viernes, 14 de febrero de 2014

Sieben und siebenzig Sohlenstreich

La flauta mágica en Bellas Artes


Hacía catorce años que Die Zaubeflöte no se presentaba en Bellas Artes, aunque es una de las óperas que más se presenta en el país especialmente en adaptaciones infantiles. Los aficionados a la ópera tenían un gran interés por ver esta producción, tanto que se agotaron las entradas para las cuatro funciones, pues los directores de escena informaron en conferencia de prensa correspondiente, que la obra se adaptaría a la cultura precolombina de Mesoamérica, específicamente a la zapoteca en Monte Albán. Los diálogos se hablaron en español y no en zapoteco, afortunadamente.

La concepción de los directores de escena genera, en mi opinión por supuesto, un fuerte problema al reducir los diálogos a lo mínimo, pues esto logró anular casi por completo el contenido de iniciación masónica que ciertamente es uno de los dos temas fundamentales de esta obra. Como resultado de esto, se enfatizó la otra arista de la ópera, la cómica, centrada esencialmente en Papageno, creado por Schikaneder para su lucimiento.

En lo personal, me agradó el vestuario, realizado por artesanas con la vieja técnica del telar de cintura, propia de las culturas de Mesoamérica, ya que fue atractivo y coherente con el concepto dramático. El diseño de iluminación fue, probablemente, el mejor que he visto en Bellas Artes en bastante tiempo, pese a que en un momento hubo ciertos problemas técnicos. No puedo decir lo mismo de la escenografía, a base de réplicas mas o menos parecidas a las ruinas de Monte Albán, a veces recargadas de todo menos de simbolismo masónico, y a veces simplificadas casi a un ambiente minimalista, pero que erraron totalmente en la designación de cada escena, mostrada en la pantalla de supertitulaje. El ejemplo más claro fue la ubicación de Pamina en los aposentos de Monostatos “fuera” del templo de los iniciados (escena 7, acto 2), pese a que claramente la Reina de la Noche la visita “dentro” del templo, especificado así en el libreto. Es totalmente incongruente que Pamina duerma plácidamente en los aposentos de su violador en potencia al que le dieron recientemente setenta y siete azotes en la planta de los pies Otro ejemplo fue la escena del intento de suicidio de Papageno al moverla unos dos mil kilómetros al norte, al desierto de Arizona, lo que se infiere al sustituir el simple árbol en el que Papageno colgará su cuerda para ahorcarse, con lo que se creyó era un folklórico cacto oaxaqueño, cuerda incluida.




©Ana Lourdes Herrera/Ópera de Bellas Artes - México

En la interpretación hubo un tratamiento fallido, de nuevo en mi opinión, de la serpiente que persigue a Tamino al inicio, a la que no matan las damas sino que simplemente la hacen huir. El objetivo es presentarla cuando Tamino amansa a las bestias; la serpiente es la única bestia que aparece, para darle, creo, una interpretación esotérica al pensar en ella como Quetzalcóatl. Esto logra que Papageno parezca muy cobarde al asustarse tan sólo de oír de la existencia del monstruo. Hubo muchos otros detalles que me hicieron falta, como la identificación de Pamina al compararla con su retrato, así como otros problemas de edición (de desarrollo escénico) como el que Monostatos salga corriendo con el puñal que dejó la Reina a su hija, mismo puñal con el que Pamina intentará suicidarse unas escenas después. ¿Habrá regresado a recogerlo a los aposentos de Monsotatos a recogerlo? Si es así, puede pensarse que Pamina tiene un irresuelto “crush” con el moro. Es magnífico que los niños aparezcan en su vehículo aéreo, una canasta en este caso, pero también deben bajar, si no al llevarles comida a Tamino y Papageno, sí al impedir los suicidios de Pamina, porque al mantenerlos en la canasta parece muy forzado el que tenga que acercarse de los tres niños para intentarlo ahí.
 ©Ana Lourdes Herrera/Ópera de Bellas Artes - México
Lo que no fue inteligente, por no escribir un expletivo, fue el uso constante de la proyección de un video irrelevante con excepción de mostrar oportunamente la luna durante el aria de Monostatos (debió de desaparecer a la entrada de la Reina de la Noche). Durante la obertura nos dieron un remedo de lección de cosmología, rematándola con Tamino en Chichen Itzá, no en Monte Albán (con razón Tamino exclama “Zu Hülfe!” pues no sabe dónde está), cuyo efecto fue solo distraer al respetable de la maravillosa composición de Mozart (me consta porque los cuchicheos y el sonido de dulces y pistaches lograron un volumen exasperantemente alto en este momento). Entiendo el por qué se omitió conspicuamente el nombre del creador del video, pues fue de dar vergüenza. Suplico a los directores de escena que vean la película de La flauta mágica dirigida por Ingmar Bergman, quien nos presenta solamente las caras de los asistentes a la función gozando de la música.



©Ana Lourdes Herrera/Ópera de Bellas Artes - México

Esta puesta en escena me hizo recordar lo que decía ese revolucionario de la dirección escénica de la ópera que fue Walter Felsenstein: “El corazón de la ópera es convertir el hacer música y cantarla en el escenario, en una forma convincente, veraz  y absolutamente esencial. Todos los problemas del drama y de la puesta en escena son secundarios a esto”.

Desde el punto de vista vocal, la función fue bastante dispareja. En el lado positivo la interpretación de Josué Cerón como Papageno fue de alta calidad. En mi opinión, Cerón tiene cualidades que siempre me han gustado, unas objetivas como su afinación constante y otras subjetivas como el timbre de su voz y cantar lo que entiendo es “estilo mozartiano”. Carsten Wittmoser fue un muy buen Sarastro aunque con dificultades en las notas más graves, dado que en realidad es un bajo–barítono (odio esta clasificación), pero que tiene una voz bella y flexible. Íride Martínez cantó su recitativo y aria del primer acto, “O zittre nicht… Du wirst sie zu befreien gehen” espléndidamente y aunque el tejido de la filigrana de “”Der Hölle Rache” no fue perfecto, todos sus fa’s sobreagudos fueron fa’s sobreagudos tan buenos como los del primer acto, y esta es una apreciación totalmente objetiva. En cuanto lo subjetivo, me gustó mucho su timbre y su actuación en este papel tan complicado. Fue una lástima no haber oído los diálogos de Wittmoser y Martínez completos y en perfecto alemán; todo sea por hacer entendible la obra.



©Ana Lourdes Herrera/Ópera de Bellas Artes - México

Los príncipes no lograron una buena interpretación en mi opinión. Oí la voz de Diego Silva un tanto estrangulada, lo que se generó dificultades importantes en su registro alto, además me hizo esperar fervientemente que su “O ew’ge nacht” no fuese eterna en serio. Maribel Salazar es una excelente cantante, pero su voz no se acerca a la de una cantante mozartiana, en especial a la de Pamina. La experiencia fue como oír a Butterfly cantando “Ach, ich fühl’s”, su dueto con Papageno y, peor aún, la frase clave del final del primer acto, “Die Warheit!” (oí Worheit) que por lo engolado no tuvo verdad alguna. Este fue, probablemente, uno de los mayores miscasts que he atestiguado.

Los cantantes secundarios estuvieron bien en general, destacando muy positivamente las tres damas, Zaira Soria, Carla Madrid y María Avalos, quienes lograron un muy buen conjunto vocal y en escena.

Creo que el coaching de alemán fue insuficiente en el caso de los miembros del elenco que no hablan el alemán. Felsenstein también decía que en ópera la dicción y la enunciación prefecta de las palabras es sumamente importante.

El coro tuvo una buena actuación en general, aunque la colocación de las mujeres en los palcos cercanos al escenario durante el final del primer acto, hizo que en ese momento se alcanzase un volumen tan alto que hizo inaudible a la orquesta. La orquesta regresó a las malas andadas. Las entradas falsas fueron frecuentes, así como las desafinaciones. La primera nota de la marcha que abre el segundo acto fue una lástima por culpa de los metales que desafinaron en forte cuando la indicación específica de la partitura es sotto voce; la primer flauta estuvo fatal y el volumen de toda la orquesta durante el aria de Papageno hizo que no se escuchara la melodía del glockenspiel interpretado, creo, por una celesta. Me pregunto si es tremendamente difícil encontrar una flauta de pan entonada correctamente, pues cada vez que Papageno la tocaba, la última nota me enchinaba la piel, y no precisamente de emoción. Creo que la interpretación del director musical, el muy joven y talentoso Iván López Reynoso, fue buena pero que tiene todavía un largo camino por recorrer para llegar a ser un gran director. El tiempo dirá.

En resumen, creo que el público merecía una función mucho mejor. En venganza deberían condenar al equipo creativo a recibir “sieben und siebenzig Sohlenstreich”, con excepción del “creador” del video quien amerita “Tod und Verzweiflung war sein Lohn”, y a la orquesta sólo Verzweiflung.
Ciudad de México, 13/02/2014.  Palacio de Bellas Artes. Wolfgang Amadeus Mozart: Die Zauberflöte, singspiel en dos actos (1791) con libreto de Emanuel Schikaneder. José Antonio Morales y Rosa Blanes Rex, puesta en escena y diseño de escenografía e iluminación. Rosa Blanes Rex, diseño de vestuario. Omitido conspicuamente, productor t realizar de video. Elenco: Diego Silva (Tamino), Maribel Salazar (Pamina), Íride Martínez (Reina de la Noche), Josué Cerón (Papageno), Carsten Wittmoser (Sarastro), José Guadalupe Reyes (Monostatos), Charles Oppenheim (Orador), Zaira Soria, Carla Madrid y María Avalos (Damas de la Reina), Adriana Valdés (Papagena), Antonio Albores y Alejandro Armenta (Sacerdotes y hombres en armadura). Integrantes de las Schola Cantorum de México (Tres niños). Coro y Orquesta del Teatro de Bellas Artes. Director huésped del Coro: John Daly Goodwin. Director musical: Iván López Reynoso. Aforo: 1800 localidades. Ocupación: 100%.