miércoles, 25 de mayo de 2016

La música reina sobre el drama

I puritani en Bellas Artes. 22 de mayo de 2016



Esta ópera ha sido una de las obras más populares del género, a pesar de su argumento y libreto. El mismo Bellini explotó memorablemente cuando explicó drásticamente su filosofía a Carlo Pepoli, el libretista, “grava en tu cabeza dura; el drama musical debe hacer llorar, inspirar terror, hacer que la gente muera, a través del canto”. Aún después del triunfo inobjetable de la ópera, el compositor continuaba deplorando la forma en que las fuertes situaciones teatrales fueron socavadas por el diálogo pobre, “los lugares comunes repetitivos y a veces giros estúpidos”.



En el otro elemento de la obra, es decir en la música, Bellini contó con Giulia Grisi, Giovanni Battista Rubini, Antonio Tamburini y Luigi Lablache, quienes formaban uno de los más grandes conjuntos de cantantes que haya tenido una casa de ópera; a la fecha se les recuerda como el “cuarteto Puritani” ya que ninguna de las otras óperas en las que cantaron juntos fue tan perfectamente hecha a la medida de sus talentos peculiares, o causó un triunfo tan delirante. Después de la premier, Bellini tuvo que hacer cortes a la ópera para que no se alargara en exceso, motivado por el entusiasmo y la insistente exigencia de “bises”. Desde los ensayos, el efecto del dueto ‘Suoni la tromba’ fue tan grande, que se decidió convertirlo en un finale; esto hizo que el segundo acto se dividiese en dos, por lo que la escena de la locura de Elvira –la escena y aria ‘O rendeteni la speme’– que seguía originalmente al dueto, se colocó en el lugar en la que hoy tiene para evitar que el frenesí que provocaría ‘Suoni la tromba’ le quistase la atención que Bellini consideraba debía dársele.  



En mi opinión, esta es una ópera que se pone y repone en casi todo el mundo debido esencialmente a sus cualidades musicales, o bien a la presencia de un cantante en particular.



En el caso que me ocupa, el cantante fue Javier Camarena, quien es uno de los mejores tenores belcantistas de la actualidad, si no es que el mejor. Javier cantó el Arturo, una de los roles realmente fabulosos para un tenor, con una elegancia asombrosa y mostrando una gran  seguridad al colocar las notas altas, es decir un do sostenido en su primera aparición sobre el escenario, ‘A te, o cara, amor talora’, un Re en el dueto con Elvira, ‘Viene fra le mie braccie’, y otro en el último finale.. Camarena hizo un rol debut que los asistentes al Palacio de Bellas Artes no olvidaremos en mucho tiempo y estoy convencido que en muy poco tiempo llevará este papel a las mismos niveles de calidad que ha dado a muchos otros roles.



Leticia de Altamirano también debutó en el endiabladamente difícil y bello papel de Elvira. Yo diría que lo hizo muy bien. Tiene un registro agudo espectacular aunque su coloratura es mejorable, lo que creo puede hacer en poco tiempo. Lo que me pareció desigual fue el volumen de su voz, nunca empujándola, pero sí apagándola por momentos. Comunicó con gracia el transcurso de la niña juguetona en ‘Son vergin vezzosa’ a la demencial ‘Qui la voce sua soave … Vien, diletto, è in ciel la luna’. Es seguro que, si puede sortear con salud otras cuatro funciones tan demandantes en sólo una semana, mejorará notablemente en la última de la serie.



El joven barítono Armando Piña hizo su debut absoluto en Bellas Artes como Riccardo. Estuvo bien al cantar su parte, especialmente en su última aria ‘Credesti, misera’, en la que se compadece de la muerte inminente de Arturo. Hay veces que uno puede confundirse al calificar una voz por acercarse a un estilo poco practicado o desfavorable para un cantante; en mi opinión Piña, quien tiene buena entonación y maneja bien la dinámica de su voz mejorará y encontrará muy pronto su lugar en la bellísima cuerda de barítono. Y lo de estilos no es broma, Alberich, Don Alfonso, Di Luna y Falstaff son barítonos y a decir verdad son papeles totalmente disparatados musicalmente hablando.




El eslabón débil de la función fue el Giorgio de Rosendo Flores. Todavía considero que ha sido uno de los mejores, si no el mejor, bajos mexicanos del arte lírico en los últimos años, por lo que me sorprendió su voz apagada, inaudible en momentos y totalmente sin carácter. ‘Suoni la tromba’ es uno de los números que normalmente se repiten pero en esta ocasión ni la claque más furiosa, si existiera en Bellas Artes, hubiera logrado la petición de bis.




Isabel Stüber como Enrichetta, Edgar Gutiérrez como Bruno y José Luis Reynoso como Gualtiero tuvieron un desempeño adecuado.



Srba Dinic tuvo una actuación destacada dirigiendo a la orquesta y al coro del Teatro de Bellas Artes. No se le puede culpar del trabajo espantoso del corno solista y de las desafinaciones del flautista, que habían desaparecido unos años, pero que regresaron con mayor fuerza. El balance entre la orquesta y los solistas siempre fue óptimo, en mi opinión. Tampoco tuvo culpa del desempeño del coro que regresó inexplicablemente a su viejo ser. Desde el principio fueron notables las entradas a destiempo y las desafinaciones; los apuntadores gritaban cuando guiaban al coro a lo largo de una pieza que desconocía cabalmente, lo que es una pena. Si Bellas Artes presenta cuatro o cinco títulos al año y el coro no se aprende uno de ellos, es plausible pensar que algo está podrido en algún lugar diferente a Dinamarca.



No sé si el regista Ragnar Conde tuvo un concepto, por lo menos no lo entendí. Luis Manuel Aguilar diseñó un castillo en ruinas que fue el único elemento escenográfico durante toda la ópera. El vestuario, diseñado por Brisa Alonso se encargó de dividir a los puritanos en varias clases sociales perfectamente diferenciadas. De lujo –es un decir– la clase alta, de uniforme los soldados y todo el resto, supongo siervos y campesinos principalmente, con vestimenta esencialmente de tonos claros, sin faltar los rojos encarnados. Entiendo que los puritanos, especialmente los de alto rango, se vestían sobriamente. Lo que en realidad estuvo muy mal fue la iluminación; de pronto una mesita se veía iluminada por un gran reflector en tanto que la cara de los cantantes no se veía. De hecho fue notable como Riccardo buscaba continuamente colocarse donde tuviese luz. Otro aspecto muy negativo fue el cuidado de los movimientos en el escenario. Por ejemplo, un miembro del coro, un soldado de hecho, estuvo tratando de ensartar con su espada a Arturo arrodillado, quien por el otro lado se veía amenazado por el verdugo que blandía un instrumento más parecido a una alabarda que a un hacha.






I puritani es un drama musical en el que la música de brilla majestuosamente sobre el drama, por lo que en esta ocasión puede afirmarse prima la musica, poi le parole. La producción, pobre en ideas y en recursos, colaboró inconscientemente al logro del objetivo, es decir presentar una muy buena aunque algo desigual función musical, pese a los defectos patentes de algunos cantantes.



© Luis Gutiérrez Ruvalcaba




© Ana Lourdes Herrera
© Opera de Bellas Artes

Por las fotografías