Una post-catástrofe escénica se convirtió en post–post–catástrofe
Il
trovatore en el Palacio de Bellas Artes (3 de julio de 2014)
@ Ana Lourdes Herrera
Opera en cuatro partes (1853) compuesta por Giuseppe
Verdi con libreto de Salvatore Cammarano con adiciones de Emanuele Bardare.
Advertencia
El año pasado escribí una reseña de la función del 20
de junio. Esa crónica se publicó en Mundoclasico.com y usaré gran parte de lo
escrito entonces, pues la “puesta en escena” es la misma, pese que se había
rumorado que tendría cambios substanciales. Por ello, solicito la paciencia de
quienes leyeron lo escrito, ya que repito mi opinión de la ópera en sí, así
como la crítica que hago a la producción. El reparto sí tuvo cambios
importantes, mismos que trataré en su momento.
Il
trovatore es una ópera que me desconcierta pues la considero
un salto atrás en el desarrollo operístico de Verdi. Después del trío del
último acto de Rigoletto en el que el
compositor logró hacer que la naturaleza cantara como parte fundamental del
drama musical, Verdi vuelve a componer una ópera con el modelo típico del
discurso musical del bel canto. Por
ejemplo, inicia ópera, con un primo tempo
caracterizado por el estilo declamatorio de Ferrando y el coro, aunado al
ímpetu creciente de la orquesta que prepara el cantabile del aria de Leonora, cuyo tempo di mezzo o transición es un rápido intercambio de ideas con
Inés, culminando en una florida y brillante cabaletta.
El modelo se repite a lo largo de toda la ópera. Admiro el tempo di mezzo más bello y espectacular de la ópera romántica
italiana es el célebre “Miserere” del aria de Leonora en la cuarta parte. Esta
ópera puede definirse, parafraseando a Julian Budden, como “el dramatismo
musical del momento expandido”. Dos ejemplos claros que justifican este título
suceden en la segunda parte, en la que el aria de Di Luna se congela en su tempo di mezzo cuando el coro y Ferrando
repiten hasta la saciedad un profundo texto que dice “Ardir! Andiam, celiamoci,
Fra l’ombre, nel mister! Ardir! Andiam… silenzio! Si compia il suo voler!”, y
en la frase que Leonora repite más de diez veces en el final de la misma parte:
“Sei tu dal ciel disceso, O in ciel son io con te?” Con esto cierro mi caso en
el sentido de que esta ópera es un retroceso en el desarrollo operístico de
Verdi, aunque reconozco que contiene muchísimos pasajes musicales de gran
belleza y dramatismo, lo que hace una de las piezas favoritas de muchos
aficionados a la ópera.
Verdi pensó inicialmente
en La zingara como título para la
ópera y escogió el tema de la hoguera–fuego como tinta de la obra. Aunque cambió el título, no lo hizo con la tinta. El fuego físico aparece en
la forja de los herreros, se siente en el relato de Azucena al lanzar a su hijo
a la hoguera, casi quema cuando Manrico interrumpe su boda porque le
informan que van a quemar a quien cree es su madre –por cierto, cantando
el aria que los aficionados más tradicionalistas esperan desde el inicio de la
ópera para juzgar al tenor–, que de hecho menciona la hoguera “Di quella
pira” y en la escena final de la ópera en la que la vieja gitana manifiesta
su temor cerval a la hoguera, “il rogo”. Por supuesto las pasiones exacerbadas del cuarteto de personajes
no son otra cosa que el fuego del comportamiento animal que precedió a la
chispa de inteligencia que encendió la razón en el ser humano.
El ponedor de escena
(Mario Espinosa) y su equipo creativo decidieron ignorar esto que es tan obvio
en esta ópera, y en cambio, “crearon” otro concepto, que palabras del ponedor
inicia “Nuestro Trovador se ubica en el futuro, después de que el mundo ya se
ha extinguido, cuando los sobrevivientes han reconstruido la civilización con
los mismos defectos y virtudes. Nos encontramos en la post-catástrofe (sic), en
una especie de segunda vuelta de la humanidad, bajo el imperio de la conocida e
inexorable ley de la sangre” (sic, sic, y recontra– sic) y siguen otras
barbaridades que tratan de explicar su puesta. El hecho es que cuando los
sobrevivientes reconstruyeron la civilización, olvidaron reinventar el fuego
–bueno ni un cerillo se encendió a lo largo de toda la ópera. Concluyo que el fuego que representa inteligencia humana y
la civilización eludió totalmente al ponedor y su equipo “creativo”. No entiendo
por qué Azucena manifiesta ese terror tan cerval ante la idea de algo que no
existe, en cambio no le teme a un verdugo que manipula con un hacha amenazante durante
unos diez minutos.
El vestuario de los
principales es supuestamente decimonónico pero muy corriente desde el punto de
vista estético; el vestido que Leonora viste en la primera parte es un plagio
de los atuendos de María Victoria en sus buenos tiempos del Blanquita; en tanto
que los uniformes de los miembros del coro son más futurista ya que hacen
recordar los disfraces de los habitantes subterráneos de la saga fílmica del Planeta de los simios, o bien. Son una
parodia involuntaria de los espermatozoides de una célebre película de Woody
Allen –con la diferencia que en este caso todos los espermatozoides son negros.
Como es costumbre de muchos ponedores, Espinosa necesita divertir al respetable –porque es muy posible que éste se aburre con su concepto– con numeritos de peleas medievales y la aparición continua de esbirros y prostitutas, complementada por la colocación de unas momias que parecen salchichones que desparraman cuatro listones rojos a guisa de sangre, pero que ni a moronga llegan, logrando unos cuadros plásticos “divinos” e inútiles.
Como es costumbre de muchos ponedores, Espinosa necesita divertir al respetable –porque es muy posible que éste se aburre con su concepto– con numeritos de peleas medievales y la aparición continua de esbirros y prostitutas, complementada por la colocación de unas momias que parecen salchichones que desparraman cuatro listones rojos a guisa de sangre, pero que ni a moronga llegan, logrando unos cuadros plásticos “divinos” e inútiles.
La escenografía consiste
en dos plataformas inmutables a lo largo de toda la ópera, más un puente –
¿tendrá este elemento un significado arcano?– entre ellas que se usa para sostener
a Azucena y Manrico durante el aria de la gitana y la narración de sus
desgracias, unas tiendas de campaña, que supongo representan a los ejércitos
combatientes, que aparecen y desaparecen a voluntad del ponedor y un árbol
metálico de la escultora Ana Luz González, a quien se acredita junto a los muchos figurantes y otros colaboradores
de la producción en el interior del programa. La iluminación mejoró un poco con
respecto a las funciones corrida de 2013.
Debo decir que esta puesta en escena me hace pensar que soy realmente imbécil
pues soy de quienes pagan por ver algo que, o no entiendo o es una idiotez, en
tanto que el ponedor y su equipo cobran honorarios por desperdiciar los
limitadísimos recursos financieros de la Ópera de Bellas Artes.
La interpretación
musical no estuvo al nivel de la puesta en escena por fortuna, aunque tampoco
fue de aquellas que se quedan en la memoria. De hecho en nuestros días es muy
difícil lograr un elenco que cubra con brillantez, o aún con solvencia, las
exigencias vocales que Verdi exige de los cantantes. En lo personal yo esperaba
más de Ramón Vargas. No me pareció que hubiese cantado el do sobreagudo –lo oí
como si bemol– que los tradicionalistas esperan, no considero que este hecho
sea importante –es conocido que Franco Bonisoli apodó a Plácido Domingo como
Pla Mingo por esta razón–, pero es mi
humilde opinión que, siendo un cantante de altísimo nivel, Manrico no es lo
suyo. No por la falta del Do, sino porque su voz es de tenor lírico y no de tenor
lírico spinto, y si podría quedarse
en tenor spinto literalmente
“empujado” en caso de continuar cantando este papel y
similares.
@ Ana Lourdes Herrera
@ Ana Lourdes Herrera
La moldava Elena Cassian
tiene una voz con bello timbre pero con un
rango muy limitado en los agudos, no obstante, tiene la mayor parte del necesario en la particella de Azucena
@ Ana Lourdes Herrera
Lo que valió el boleto y el costo y tiempo de transporte de mi casa a Bellas Artes, fue la interpretación del rumano George Petean como el Di Luna. Brilló intensamente en el trío del primer acto, “Il balen del suo sorriso” estuvo tan fenomenal como en “Per me, ora fatale”. En resumen, este sí fue un cambio importante y muy positivo respecto a lo que oí el año pasado. Ojalá regrese el maestro Petean, y que también tengamos cantantes de esta talla frecuentemente en Bellas Artes.
@ Ana Lourdes Herrera
Rubén Amoretti repitió un
creíble y bien interpretado Ferrando; los papeles secundarios fueron bien
cubiertos por Gilberto Amaro, Roberto Aznar y Alejandro Coreño, Destacó como
Inés María Fernanda Castillo, becaria del Estudio de Ópera de Bellas Artes. Si
así va la mayoría de los becarios, el estudio va bien.
Otro cambio importante
se dio en el foso, pues esta vez Enrique Patrón de Rueda logró unos tempi que respetaron la partitura,
impidiendo así que los cantantes se ahogaran. No faltó la voz que gritase como
en los toros “súbele Patrón” – a la intensidad o al volumen, no lo sé –, lo
cual me pareció no sólo corriente sino ignorante, o tal vez la señora está
sorda.
Termino diciendo que
disculpo totalmente a los músicos y cantantes, pues es una empresa hercúlea lograr
una buena interpretación de Il trovatore
si el ponedor de escena y sus secuaces eliminan el fuego en el escenario y en
los cerebros y corazones de los artistas. No por algo Joan Pons dijo que el Simon Boccanegra que Espinosa “puso” en
escena en 1997, ha sido la peor producción de ópera en la que ha participado.
Esto no lo oí de segunda mano.
El “ponedor” logró otra
catástrofe después de una segunda oportunidad. ¡Qué mal por la ópera en México!
Si alguien está
interesado, puedo enviar privadamente la lista enorme del “equipo creativo”,
así como el texto completo de la explicación del concepto del “ponedor de
escena”.
Estoy totalmente de acuerdo con el autor en que la puesta en escena de Mario Espinosa es absolutamente fallida y que no hubo ningún cambio a la del año pasado de no ser que los cadáveres o momias que aparecen en la producción disminuyeron reduciendo la cantidad de cinta roja sanguinolenta pues ahora fueron solo cuatro: tres en una de las pesadas e inútiles tarimotas que más estorbaban que servían para el tránsito de cantantes, coro, figurantes, actores, espadachines, bailarruina ( a una sola se redujo la coreografía) y demás participantes enlutados que amontonó el "ponedor" (Luis Gutiérrez dixit) atestando el poco espacio que dejaban las horrorosas tarimas firmadas por Gloria Carrasco como "escenografía". La iluminación fue igual de espantosa que la del año pasado. Siniestra, lóbrega, aburrida, pesada, sobre toda vista desde la luneta. En una de las tres funciones a las que asití, la segunda, quise estar en la galería y desde ese tercer nivel del teatro, se alcanza a ver el piso de las multicitadas tarimotas esperpénticamente feas. Mi amor por esta ópera de Verdi no ha disminuido pero con esa puesta tan horrible creo que muchos no entenderían porque me gusta tanto y les daría la razón. El elenco de cantantes no me disgustó aunque los críticos o uno de ellos siempre citado digan que se necesitan nada más los cuatro mejores cantantes del mundo para los papeles de Manrico, Leonora, Azucena y el Conde de Luna. Algunas grabaciones en LP originales lograron ese ideal cuando menos en tres versiones. Muy bien el trabajo de Enrique Patrón de Rueda que hizo que la orquesta del teatro de Bellas Artes, sobre todo en la segunda función que escuché, se escuchara bastante bien, sin tantas pifias como nos tiene acostumbrados. Ya no asitiré a otra función más, solo me queda la última, hoy domingo, pues aunque tal vez ya hayan mejorado alguna cosa, así suele pasar que la última es la buena pues se entregan totalmente pues no hay que cuidar una próxima función, ya no soportaría volver a ver las tarimotas. Podría soñarlas. Y mis sueños son raros pero no pesadillas.
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