Esta
ópera ha sido una de las obras más populares del género, a pesar de su argumento
y libreto. El mismo Bellini explotó memorablemente cuando explicó drásticamente
su filosofía a Carlo Pepoli, el libretista, “grava en tu cabeza dura; el drama
musical debe hacer llorar, inspirar terror, hacer que la gente muera, a través
del canto”. Aún después del triunfo inobjetable de la ópera, el compositor
continuaba deplorando la forma en que las fuertes situaciones teatrales fueron
socavadas por el diálogo pobre, “los lugares comunes repetitivos y a veces
giros estúpidos”.
En
el otro elemento de la obra, es decir en la música, Bellini contó con Giulia
Grisi, Giovanni Battista Rubini, Antonio Tamburini y Luigi Lablache, quienes
formaban uno de los más grandes conjuntos de cantantes que haya tenido una casa
de ópera; a la fecha se les recuerda como el “cuarteto Puritani” ya que ninguna
de las otras óperas en las que cantaron juntos fue tan perfectamente hecha a la
medida de sus talentos peculiares, o causó un triunfo tan delirante. Después de
la premier, Bellini tuvo que hacer cortes a la ópera para que no se alargara en
exceso, motivado por el entusiasmo y la insistente exigencia de “bises”. Desde
los ensayos, el efecto del dueto ‘Suoni la tromba’ fue tan grande, que se
decidió convertirlo en un finale; esto
hizo que el segundo acto se dividiese en dos, por lo que la escena de la locura
de Elvira –la escena y aria ‘O rendeteni la speme’– que seguía originalmente al
dueto, se colocó en el lugar en la que hoy tiene para evitar que el frenesí que
provocaría ‘Suoni la tromba’ le quistase la atención que Bellini consideraba
debía dársele.
En
mi opinión, esta es una ópera que se pone y repone en casi todo el mundo debido
esencialmente a sus cualidades musicales, o bien a la presencia de un cantante
en particular.
En
el caso que me ocupa, el cantante fue Javier Camarena, quien es uno de los
mejores tenores belcantistas de la actualidad, si no es que el mejor. Javier
cantó el Arturo, una de los roles realmente fabulosos para un tenor, con una
elegancia asombrosa y mostrando una gran seguridad al colocar las notas altas, es decir
un do sostenido en su primera aparición sobre el escenario, ‘A te, o cara, amor
talora’, un Re en el dueto con Elvira, ‘Viene fra le mie braccie’, y otro en el
último finale.. Camarena hizo un rol
debut que los asistentes al Palacio de Bellas Artes no olvidaremos en mucho
tiempo y estoy convencido que en muy poco tiempo llevará este papel a las
mismos niveles de calidad que ha dado a muchos otros roles.
Leticia
de Altamirano también debutó en el endiabladamente difícil y bello papel de
Elvira. Yo diría que lo hizo muy bien. Tiene un registro agudo espectacular
aunque su coloratura es mejorable, lo que creo puede hacer en poco tiempo. Lo
que me pareció desigual fue el volumen de su voz, nunca empujándola, pero sí
apagándola por momentos. Comunicó con gracia el transcurso de la niña juguetona
en ‘Son vergin vezzosa’ a la demencial ‘Qui la voce sua soave … Vien, diletto,
è in ciel la luna’. Es seguro que, si puede sortear con salud otras cuatro
funciones tan demandantes en sólo una semana, mejorará notablemente en la
última de la serie.
El
joven barítono Armando Piña hizo su debut absoluto en Bellas Artes como
Riccardo. Estuvo bien al cantar su parte, especialmente en su última aria ‘Credesti,
misera’, en la que se compadece de la muerte inminente de Arturo. Hay veces que
uno puede confundirse al calificar una voz por acercarse a un estilo poco
practicado o desfavorable para un cantante; en mi opinión Piña, quien tiene
buena entonación y maneja bien la dinámica de su voz mejorará y encontrará muy
pronto su lugar en la bellísima cuerda de barítono. Y lo de estilos no es
broma, Alberich, Don Alfonso, Di Luna y Falstaff son barítonos y a decir verdad
son papeles totalmente disparatados musicalmente hablando.
El
eslabón débil de la función fue el Giorgio de Rosendo Flores. Todavía considero
que ha sido uno de los mejores, si no el mejor, bajos mexicanos del arte lírico
en los últimos años, por lo que me sorprendió su voz apagada, inaudible en
momentos y totalmente sin carácter. ‘Suoni la tromba’ es uno de los números que
normalmente se repiten pero en esta ocasión ni la claque más furiosa, si
existiera en Bellas Artes, hubiera logrado la petición de bis.
Isabel
Stüber como Enrichetta, Edgar Gutiérrez como Bruno y José Luis Reynoso como
Gualtiero tuvieron un desempeño adecuado.
Srba
Dinic tuvo una actuación destacada dirigiendo a la orquesta y al coro del
Teatro de Bellas Artes. No se le puede culpar del trabajo espantoso del corno
solista y de las desafinaciones del flautista, que habían desaparecido unos
años, pero que regresaron con mayor fuerza. El balance entre la orquesta y los
solistas siempre fue óptimo, en mi opinión. Tampoco tuvo culpa del desempeño
del coro que regresó inexplicablemente a su viejo ser. Desde el principio
fueron notables las entradas a destiempo y las desafinaciones; los apuntadores
gritaban cuando guiaban al coro a lo largo de una pieza que desconocía
cabalmente, lo que es una pena. Si Bellas Artes presenta cuatro o cinco títulos
al año y el coro no se aprende uno de ellos, es plausible pensar que algo está
podrido en algún lugar diferente a Dinamarca.
No
sé si el regista Ragnar Conde tuvo un concepto, por lo menos no lo entendí. Luis
Manuel Aguilar diseñó un castillo en ruinas que fue el único elemento
escenográfico durante toda la ópera. El vestuario, diseñado por Brisa Alonso se
encargó de dividir a los puritanos en varias clases sociales perfectamente
diferenciadas. De lujo –es un decir– la clase alta, de uniforme los soldados y
todo el resto, supongo siervos y campesinos principalmente, con vestimenta
esencialmente de tonos claros, sin faltar los rojos encarnados. Entiendo que
los puritanos, especialmente los de alto rango, se vestían sobriamente. Lo que
en realidad estuvo muy mal fue la iluminación; de pronto una mesita se veía
iluminada por un gran reflector en tanto que la cara de los cantantes no se
veía. De hecho fue notable como Riccardo buscaba continuamente colocarse donde
tuviese luz. Otro aspecto muy negativo fue el cuidado de los movimientos en el
escenario. Por ejemplo, un miembro del coro, un soldado de hecho, estuvo
tratando de ensartar con su espada a Arturo arrodillado, quien por el otro lado
se veía amenazado por el verdugo que blandía un instrumento más parecido a una
alabarda que a un hacha.
I puritani es un drama musical
en el que la música de brilla majestuosamente sobre el drama, por lo que en
esta ocasión puede afirmarse prima la
musica, poi le parole. La producción, pobre en ideas y en recursos,
colaboró inconscientemente al logro del objetivo, es decir presentar una muy
buena aunque algo desigual función musical, pese a los defectos patentes de
algunos cantantes.
©
Luis Gutiérrez Ruvalcaba
Por las fotografías
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Ana Lourdes Herrera
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Opera de Bellas ArtesPor las fotografías