud de reseñas de la premier de la
producción de Deborah Warner –en tándem con Fiona Shaw– creo que le atiné.
Anna Netrebko me comentó (¡lo juro!) hace unos años
que jamás cantaría Tatiana pues se le hacía muy tirante entonces (2005), Marina
Poplavskaya lo hizo en una forma estupenda vocalmente y actuando. La joven
mezzo–soprano Elena Maximova fue una magnífica, bella y juguetona Olga, de
hecho la mejor que he visto y oído en mi vida; En la premier este papel fue
encomendado a Oksana Volkova a quien vi la noche anterior como Maddalena y a
quien no me imagino como la Olga de la Maximova. Rolando Villazón fue un excelente
Lensky, tanto vocalmente como en escena: los aplausos fueron fuertes en su
regresa al Met después de aquel malhadado Edgardo, no hay duda que además de
gran cantante tiene un carisma inmenso. Peter Mattei encarnó a Onegin como me imagino
al petimetre, aburrido, engreído, perdonavidas –aunque no lo haga en el duelo–
pero apasionado cuando ve a una Tatiana bella y ennoblecida. Además es uno de
mis barítonos favoritos. Por desgracia no tuvimos un buen príncipe Gremin. En el
texto es claro que el príncipe ya no es joven, más bien se encuentra en la flor
de la vejez, Stefan Kocan quien sin duda tiene las notas graves, fue incapaz de
darnos un buen Gremin. ¿Será que he oído a príncipes como Ferruccio Furlanetto
o Robert Lloyd? No lo sé, pero el hecho es que no lo encontré siquiera
satisfactorio. El director Alexander Vedernikov llevó la nave a buen puerto pese
al tiempo excesivo que representaron dos largos intermedios y cuatro “pausas breves”.
La producción se encuentra en ese punto cómodo para
juzgar, ni fu ni fa. Los Larin viven todo dentro de su casa, Tatiana duerme,
come y se divierte en la misma habitación, el duelo es con rifles 30–06 (tanto
Mattei como Villazón se pusieron tapones en los oídos en ese momento), sólo se
bailaron el vals y la escocesa (¿por qué los directores de escena le tienen
tanto miedo a la polonesa?). En fin, ni fu ni fa.
No obstante, puedo decir que el aperitivo para el
plato principal de la semana Falstaff fue estimulante y tuvo la
gracia con dejarme hambriento de buena ópera.
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